//Esther Shabot
Este martes 17 de marzo Israel celebran elecciones anticipadas, puesto que el actual gobierno encabezado por Benjamín Netanyahu y su partido Likud, se disolvió hace pocos meses a raíz de profundas tensiones y desacuerdos entre los miembros que integraban su coalición. Cuando se anunció el inicio de la nueva campaña electoral, pocos creían posible un cambio que pusiera fin al liderazgo de Netanyahu como primer ministro. No parecía haber en el horizonte una figura política y un partido capaces de conseguirlo. Sin embargo, a medida que la campaña ha avanzado, no parece haber duda de que Netanyahu y el Likud se han debilitado al grado de que las últimas encuestas realizadas la semana anterior a los comicios muestran ya que el principal partido opositor, el denominado Unión Sionista, encabezado por un hombre y una mujer, Isaac Herzog y Tzipi Livni, poseen una intención de voto que les daría 25 bancas parlamentarias, cuatro más de las que se registran para el Likud de Netanyahu.Unión Sionista, heredero del añejo partido Laborista israelí, representa una fuerza política de centro cuya plataforma difiere en muchos sentidos de la esgrimida por el Likud. Su disposición a llevar a cabo negociaciones con la Autoridad Palestina de Mahmud Abbas es bastante más seria y comprometida; considera nociva la continua expansión de asentamientos judíos en Cisjordania; desaprueba la manera como Netanyahu ha manejado la relación de Israel con su más fuerte aliado, Estados Unidos, (el último episodio revelador de profundos desencuentros se registró la semana pasada cuando Netanyahu compareció ante el Congreso en Washington para criticar la política de Obama respecto a la negociación con Irán); y denuncia también la política económica nacional llevada a cabo a lo largo de estos últimos años, responsable en buena medida de que las brechas sociales se hayan agrandado considerablemente con la existencia de cada vez más población en pobreza y enfrentada a precios de vivienda, servicios y productos básicos inalcanzables para las mayorías.
Sin embargo, aún cuando efectivamente los datos de las encuestas se confirmaran en las urnas, ello no significa que la Unión Sionista se convertirá automáticamente en el núcleo del nuevo gobierno, e Isaac Herzog en el nuevo primer ministro. La naturaleza del sistema político-electoral israelí lo impide ya que el Parlamento o Knéset está integrado por 120 bancas y solo puede gobernar el bloque o coalición política que logre sumar al menos 61 bancas. Si el partido de Herzog consiguiera, por ejemplo, las 25 bancas previstas en las encuestas, más que cualquier otro partido, aún tendría que recibir del Presidente la encomienda de tratar de integrar una coalición. Para ello contaría con un lapso de seis semanas en las que se embarcaría en arduas negociaciones con partidos medianos y pequeños, algunos más afines que otros a su plataforma político-ideológica básica. Y si no lo consiguiera, entonces la misión recaería sobre Netanyahu y el Likud que tendría que intentar lo mismo.
Así las cosas, los resultados de la votación del martes 17 no serán concluyentes y constituirán apenas el principio de un proceso que solo culminará con la formación de una coalición que bien podría quedar encabezada por Herzog o por Netanyahu, de acuerdo con los resultados de tales negociaciones entre partidos. Y ese proceso es bastante complejo ya que son en total once los partidos que se perfilan para obtener bancas, de tal suerte que las combinaciones entre todas esas fuerzas y los intereses entrecruzados que implican están hoy por hoy en posibilidad de dar a luz uno u otro resultado final: un gobierno de centro-izquierda encabezado por Herzog, o uno que de nueva cuenta sitúe a Netanyahu como primer ministro y a su partido Likud como eje del bloque de derecha y derecha extrema muy parecido al que ha gobernado a Israel en los últimos seis años.
Fuente: Excélsior, 15 de marzo, 2015.
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