El sendero hacia la colina

Título: El sendero hacia la colina
Categoría: Abierta / Cuento
Pseudónimo: Luciérnaga

Andrés creció en un pequeño pueblo, donde las tardes se vestían de oro y el viento sabía a tierra húmeda. Desde niño, su refugio era una colina vieja y desgastada, coronada por un roble torcido que había resistido los años. Ahí, sentado en la sombra, podía mirar el mundo a sus pies sin sentir el peso de ser parte de él.

Era un lugar que no cambiaba, a pesar de todo lo que en su vida sí lo hacía. Los días de escuela, las peleas en casa, las expectativas de los adultos que parecían tan absurdas. Mientras sus amigos corrían detrás de las metas que el mundo les imponía, él siempre volvía a esa colina. Escapaba de las palabras vacías, las promesas rotas y la sensación de que estaba destinado a algo que aún no podía comprender.

Con el tiempo, el roble y la colina se convirtieron en un santuario. Cada hoja que caía le contaba secretos del tiempo. En los días de tormenta, las ramas crujían como si el árbol llorara por algo que nadie más entendía. A veces, Andrés se sentaba y dejaba que el viento despeinara sus pensamientos, tan silencioso como el roble, tan distante como el cielo que lo cubría.

Una tarde, después de una larga temporada fuera de su hogar, Andrés regresó al pueblo. Todo era familiar, pero extraño a la vez. Los colores seguían siendo los mismos, los rostros también, pero él ya no lo era. Sus pasos lo llevaron, casi por inercia, a la colina.

Sin embargo, cuando llegó, el roble ya no estaba. Solo quedaba un tronco partido, despojado de vida. Los años habían hecho su trabajo. Andrés se arrodilló frente al viejo tronco y apoyó una mano sobre la madera agrietada. Por primera vez, sintió que había perdido algo irrecuperable.

El viento siguió soplando, indiferente, y el silencio fue más pesado que nunca. Andrés se levantó lentamente, sabiendo que, aunque pudiera regresar al pueblo, nunca podría volver del todo. Lo que había sido suyo —el roble, la colina, su infancia— ahora era solo un recuerdo, atrapado en un lugar que ya no existía.

Y así, el hombre caminó cuesta abajo, sin mirar atrás, dejando que el pasado se quedara donde siempre había pertenecido: entre las raíces profundas de una colina que había dejado de ser suya.