//Moisés Tiktin*
Como emperador de Alemania, Guillermo II usó un lenguaje xenófobo y amenazador, que fue permeando en el sentir de la sociedad de esa época.No se debe subestimar lo que un bullie arrogante y con poder puede detonar y lo que un lenguaje xenófobo, nacionalista y agresivo puede desatar.
Es muy conocida la historia de bullies que nadie frenó a tiempo, siendo los más famosos en la historia del siglo XX: Mussolini, Hitler y Stalin.
Es menos conocida la de un miembro de la realeza europea que fue nombrado emperador en su país, en 1888, y gobernó hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Este gobernante era arrogante, ignorante e impulsivo. Creía que dominaba la estrategia militar y la diplomacia. Tenía desde niño una idea muy poco realista de lo que realmente podía lograr, buscaba a toda costa el reconocimiento, y cuando no quería enfrentar una situación complicada, se retiraba a una realidad alterna. Con el tiempo, desarrolló una personalidad narcisista que odiaba la crítica. Durante su adolescencia fue enviado a una academia militar donde inició su admiración por el militarismo. Este pensamiento, aunado a un lenguaje racista y xenófobo dominó su forma de pensar durante toda su vida.
Al principio de su reinado, quiso demostrar su poder, por lo que destituyó al famoso primer ministro que había llevado las riendas de su país (y de toda Europa), desde el reinado de su abuelo. Se rodeó de un gabinete que no se atrevía a contradecirlo y ordenó que los ministros le reportaran directamente, lo que provocó una mala coordinación en su gabinete. Este gobernante, conocido como el repentino era errático y agresivo, cambiaba sus planes en el último momento, disfrutaba romper paradigmas, pero lo hacía sin analizar a fondo los temas que criticaba. Para sus críticos, su visión del mundo se basaba en supuestos superficiales, inconsistentes y arbitrarios.
Se caracterizaba por sus discursos políticamente incorrectos, incurriendo en graves errores de política internacional causados por su ignorancia e impulsividad. En 1896 causó un deterioro en las relaciones de su país con Gran Bretaña, al tomar partido por los bóxers en la guerra por el territorio de lo que hoy es Sudáfrica. Durante la rebelión de los bóxers en China en 1900 envió a un ejército para proteger los intereses de su país, asesinando a miles de inocentes. Además, comparó a sus soldados con los hunos, lo que le repercutió negativamente, ya que este término fue utilizado cínicamente por la prensa internacional para burlarse de él y criticar los excesos de su ejército unos años después, durante la Primera Guerra Mundial.
Sus intervenciones desafortunadas casi provocaron la guerra con Francia por el territorio de Marruecos en 1905 y en 1911. En 1908 en una desafortunada entrevista con el diario inglés The Daily Telegraph, criticó la amistad entre Gran Bretaña y Francia y la alianza británica con Japón, refiriéndose de manera racista a los japoneses con el término “el peligro amarillo”. El desastroso resultado de esta entrevista provocó una crisis en su gobierno, donde muchos pidieron que abdicara, lo que desembocó en la destitución de su tercer canciller. Sus críticos afirmaban que actuaba como un “niño travieso, que no podía entretenerse por más de cinco minutos sin quitarle el juguete a alguien más”. Para el ministro del Exterior británico este personaje “era como un barco de guerra, pero sin timón, por lo que algún día provocaría una catástrofe”. Sus colaboradores sufrían con cada uno de sus discursos, ya que cada vez que hablaba destruía años de avances y negociaciones.
El discurso hostil de expansión y agresión militar de este gobernante podía tal vez justificarse ante una situación económica crítica. Sin embargo, su país había tenido una importante mejoría económica. En 30 años se había transformado en un gigante industrial y el PIB de su país había superado al de Gran Bretaña, la principal potencia en el siglo XIX. Además, contaba con grandes adelantos en la industria electrónica y química, y su peso en el comercio internacional había crecido sustancialmente acercándose al de Gran Bretaña. De hecho, ambos países tenían un gran intercambio comercial y claramente se beneficiaban de este.
En sus primeros años de gobierno, supo capitalizar el enojo popular para lograr una gran aceptación. La primera etapa de su reinado se caracterizó por la prosperidad económica, lo que tuvo un efecto narcotizante sobre la población, que sacrificó la libertad optando por una actitud servil hacia él y la elite militar. Sus posturas conservadoras y su lenguaje nacionalista eran compartidas por una buena parte de la clase media en su país. Conforme avanzó su reinado y después de varios años de fracasos diplomáticos y varias crisis internas, fue muy criticado por la prensa, a la que odiaba. Se enfrentaba con el descontento de la derecha y del ejército que lo calificaban de cobarde, por lo que a partir de ahí empezó a utilizar con mayor frecuencia un lenguaje bélico e intimidatorio. Su incesante búsqueda por construir una flota que rivalizara con la británica, más que una estrategia militar era una obsesión provocada por su enorme ego. Durante su gobierno permitió que sus generales actuaran sin comunicarse con sus ministros, lo que hubiera podido resolverse con un poco de supervisión, pero él era demasiado flojo, errático y fácil de distraer como para tomar ese rol.
Este personaje controversial fue el emperador (káiser) Guillermo II, quien gobernó su país de manera errática de 1888 a 1918. El famoso canciller destituido fue Otto von Bismarck, quien había dominado la política europea por más de 20 años, y quien le hizo mucha falta al inmaduro emperador.
El uso del lenguaje xenófobo y amenazador que utilizaba fue permeando en el sentir de la sociedad, como lo demuestra el cambio abrupto en las declaraciones del líder del Partido Socialista alemán, August Bebel, quien a principios del siglo XX se oponía a la carrera armamentista, pero un año antes de la Primera Guerra Mundial afirmó: “La situación geográfica de Alemania requiere de una defensa fuerte”. De manera similar, los intelectuales alemanes se fueron sumergiendo en el nacionalismo y en el militarismo, lo que contribuyó a que estas posturas se insertaran en la sociedad alemana.
En julio de 1914, después de años de discursos violentos y amenazas de guerra, tanto el emperador Guillermo II como su primo el zar Nicolás II de Rusia intercambiaron cartas para tratar de impedir la guerra, pero era muy tarde; ninguno pudo detener a los militares y políticos que decidieron ir a la guerra. En el verano de 1914 miles de jóvenes partieron al frente convencidos de que la guerra era un suceso milagroso, estaban convencidos de la victoria rápida y tenían sueños de grandeza y heroísmo. El káiser Guillermo II fue aclamado en Berlín por las multitudes. Pocos sabían lo que les esperaba.
Al iniciar la guerra, Guillermo II quiso dirigir sus tropas, pero su euforia se convirtió en nerviosismo y depresión, al ser evidente su falta de conocimientos militares, y que su expectativa de un triunfo rápido era infundada. Después de un estancamiento en el frente occidental y varias derrotas en el frente oriental, el ejército alemán derrotó al ejército ruso. Los estrategas militares Hindenburg y Ludendorff fueron tratados como héroes en Berlín. El emperador Guillermo II fue condenado a la inacción y aislado por los militares, quienes convirtieron a Alemania en una dictadura militar de facto. En 1918, cuando la Primera Guerra Mundial cumplía cuatro años, el káiser insistía en que Francia y Gran Bretaña rogarían por la paz y afirmaba: “La victoria está a la vista”, mientras tanto, Hindenburg y Ludendorff buscaban el armisticio sin que él estuviera enterado. Su alejamiento de la realidad era cada vez mayor. El káiser se fue autodestruyendo con el conflicto que él contribuyó a crear. Guillermo II tuvo que abdicar en noviembre de 1918 ante la crisis que prevalecía en Alemania. Vivió hasta 1941 sin admitir que la Gran Guerra fue un grave error, ni aceptar ninguna culpabilidad de los errores estratégicos cometidos. Se dedicó a culpabilizar a otros para explicar la derrota alemana.
El debate sobre la culpabilidad de Alemania en la Primera Guerra Mundial sigue vigente entre los historiadores, pero lo que es innegable es que la carrera armamentista y el discurso expansionista en el que se enfrascaron las potencias a principios del siglo XX alimentaron las ambiciones de los militares y los grupos ultraconservadores en todas las potencias participantes, lo que contribuyó a detonar el primer conflicto mundial que inició en julio de 1914 y terminó en noviembre de 1918. La Primera Guerra Mundial se luchó en Europa, Asia, África y las Islas del Pacífico, participando 27 países. La guerra provocó la muerte de once millones de personas y la destrucción de los campos agrícolas en Europa. Todas las capas de la población de los países participantes fueron afectadas tanto en lo económico como en lo social. Varios historiadores consideran que la Primera Guerra sembró la semilla de la Segunda Guerra, ya que los problemas que no resolvió la primera, aunados a los conflictos que provocó el Tratado de Versalles, fueron causas directas de la Segunda Guerra Mundial.
El principal aprendizaje de la historia es que no se debe subestimar lo que un bullie arrogante y con poder puede detonar, y lo que un lenguaje xenófobo, nacionalista y agresivo puede desatar.
* El autor es director general adjunto de Negocios de Monex Grupo Financiero.