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Resiliencia en la educación

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Vivian Saade

Existe un término en la física llamado resiliencia, y expresa la capacidad de algunos materiales para recobrar su forma original después de ser sometidos a una presión deformadora. Desde hace unos años, este término fue adoptado por las Ciencias Sociales para referirse a la “capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas e inclusive, ser transformado positivamente por ellas”. Se podría decir que la resiliencia representa el lado positivo de la salud mental.

El proceso de adquirir resiliencia es, de hecho, el proceso de la vida; ya que toda persona se enfrenta en mayor o menor medida a sucesos que conllevan estrés, trauma y rupturas, y tiene la necesidad de superarlos con el menor daño posible. Existen algunos factores que son de alguna manera protectores internos: el autoconcepto, la seguridad y la confianza en uno mismo, así como la facilidad para comunicarse y la empatía. Hace algún tiempo, E. E. Werner estudió la influencia de los factores de riesgo. Investigó durante más de treinta años a más de 500 personas (desde su infancia hasta su vida adulta) nacidos en un entorno de pobreza, en la isla de Kauai. Todos pasaron penurias, pero una tercera parte sufrió además experiencias de estrés y/o fue criada por familias disfuncionales por peleas, divorcio con ausencia del padre, alcoholismo o enfermedades mentales. Muchos presentaron patologías físicas, psicológicas y sociales, como se esperaba desde el punto de vista de los factores de riesgo. Pero ocurrió que muchos otros lograron un desarrollo sano y positivo: estas personas fueron definidas como resilientes. Primero se pensó en cuestiones genéticas (les llamaron “niños invulnerables”), pero después la misma investigadora miró en la dirección adecuada: notó que todas las personas que resultaron resilientes tenían, por lo menos, una persona (familiar o no) que los aceptó en forma incondicional, independientemente de su temperamento, su aspecto físico o su inteligencia.

Necesitaban contar con alguien y al mismo tiempo sentir que sus esfuerzos, su competencia y su autovaloración eran reconocidas y fomentadas, y el hecho de que lo hayan tenido hizo la diferencia. Werner dice que todos sus estudios realizados sobre niños en situaciones desfavorables, comprobaron que la influencia más positiva para ellos es una relación cariñosa y estrecha con un adulto significativo. Es decir, que la aparición o no de esta capacidad en las personas depende de su interacción con otros y de su entorno humano. Si bien los factores protectores de las personas siguen existiendo toda la vida, siempre será fundamental un “otro” humano para superar los problemas, y poder así desarrollar la resiliencia. Después de leer lo anterior, se sobreentiende la relevancia que podemos llegar a tener en la vida de los “otros”, y más aún en la de nuestros hijos. Sin embargo, en esta ocasión quisiera enfocarme en el papel que juegan los colegios en la educación y el desarrollo de la resiliencia. Generalmente, en las escuelas se pone un mayor empeño en detectar los problemas, déficits o faltas de los alumnos; en lugar de buscar y desarrollar sus virtudes y fortalezas. Una manera de empezar a adoptar una actitud constructora de resiliencia en la escuela sería buscando ejemplos anteriores en los que tanto maestros como alumnos hayan superado, sobrellevado o vencido problemas y los medios con que lo hicieron; para hacerlos conscientes y usarlos propositivamente.

El Informe Delors de la UNESCO (1996) especificó como elementos imprescindibles para una política educativa de calidad estos cuatro aspectos: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir con los demás y aprender a ser. La construcción de la resiliencia en la escuela implica trabajar para introducir los siguientes seis factores (Henderson y Milstein, 2003):

1. Brindar afecto y apoyo proporcionando respaldo y aliento incondicionales, como base y sostén del éxito académico. Siempre debe haber un “adulto significativo” en la escuela dispuesto a “dar la mano” que necesitan los alumnos para su desarrollo educativo y su contención afectiva.

2. Establecer y transmitir expectativas elevadas y realistas para que actúen como motivadores eficaces, adoptando la filosofía de que “todos los alumnos pueden tener éxito”.

3. Brindar oportunidades de participación significativa en la resolución de problemas, fijación de metas, planificación, toma de decisiones (esto aplica para los maestros, los alumnos y con el tiempo para los padres). Que el aprendizaje se vuelva más práctico, la currícula más pertinente y atenta al mundo real, y las decisiones se tomen entre todos los integrantes de la comunidad educativa. Deben poder aparecer las fortalezas o destrezas de cada uno.

4. Enriquecer los vínculos pro-sociales con un sentido de comunidad educativa. Buscar una conexión familia-escuela positiva.

5. Es necesario brindar capacitación al personal sobre estrategias y políticas de salón que trasciendan la idea de la disciplina como un fin en sí mismo. Hay que dar participación a los maestros, los alumnos y en lo posible, a los padres, en la fijación de dichas políticas. Así se lograrán fijar normas y límites claros y consensuados.

6. Enseñar «habilidades para la vida»: cooperación, resolución de conflictos, destrezas comunicativas, habilidad para resolver problemas y tomar decisiones, etcétera. Esto solo ocurre cuando el proceso de aprendizaje está fundado en la actividad conjunta y cooperativa de los estudiantes y los maestros. Partiendo de que los niños pasan gran parte de su día tanto en los colegios como en clases extracurriculares; lograr que los factores constructores de resiliencia se fomenten de manera intencional por parte de los maestros, podrá brindar a nuestros niños las fortalezas extras que se necesitan para ser resilientes en la vida, sea lo que sea que les depare el futuro. 

DATOS: 

Encauza
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Algunas veces solo hace falta redescubrirlo y desarrollarlo.

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Palabras de la Lic. Vivian Saade de Metta Vicepresidenta del Comité de Actividades