Mi Cuenta CDI

A propósito del celular

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Susy Anderman

Desde ayer se descompuso la señal de Internet en donde estábamos reunidos, y eso hizo que nadie usara sus móviles ni sus tabletas electrónicas. Una desconexión total con el mundo externo. No quedó más que regresar a lo que encontrábamos cerca, una mirada al mar, un libro abandonado, acariciar la textura sin igual de la maltesa, del pitbull, que aguarda todo el día para que no pase desapercibido mientras espera la siguiente salida a la calle.

No ver lo que hacen en la lejanía los amigos, el gran poder del voyerismo en su máxima representación, para visualizar lo que la gente expone, y uno puede encontrar de todo, información relevante de productos, algunas notas interesantes, recetas de cocina, los viajes de algunos, el enojo de alguien, los tintes de egocentrismo, las cualidades de otros, el tamaño de las familias, los solitarios, los emprendedores, los de éxito, los nuevos cargos, los religiosos, los agnósticos, los que se manifiestan, y mucho más de todo.

Y aunque no pretendo criticar en esta ocasión la conducta humana, o los nuevos esquemas sociales, o las variables de la incomunicación actual, sí sería interesante reflexionar cada quien y cada cual acerca del enorme reto de conocimiento acerca de que finalmente lo más trascendente es la reunión familiar en toda su magnitud. Es la familia, la que nos otorga todas las herramientas para trascender en la vida. Son los lazos consanguíneos los que constituyen el verdadero ser de los hombres y de las mujeres, en cualquiera de las modalidades que pudieran surgir, es el vínculo del hogar lo que potencializa en todas sus formas la conducta humana, para bien y solo para bien, lo que somos y lo que nuestra vida significa.

Lejos de sonar como un aspecto que dicta la religión, esta postura viene de la parte más profunda de mi pensamiento. Y si existe una profunda tendencia hacia la individualidad o la vida individual, o la cotidianidad individualista, cuando uno pretende que el florero de la repisa nadie lo mueva, que nadie consuma del refrigerador los sobrantes de comida que uno deja para la noche, que no me pidan mi auto, ni la clave de mi computadora, ni la contraseña de mis sentimientos, ni saber cómo soy, criticarme por la osadía de amar profundamente sin ninguna clase de egoísmos, y la exacerbación de querer mostrarlo en cada segundo a través de mil millones de besos porque nada es suficiente para lograr transmitirlo.

Lo único que concluyo, es que seré catalogada como alguien fuera de lo que la tonta cultura de las costumbres estúpidamente impuestas por quienes piensan que padres e hijos requieren un espacio, así se desviven perdiendo la plena dicha de la excelsitud.