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El problema de ser mujer en trabajos masculinos

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Susan Chira

Insultos, toqueteos… incluso abusos. Ese tipo de acoso sexual era un gaje del oficio por ser una de las pocas mujeres en una obra de construcción, en una mina o en un astillero. Esas profesiones siguen siendo dominadas por hombres, y el acoso les puede parecer incontrolable a una gran cantidad de mujeres.

Sin embargo, ¿qué pasa si el problema no es simplemente cómo se comportan sus compañeros? ¿Qué pasa si el problema es la manera en que la sociedad ha definido esos empleos? Algunos trabajos son masculinos - no solo trabajo de hombres, sino también una definición esencial de masculinidad. Amenazar ese statu quo no solo parece impertinente, puede ser peligroso.

Esta dinámica se desarrolla en lugares de trabajo de toda clase, y cruza líneas políticas partidistas. No obstante, es particularmente marcado en los empleos de la clase obrera que alguna vez formaron una suerte de trinidad masculina: pagaban el salario del proveedor de la familia, encarnaban fuerza y conformaban el pilar de la economía estadounidense.

Como lo dijo de manera mordaz Christine Williams, una profesora de Sociología de la Universidad de Texas, en Austin, “a las mujeres que tienen empleos de hombres, les dicen putas o lesbianas, cada una maltratada a su propia manera”. Aunque las estadísticas son inconsistentes, algunos estudios han concluido que el acoso sexual es más regular e intenso en ocupaciones tradicionalmente masculinas. Además, un análisis de The Upshot de The New York Times sobre los tipos de ocupaciones de la clase obrera mostró que la presencia de las mujeres en esos empleos se mantuvo estática o disminuyó entre 2000 y 2016.

Las mujeres son tan escasas en esos oficios que algunos hombres se rehúsan a verlas como mujeres. La única mujer en un equipo de reparación para sitios de parques eólicos levantó una demanda en la que dijo que sus compañeros de trabajo le habían puesto apodos de hombre, que iban de lo común a lo obsceno, porque creían que solo un hombre era capaz de hacer ese trabajo. Los hombres insinuaban que debía tener pene o ser lesbiana.

En entrevistas con más de sesenta mujeres en oficios dominados por hombres, como la construcción, Amy Denissen, una profesora adjunta de Sociología de la Universidad Estatal de California, en Northridge, y Abigail Saguy, una profesora de Sociología de la Universidad de California, en Los Ángeles, encontraron incontables ejemplos similares. Aunque también acosaban a las mujeres lesbianas, “de alguna manera, ellas son consideradas menos amenazantes”, dijo Saguy. “Las ven como personas que no son mujeres por completo”.

Además, consideran que las mujeres que intentan seguirles el juego respecto de las bromas sexuales o que se comportan de manera femenina, están coqueteando con los hombres o son menos competentes en una cultura laboral en que la capacidad se define en términos masculinos. “El acoso sexual a menudo es una manera en que los hombres reafirman la feminidad de las mujeres y les dicen: ‘Este es tu lugar; regresa a donde perteneces’”, dijo Saguy. “Al mismo tiempo, las mujeres usan su feminidad, coquetean un poco y siguen el juego de algunos de los estereotipos de feminidad para que las acepten”.

Las mujeres, así como los hombres, pueden ejercer el arma de la sexualidad en el lugar de trabajo, como lo vi durante meses de entrevistas acerca del acoso sexual en dos plantas de Ford en Chicago. En ese caso, además del abuso persistente por parte de los hombres, varias mujeres también fueron acusadas de intercambiar sexo por empleos mejores o menos demandantes físicamente. Sin importar si las obligaron a tener sexo o ellas lo utilizaron para burlar el sistema, una constante ha sido que, en la mayoría de los casos, los hombres son supervisores y tienen el poder de amenazarlas o hacerles favores.

“El poder ha estado entrelazado con la evolución de los empleos de manufactura masculinos desde la Revolución Industrial”, dijo Alice Kessler-Harris, una profesora emérita de Historia de la Universidad de Columbia. Aunque muchos de los primeros empleos de fábrica en lugares como las plantas textiles fueron ocupados por mujeres que podían optar por no trabajar en las granjas, los hombres se quedaban con muchos de los empleos de mayor estatus y mejores salarios. “No es algo nuevo”, dijo Kessler-Harris acerca del acoso sexual y el resentimiento masculino. “Es tan viejo como la cultura masculina. Los hombres asumieron que los mejores trabajos, los empleos cualificados, eran suyos. Si una mujer se atrevía a tener uno de esos puestos, pobre de ella”.

Los empleos adoptaron características específicamente masculinas o femeninas -y la sociedad los valoró según esos rasgos. “La mayoría de las personas que se dedicaron a la enfermería en un principio fueron hombres, pero cuando las mujeres acapararon esta profesión, la palabra enfermera se redefinió como cuidadora; la actividad secretarial, alguna vez exclusiva de los hombres, acogió los dedos hábiles de las mujeres que tecleaban y estas fueron consideradas la luz de las oficinas”, dijo Kessler-Harris. Esos empleos a menudo tenían sueldos más bajos, mientras que los que requerían fuerza física eran mejor pagados. Cuando las mujeres fueron necesarias durante la Segunda Guerra Mundial, cortar una hoja de metal se equiparó a cortar un patrón de tela y soldar a abrir una lata de jugo de naranja, comentó. Después de la guerra, los hombres exigieron volver a esos empleos, y la mayoría de las mujeres quedaron exiliadas de regreso en la cocina.

Después de 1964, conforme el Título VII de la Ley de Derechos Civiles se usó gradualmente para dar acceso a las mujeres a industrias que solían cerrarles las puertas, tales como la construcción, la minería y la construcción naval, la furia de algunos hombres creció, explicó Kessler-Harris.

“No creo que se pueda entender esa noción de acoso sexual y el enojo de los hombres con las mujeres, su disposición a desquitarse mediante toda esa hostilidad sexual hacia ellas, a menos que imaginemos la idea de los hombres de que era su derecho tener ese tipo de empleos”, comentó.

Saguy dijo que los empleadores aprovecharon la idea de que la masculinidad estaba entrelazada con ese tipo de trabajos. “Aunque debieran tolerar malas condiciones laborales, la compensación era saberse hombres de verdad”, agregó. “Después, cuando las mujeres comienzan a tener esas ocupaciones también, ¿qué significa eso? Que si las mujeres pueden hacer el mismo trabajo, quizá no es tan masculino después de todo”.

En este momento, algunas temen que haya represalias debido al enfoque intenso en torno al acoso sexual. Además, hay preocupación de que muchos de los remedios previstos, desde la capacitación hasta la promoción de las mujeres y las fuertes sanciones, puedan no ser suficiente, generar más resentimiento o perpetuar el estereotipo de que las mujeres siempre son víctimas. Las demandas abundan, pero pocas veces logran cambios profundos en todo un sistema, dijo Williams. Muchos académicos a los que entrevisté argumentaron que son necesarios cambios fundamentales, como reestructurar las organizaciones para que sean menos jerárquicas y reexaminar las escalas de pago para el trabajo de los hombres y las mujeres. “Me gustaría pensar que habrá cambios permanentes que nazcan de esto”, añadió Saguy. “Pero aún no los veo”.

Sin embargo, algunas personas que han observado o han capacitado a hombres alguna vez recalcitrantes citan pequeños logros a la hora de cambiar percepciones acerca de la naturaleza de los empleos masculinos. Ellen Bravo, directora de Family Values at Work, halló que los bomberos en Kansas City, Misuri, se habían adaptado a cambios que alguna vez tacharon de ser poco masculinos, como usar máscaras para protegerse del cáncer de pulmón o hablar acerca del duelo después de presenciar la muerte y el sufrimiento.

Jessica Smith, una profesora adjunta de la Escuela de Minas de Colorado, estudió la experiencia exitosa de mujeres en una mina de Wyoming en la década de 2000 durante una época de muchas contrataciones, cuando no se pensaba que las mujeres estaban quitándoles el trabajo a los hombres. “Redefinieron lo que era ser un buen minero lejos de aquella imagen hiperbólica y muy masculina”, dijo. “Un buen minero era alguien que se preocupaba por sus compañeros, alguien responsable. Esos eran rasgos que las mujeres también podían encarnar”.

Ahora que los líderes de algunas organizaciones están cayendo, Kessler-Harris analizó este momento con su mirada de historiadora. “Después de cincuenta años en que las mujeres se aguantaron sin quejarse o renunciaron, por fin están diciendo que eso ya no es aceptable”, agregó. “Lo que estamos viendo ahora es un ataque contra el poder masculino y la posibilidad de por lo menos un cambio”.