Si el desarrollo de la vacuna contra la Covid-19 es una carrera que ha quebrado récords históricos de velocidad, implementar campañas para que las dosis lleguen a la mayor cantidad de personas posible —y en las condiciones que deben llegar— será una carrera de resistencia en América Latina. Los países de la región, que casi no han tenido participación en las vacunas que se encuentran más avanzadas, están en peor posición para acceder a un mercado que apenas va a poder satisfacer una pequeña parte de la necesidad existente: todo el mundo, literalmente, necesitará las vacunas, y no parece que haya de sobra por ahora. Pero el desajuste entre la demanda y la oferta es apenas el primer obstáculo de esta carrera: “No es solamente la vacuna. Hay que tener toda la planificación y toda la preparación”, asegura Jarvas Barbosa, subdirector de la Organización Panamericana de la Salud. Además del acceso a las dosis, América Latina deberá resolver con condiciones desiguales dos grandes frentes de batalla: los problemas técnicos —falta de recursos e infraestructura para almacenar, distribuir y aplicar las dosis— y los problemas culturales, porque la vacuna se ha convertido también en un asunto político. Es una cuestión de confianza: la predisposición de las sociedades a vacunarse está atravesada hoy por el nivel de apoyo o recelo hacia sus gobernantes, la polarización y un puñado de prejuicios alimentados por noticias falsas, hábitos arraigados y campañas de desinformación.
Obtener la vacuna
“Hemos llegado a un acuerdo con” es uno de los inicios de frase más repetidos en los últimos meses entre los dirigentes latinoamericanos, seguido por el nombre de una farmacéutica o institución metida en la producción de vacunas. Pero ‘un acuerdo’ puede significar muchas cosas. A veces solo es el inicio de una negociación. Otras, las menos, es una compra. Luego están los acuerdos que no se anuncian o tardan en hacerse. Lo que sabe, a día de hoy, es incompleto. Los datos disponibles señalan que solo el país más rico de la región, Chile, cuenta con un stock preadquirido de vacunas comparable (incluso superior, al menos por ahora) al de Estados Unidos o la Unión Europea: 84 millones de dosis para una población estimada en 19 millones de personas. Es decir, 4,4 dosis por habitante. Una sola dosis no es suficiente por dos razones: primera, los ensayos preliminares para los que existen datos disponibles indican que hará falta más de una para garantizar una inmunidad significativa durante un tiempo razonable, que ni siquiera se sabe cuán largo será. Segunda, y más importante ahora mismo: aún no se sabe a ciencia cierta qué vacunas van a funcionar. Aunque hay datos preliminares muy prometedores para algunas de ellas, también es posible que a medida que avancen los estudios los porcentajes de efectividad se vayan ajustando. Así que tiene sentido no arriesgarlo todo a un solo corredor. “Hay que recordar que a estas vacunas, por ejemplo en Inglaterra, o incluso en Estados Unidos, si todo sale bien, se les está dando una autorización de emergencia”, explica la científica mexicana Laura Palomares, investigadora del Instituto de Biotecnología de la UNAM, que lidera uno de los dos proyectos de desarrollo de vacuna de esta universidad. Eso no significa que las que ya comienzan a aplicarse serán inseguras, apunta, pero el proceso es diferente a una aprobación para la comercialización, “que es lo que normalmente requiere una vacuna para ser utilizada”. Y eso también supone, como punto de partida, un desafío para las regulaciones internas de cada país a la hora de aprobar y liberar un medicamento. No todas las vacunas en los portafolios de compra de los países —cuanto más ricos, más diversas son sus preadquisiciones, de acuerdo con los datos recogidos por la Universidad de Duke— cuentan con las mismas garantías. En Chile, tres cuartos de sus adquisiciones vienen de la china Sinovac, sin pruebas de efectividad a día de hoy. Aparte del caso chileno, Ecuador y México cuentan con un portafolio de compras que incluye dos de las más prometedoras ahora mismo (Oxford con AstraZeneca y Pfizer). México en concreto ha diversificado durante noviembre, al parecer esperando a contar con resultados preliminares prometedores para cerrar negociaciones, pues antes no contaba con ninguna de las dos. En Argentina, Brasil y Venezuela se apuesta por la rusa de Gamaleya. Sputnik V (así se llama el proyecto) ha anunciado una efectividad muy elevada, pero al mismo tiempo despierta dudas en la comunidad científica por la falta de transparencia del proceso manejado por el Gobierno de Vladímir Putin. De la misma manera, si finalmente la vacuna encabezada por AstraZeneca con Oxford se tuerce, Argentina, Brasil y Ecuador se quedarían sin la mitad de su inversión actual. Para algunos países, la dimensión geopolítica juega también un papel determinante: Venezuela, por ejemplo, no tiene probablemente capacidad por sí misma para acceder a otras vacunas que no sean de origen chino o ruso. En teoría, el régimen mostró desde el principio su disposición para formar parte del mecanismo COVAX, una alianza internacional formada por 172 países, sobre todo de ingreso medio y bajo, cuyo cometido es precisamente construir una cartera diversificada de inversión en proyectos de vacuna. Sin embargo, a finales de octubre se supo que no disponía de fondos para unirse a Colombia, México o Brasil, otros grandes países latinoamericanos que lo integran. De esta manera, la realidad política también condiciona la sanitaria, y se une a la creciente fragmentación del panorama internacional: al fi n y al cabo, los miembros latinoamericanos de COVAX están adquiriendo ya vacunas por su propia cuenta. Mecanismos como COVAX deberían servir también para mejorar el ajuste entre oferta y demanda en un mercado de vacunas que se volverá complejo más rápido de lo previsto. Y su propia complejidad es también el inicio de obstáculos que muchos países no han anunciado aún cómo van a resolver: 17 días antes de que el gobierno mexicano anunciara que había firmado un acuerdo con Pfizer.
Material delicado
La vacuna de Moderna, una de las que cuentan con resultados preliminares, no aparece en las listas de América Latina por dos motivos elocuentes: por un lado, porque su dosis apunta a ser una de las más caras del mercado —entre 10 y 50 dólares (8,2 y 41,2 euros), según ha dicho Moderna, y probablemente más cerca de la segunda cifra—; por otro, porque deben ser mantenidas por debajo de -20 grados centígrados. Aunque su manejo no requiere de congeladores especiales como la vacuna de Pfi zer (que necesita mantenerse por debajo de -70 grados), el elevado precio de la dosis se suma a las condiciones de una región con una geografía muy diversa y compleja, poblada de rincones donde se combinan temperaturas tropicales con falta de infraestructura energética adecuada. “Es el mayor desafío logístico que el mundo jamás ha visto”, ha dicho Toby Peters, profesor de Economía fría en la Universidad de Birmingham, el Reino Unido, que participa en un proyecto de investigación para elaborar un plan de acción para futuros programas de vacunación a gran escala en el sur del mundo. En su estrategia con horizonte 2030, la OMS habla de un factor más para explicar los vaivenes en la vacunación, que en realidad es el primero de su lista: sostener la confianza es crucial. Todo ello se ve afectado por la disponibilidad de instalaciones, servicios, personal preparado y, por supuesto, la expansión de la desinformación o la frustración de expectativas: ellas solas, en realidad, se bastan para poner en peligro la vacunación.
¿Y si no se la quieren poner?
Los datos que el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) recoge con Facebook en una encuesta continuada que inició en julio para cuatro países de la región son preocupantes. En Argentina, Brasil y Colombia ha venido descendiendo de manera sostenida la proporción de población dispuesta a vacunarse. En México se ha mantenido en niveles del 70 por ciento desde el principio. A finales del año pasado, la red internacional de noticias de ciencia para el desarrollo Scidev.Net reportaba que las barreras habituales contra la vacunación en América Latina se habían diversificado: no eran ya las clásicas brechas económicas y geográficas las que estaban obstaculizando la vacunación, sino el aumento de las dudas sobre su efectividad, la influencia de información externa y las creencias religiosas. A eso había que sumar, señalaban los especialistas, problemas de desabastecimiento. Eso para prevenir enfermedades conocidas. Un año después, con las brechas habituales profundizadas por la crisis, un desabastecimiento de partida y la desinformación desatada, la región debe enfrentar la vacunación para una enfermedad nueva.
//JORGE GALINDO Y ELIEZER BUDASOFF