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Acerca de la Sinfonia

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Susy Anderman

Donde hoy día juegan los niños, donde se reúnen madrijim y janijim de Macabi Hatzair, en el que corren jóvenes, circulan adultos y transitan con toda seguridad quienes tuvieron la experiencia de huir de la Segunda Guerra en Europa, el jueves pasado cuando el CDI presentó el acto de conmemoración de Yom Hashoá, provocó que el jardín donde está ubicado el monumento del niño con los brazos en alto ante la amenaza del nazismo, esa escultura del artista Enrique Shor, que de pronto hubiera parecido que también tomó vida esa noche en un bosque de tristeza y de memoria por las víctimas del Holocausto. Un entorno sumamente sugestivo de quienes sufrieron, porque no solo la sinfonía de Górecki dio el marco solemne, también la iluminación, el colorido de las luces clamaba junto con la danza manierista que cala por su expresividad manifiesta en cada paso, exaltando la realidad del dolor.

La forma peculiar de expresión de alguien como David Attie, quien dirigió esta Sinfonía de las lamentaciones, con temáticas muy representativas de lo que fue, es y será el significado implícito de la Shoá para nosotros los judíos. La historia del pueblo despojado, las madres antes fértiles, los huérfanos, las cartas nunca leídas, los prejuicios alrededor del judío estereotipado, la cadena de antisemitismo, el odio, la condena injusta, la pérdida de la libertad y de la vida, los muertos y los cadáveres, uno encima del otro.
Ese bosque lleno de simbolismos, un idioma lamentablemente comprensible para quienes lo vivieron, o por esa herencia de sufrimiento de la que fuimos testigos con el llanto de nuestros abuelos o padres.

Por si fuera poco, el espectador también quedó petrificado además de las imágenes, con la voz de la soprano Cecilia Eguiarte, vestida de blanco, como una señal de nuestro profundo deseo de que el alma de cada asesinado, lograra entonces a su muerte quedar en paz, “…concede auténtico descanso sobre las alas de la Shejiná” (Presencia Divina), (…Hamtzé Menujá Nejoná al Kanfei Hashjinná).

En palabras de David Attie “No hay más que sublimar el tormento y punto”; pregunto, ¿si esto fuera fácil?, “purgarnos danzando, la música como catalizador ritual del dolor”.
Isaac Podbilewicz como productor ejecutivo, sumado a la coreografía del propio director David Attie, en conjunto con gente como José Enrique Litenstein, Alan Bratt, Latife Zetune y Bety Rayek, sorprenden al traducir sin palabras. Tan solo el movimiento transmite el mensaje, que ha sido heredado como una cadena transgeneracional, casi como un código que perpetúa al futuro la responsabilidad de cada judío, la obligación y compromiso personal de luchar en contra del olvido, y más aún de que jamás la humanidad vuelva a ser testigo de una injusticia similar, ni para los judíos ni para ningún pueblo ni grupo social que viva en el mundo. La presencia de jóvenes bailarines con esa fuerza superada, a pesar de atrocidades de ese inconsciente colectivo, del contenido paranoico de la psique que está más allá de la razón.

La cadena de antisemitismo no se rompe, “... Se ha reído de mis pérdidas, se ha burlado de mis ganancias, ha despreciado a mi pueblo, ha desbaratado mis negocios, ha enfriado a mis amigos, ha enardecido a mis enemigos, ¿y cuál es el motivo?, que soy judío.” (Shylock, personaje en El mercader de Venecia, de William Shakespeare).

Pero es innegable que debamos conservar la voluntad que no debilita a las generaciones, que a pesar de la experiencia de la Shoá, sirva todo esto como una necesidad constante de renovación que no se gasta con el tiempo, y es por eso que cada año, cada vez, Yom Hashoá es nuestra capacidad moral, y su análisis aunque para ajenos parezca excesivo, será por siempre retórica para que “el mal no sea esencia del hombre mismo”.

FOTOS

Yom Hashoa Sinfonía de las lamentaciones