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La vulnerabilidad de los regímenes democráticos ante sus propias reglas (parte 2)

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Moisés Tiktin

En la primera parte de este artículo comenté sobre varios países democráticos que no pudieron contener a líderes autoritarios y oportunistas que mediante el uso de la demagogia, la ‘economía ficción’ y el discurso nacionalista, utilizaron las reglas del juego de la democracia para perpetuarse en el poder. En muchos casos, la falta de contrapesos de las democracias facilitó el establecimiento de regímenes autocráticos. En esta sección continuaré con el tema, analizando la década de los treinta y de los cincuenta.

El 14 de abril de 1931, el rey Alfonso XIII de España abdicó, lo que dio pie al establecimiento de la República. Durante los siguientes cinco años la República Española fue gobernada tanto por la izquierda como por la derecha. Ambos bandos se fueron radicalizando, mientras que la izquierda buscaba a toda costa la separación de la Iglesia y el Estado, la derecha se volvía cada vez más antidemocrática. El 16 de febrero de 1936 el Frente Popular ganó la elección por únicamente 250 mil votos (menos del 2 por ciento del voto total). Manuel Azaña fue nombrado primer ministro en febrero de 1936 y electo presidente en mayo de ese mismo año. El nuevo gobierno tuvo que lidiar con los anarquistas y socialistas, con la derecha y su brazo paramilitar La Falange y con los movimientos separatistas vasco y catalán, en un entorno de desempleo y devaluación.

La Guerra Civil Española inició el 17 de julio de 1936. Los Nacionalistas o Franquistas contaron con el apoyo de Hitler y Mussolini, mientras que el gobierno republicano contó con la ayuda de la Unión Soviética. A cambio de su apoyo en armamento, Stalin presionó a que los comunistas fueran incluidos en el gabinete, resguardó las reservas internacionales de la República en Moscú y organizó el esfuerzo militar con la creación de las Brigadas Internacionales. La República se fue debilitando y perdiendo el apoyo económico de la Unión Soviética. La Guerra Civil terminó en abril de 1939. El Generalísimo Francisco Franco gobernó bajo un régimen dictatorial hasta su muerte en 1975. El intento de democracia española iniciado en 1931 no sobrevivió ante los ataques de la derecha fascista, el enojo de los militares, la izquierda extrema y anticlerical, los nacionalismos regionales y la influencia estalinista. La República Española nunca pudo establecer los contrapesos necesarios para enfrentar las presiones a las que se enfrentó y fue, sin duda, víctima de sus propias reglas. 

Durante esa misma década, varias democracias europeas creadas al terminar la Primera Guerra Mundial se transformaron en dictaduras. Es importante conocer el contexto económico de la época para entender lo ocurrido. Durante la Gran Depresión las principales democracias no podían contener las caídas en el PIB y el incremento en el desempleo. Gran Bretaña que había quedado muy endeudada después de la Primera Guerra, cometió el error de fijar un tipo de cambio sobrevaluado al regresar al Patrón Oro en 1925, lo que implicó revaluar la libra a los niveles previos a la Primera Guerra Mundial. Esta medida, decidida por Winston Churchill cuando era Ministro del Tesoro (Lord of the Exchequer), fue muy criticada por el famoso economista inglés John Maynard Keynes, por los efectos que provocó: una pérdida en la competitividad, un déficit comercial creciente y un elevado nivel de desempleo, que a principios de los treinta alcanzó aproximadamente el 14 por ciento. 

Francia, el otro baluarte de la democracia europea, tuvo una inflación acelerada a principios de los veinte que fue controlada, pero dejó una secuela de falta de crecimiento económico que se agravó a raíz de la Gran Depresión. Entre 1931 y 1934, los precios agrícolas cayeron, el desempleo aumentó y el PIB cayó. La extrema derecha atacaba continuamente al gobierno de la Tercera República encabezado de 1936 a 1938 por el Frente Popular (de izquierda). Esta incertidumbre política aunada a la debilidad económica, se agravó ante una oleada de huelgas, una importante fuga de capitales y el cierre de más de cien bancos.

Estados Unidos, que había sido el modelo de prosperidad desde principios del siglo XX, al haber desarrollado una economía industrial muy dinámica, haber ganado la Primera Guerra sin luchas en su territorio y haber financiado a sus aliados, fue severamente afectado en los treinta. La crisis bursátil de 1929, aunada a una crisis agrícola y una crisis industrial, provocó que el desempleo llegara a niveles muy elevados y que Estados Unidos se hundiera en la Gran Depresión, que fue exportada al resto del mundo.
Las nuevas Repúblicas europeas que habían sido creadas después de la Primera Guerra, ya venían enfrentando diversas crisis desde su fundación. Algunos de estos países pertenecían a imperios que perdieron la guerra y con ello perdieron parte de su territorio, otros habían estado del lado de los países victoriosos, pero al no ganar territorios en las negociaciones de la Conferencia de París de 1919, quedaron en una situación económica poco holgada. A principios de los veinte varios de estos países sufrieron inflaciones y devaluaciones severas, llegando muy debilitados a la crisis de 1929. El deterioro económico que se dio a raíz de la Gran Depresión, provocó un incremento brutal en el desempleo, lo que llevó a la gran mayoría de estas democracias incipientes a buscar alternativas políticas y económicas que los ayudaran a salir de la crisis. Es claro que las principales democracias, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, no eran precisamente el modelo a seguir en esos momentos.  

En Alemania, después de la Primera Guerra se constituyó la República de Weimar. Esta democracia dirigida por una coalición, buscaba dar empleo a los soldados que regresaban del frente, mejorar las condiciones de vida de su población y pagar las reparaciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles. Cumplir simultáneamente con estos objetivos era imposible desde el punto de vista fiscal, por lo que el déficit presupuestal se financió con un desmedido incremento en la oferta monetaria, lo que provocó la hiperinflación de 1922 a 1924 y la pérdida de ahorros de la clase media. Aún más grave fue la fragmentación de la sociedad alemana, que fue perdiendo la fe en su democracia. Las peleas callejeras entre los comunistas y los grupos paramilitares de la extrema derecha, provocaron (al igual que en Italia en los veinte y en Austria en los treinta) el hartazgo de la población con su gobierno. El alemán promedio que estaba harto de la violencia y la inestabilidad y solo pedía orden, fue inclinando su voto hacia partidos radicales que ofrecían soluciones mágicas. La situación económica se agravó con la Gran Depresión, lo que provocó un gran aumento en el desempleo.  

En las elecciones de 1932 los comunistas y los nacionalsocialistas sumaron más votos combinados que la coalición de partidos que estaba en el poder. Joseph Goebbels, quien ocuparía el cargo de Ministro de Propaganda del Tercer Reich y Walter Ulbricht, quien posteriormente dirigiría el régimen comunista en Alemania Oriental, marcharon de la mano en una manifestación en contra de la democracia. Sin duda, los extremos se unen. Un año después el Nacionalsocialismo, cuya guía de acción estaba basada en el Fascismo de Mussolini y en el nacionalismo antisemita, ganó la elección. Irónicamente, el totalitarismo que convulsionó al mundo de 1933 a 1945, surgió del voto popular en una elección democrática.

Después de la Segunda Guerra, varios países de Europa Oriental tuvieron elecciones libres para reiniciar su vida democrática. Sin embargo, Stalin que había logrado ocupar gran parte del territorio de Europa Oriental durante el último año de la guerra, inició en 1945 la misma táctica que había utilizado durante la Guerra Civil Española, la formación de Frentes Populares con coaliciones de comunistas, socialistas y partidos antifascistas, que bajo una fachada democrática eran controlados por los comunistas. Estos ocupaban normalmente los Ministerios del Interior y de Defensa y controlaban los medios de comunicación. Así fue como Polonia, Hungría, Bulgaria y Checoslovaquia pasaron de ser democracias incipientes a convertirse en dictaduras del proletariado. La Unión Soviética supo utilizar las reglas del juego del voto libre y la libertad de expresión para dar fin a varias democracias.  
Las democracias como parte de sus reglas del juego, normalmente no limitan la libertad de expresión, esto las hace vulnerables a discursos populistas y demagógicos sin fundamentos económicos sólidos, pero también las hace vulnerables a los discursos nacionalistas y racistas, que exacerban las diferencias entre los ciudadanos.
El mundo está viviendo tiempos complicados. Desafortunadamente varios hechos parecen recordar la década oscura de los treinta, cuando los gobiernos totalitarios tanto de derecha como de izquierda se afianzaron en el poder y donde el Nacionalismo, la xenofobia y la demagogia fracturaron a muchos regímenes democráticos. Decisiones como el Brexit, la elección de Trump, la construcción del muro, el movimiento supremacista blanco en Charlottesville, el triunfo de la derecha en Austria y la declaración reciente de independencia de Cataluña, muestran el hartazgo de la población con sus gobiernos y el regreso del nacionalismo xenófobo, lo que pone a prueba el sistema de contrapesos de la democracia. 

La necesidad de establecer dichos contrapesos con el fin de evitar que las propias reglas democráticas atenten contra la democracia, deben incluir límites a la libertad de expresión, donde se prohíba que un grupo de personas, escudándose en el Nacionalismo, la religión o la raza, atenten contra los que piensan o son diferentes. Una muy buena justificación de este tipo de límites lo ofrece José Woldenberg en su reciente libro Cartas a una joven desencantada con la Democracia, donde afirma: “la tolerancia hacia los puntos de vista de los demás no es absoluta, se debe tolerar y convivir solo con aquellos que han aceptado las reglas del juego democrático”.  

Ante el resurgimiento del Nacionalismo en el siglo XXI y la vulnerabilidad de las democracias, vale la pena citar la frase de H.G. Wells: “Nuestra verdadera nacionalidad es la del género humano”.

Fuente: El Economista, 23 de noviembre de 2017
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