//Esther Shabot
El próximo martes 3 de marzo el Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, se presentará a hablar ante el Congreso en Washington. Su viaje a la capital estadounidense ha estado rodeado de una intensa polémica dadas las peculiares condiciones en que se planeó y los objetivos explícitos y ocultos de quienes armaron tal evento. El senador republicano John Boehner, el embajador israelí en Estados Unidos, Ron Dermer, y el propio Netanyahu fueron los responsables de la iniciativa cuyo fin declarado es condenar como ineficiente y peligrosa la actual política de negociaciones con Irán en el tema nuclear llevada a cabo actualmente por el presidente Obama y demás miembros del G5+1 (Inglaterra, Francia, Rusia, China y Alemania).La organización de la comparecencia de Netanyahu fue realizada a espaldas de la Casa Blanca, saltándose así el protocolo usual en la diplomacia estadounidense para estos casos, lo que denotó la connivencia entre los miembros más poderosos del Partido Republicano y el liderazgo israelí, cuyos nexos han sido especialmente fuertes en los últimos años. Y la primera pregunta que surge ante este escenario es si con el discurso que pronunciará Netanyahu el gobierno del Presidente Obama cambiará su política respecto a Irán tal como lo pretenden sus adversarios. El sentido común dice que no, absolutamente no, sobre todo cuando la presión para ello es fruto de una maniobra que ha ofendido tan profundamente a la Casa Blanca.
Y si el sentido común sabe que la política hacia Irán no cambiará en función de lo que diga Netanyahu (que es probablemente lo mismo que él ha dicho cada vez que se ha referido al tema en los últimos años), también lo saben los miembros del Partido Republicano y el premier israelí. Entonces, ¿cuál ha sido el objetivo real de todo este montaje? Desde el frente de los republicanos asestar un golpe más a la administración de Obama como parte de la guerra declarada que ha privado entre ellos desde siempre. Hoy que los republicanos son mayoría en el Congreso pretenden hacer sentir su dominio mediante diversos bloqueos a la política de Obama y esta es una más de sus batallas.
Desde la perspectiva de Netanyahu el asunto va más allá de su sólida amistad y sus afinidades con los republicanos. Se trata de las elecciones en su país que se celebrarán el 17 de marzo. El escaparate que le brinda el hablar ante el Congreso en Washington rodeado del escándalo que ha precedido a su visita, tiene que ver con su cálculo electoral respecto al voto del público israelí de orientación derechista para el cual la confrontación con Obama es en sí misma un elemento sumamente atractivo y encomiable.
Todo este espectáculo está teniendo también sus daños innegables. En primer lugar, están las relaciones entre Estados Unidos e Israel que se han visto tensadas como nunca antes. Para nadie es un secreto que la sólida alianza existente entre ambas naciones ha sido contaminada por múltiples desencuentros entre Netanyahu y Obama, siendo la comparecencia de marras el más grave episodio en tal secuencia. Y no solo eso, el público israelí también se ha polarizado alrededor de este tema, como ha sucedido igualmente con la población judía de Estados Unidos. Esta, tradicionalmente simpatizante del Partido Demócrata (en las últimas elecciones 70 por ciento del electorado judío votó por Obama) se encuentra ahora en una circunstancia por demás inquietante y cargada de desconcierto y hasta indignación. Porque para muchos es claro que si la intención honesta de Netanyahu fuera modificar la política de Washington hacia Irán, el camino elegido por el premier israelí es exactamente el que promete un resultado justo en sentido contrario.
Fuente: Excélsior, 1 de marzo, 2015.
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