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Identidad y diversidad dentro del problema Israelo-Palestino

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

Cuando pienso en la diversidad de la humanidad inmediatamente me remito al mito bíblico de la Torre de Babel, donde D-os castigó la soberbia humana por intentar llegar a sus alturas y tratarlo como igual, con la gestación de los distintos pueblos con sus propios idiomas, formas de pensar, usos y costumbres, es decir, con sus específicas identidades. Mejor castigo no pudo haber inventado el Todopoderoso, ya que hasta hoy día la humanidad no ha podido superarlo. Por el contrario, ese castigo despierta su impulso a la intolerancia, violencia y destrucción del otro en lugar de orientarla hacia la convivencia y entendimiento pacífico entre los pueblos, religiones, y hoy día, entre naciones distintas.

Esta reflexión también me lleva a reflexionar sobre el problema israelo-palestino que hasta nuestros días no ha podido llegar a un acuerdo pacífico, aunque doloroso para ambas partes. Trato de fundamentarme en la Biblia y reconocer que la tierra de Canaán fue habitada siempre por distintos pueblos, más sin embargo, D-os se la prometió a los patriarcas israelitas y a sus generaciones venideras, para establecerse y habitarla. El problema era qué hacer con los otros paganos que también vivían en ella. Con tumbos y tropiezos y bajo distintas conquistas de las potencias de la época, los judíos convivieron con sus vecinos hasta que fueron expulsados y fueron emigrando a otros rincones del mundo, donde sobrevivieron debido a varios factores, entre ellos la fuerza de su identidad religiosa, su conciencia de su diferencia y supervivencia ante los pueblos que los rodeaban y su noción espiritual de ser el pueblo elegido de D-os al que se le despojó de la tierra prometida con la esperanza de que algún día retornaría del exilio a ella.
Después de 2000 años de vivir en la diáspora donde el pueblo judío se desarrolló y prosperó con diversas culturas, pero donde también fue víctima de la hostilidad y persecución, este pueblo decidió solucionar el problema del antisemitismo con el retorno a la tierra prometida, en plena gestación de la formación de los Estados nacionales. Sin embargo, esa tierra llamada en ese entonces Palestina para borrar todo vestigio judío de lo que había sido Tzión, Israel, Jerusalem o Judea estaba habitada con los descendientes de sus vecinos de antaño combinados con otros pueblos que los habían conquistado, amén de que ya no eran los pueblos politeístas de los tiempos bíblicos, sino profesaban en su mayoría la fe musulmana y vivían sojuzgados por el Imperio Otomano. Pronto la lucha de corte nacionalista y religioso entre ambos pueblos por apropiarse del terruño de la “leche y miel” significativo para los dos estalló, y aunque el intento de formar dos Estados para dos pueblos se trató de llevar a cabo entre 1947 y 1948, este no se ha logrado materializar por la renuncia de lo que hoy se llama el pueblo palestino a aceptar parte de esa tierra en pugna.
Desde ese entonces, apoyados por diversos países árabes que los han abanderado y financiado como símbolo de una identidad panárabe-musulmana, el deseo de sus líderes, basados en variopintas posturas radicales, ha sido la recuperación de toda la tierra o de la lucha a muerte hasta recobrarla, es decir, el no reconocer el derecho del pueblo judío a la otra porción de ese hábitat para construir el Estado de Israel, aunque eso le implique quedarse sin nada, con el propósito de conseguir el todo en un futuro indefinido, pese a que ello implique dar la vida a toda costa, y por lo tanto, morir “heroicamente”.
Esto ha llevado a una larga espiral de violencia cada vez más aguda entre ambas partes sin que se haya ha podido llegar a acuerdos fundamentales que permitan la existencia de las dos como naciones constituidas, aun cuando ello signifique cesiones dolorosas para ambas, y sobre todo el reconocimiento del derecho de ambas a existir y a compartir como vecinos “distantes” parte de esa tierra. En este proceso de violencia escalada que aparentemente no tiene fin, cada uno utiliza e incluso manipula su propia memoria histórica hasta hacerla parte de su ideología política a seguir, para justificar su derecho de existencia en ese territorio, lo que obnubila aún más la capacidad y disposición de repartirla y compartirla.
No se niega que el Estado de Israel desde su fundación ha reconocido el derecho de lo que hoy es el pueblo palestino a existir como nación; sin embargo, nunca ha podido llegar a negociar las demandas de cómo este quiere existir en vecindad con el Estado judío, sobre todo cuando las alas palestinas radicales, pugnan por la desaparición de Israel, impulsando a su población para que su vida cobre sentido únicamente con la muerte, para alcanzar este objetivo. Este tipo de resistencia impregnada en el corazón de muchos palestinos se ha valido de hombres bombas suicidas, lanzamientos diarios –y en algunas épocas intensivos- de proyectiles de corto y mediano alcance con tendencia a incrementar su longitud, de la construcción de múltiples túneles subterráneos para secuestrar, atacar y mermar a la población civil israelí, entre otras estrategias desgastantes e inverosímiles para la mentalidad judía para mostrar su reclamo y encono, no solo con Israel, sino con el mundo, por su situación apátrida y de refugiados.
Con el transcurso del tiempo y ante el deseo de la población civil israelí de tener seguridad para realizar su vida, las posturas políticas moderadas de Israel con mayor disposición a llegar a un acuerdo de paz se han debilitado drásticamente, mientras que las posturas extremas, tanto seculares como religiosas, han adquirido más preponderancia para marginar a los palestinos de Gaza, seguir ocupando y fundando asentamientos judíos en Cisjordania, lo que obstruye la conciliación para el reconocimiento del derecho de ambos pueblos para existir como dos naciones independientes. La posibilidad de solución a este problema que tanto nos afecta a los judíos del mundo y obviamente más a los israelíes que lo viven en carne propia, no está en la premisa de existes tú o existo yo, sino en la disposición de reconocer por cada parte el derecho a la existencia de ambas, y por tanto, de tener que sacrificar y ceder elementos muy significativos para las dos, para conseguir este fin, aunque el país a formar por ambas, no sea el que políticamente se haya anhelado en sus mentes.
Hasta ahora ese momento no ha llegado y mientras no llegue seremos testigos de estas conflagraciones recurrentes y simbólicas que provocan grupos de corte yihadista como el Hamas para conseguir grandes éxitos mediáticos en el mundo y fortalecerse políticamente dentro de la población palestina. Escaladas violentas que desafortunadamente afectan la imagen de Israel como “criminal de guerra” pese a que tenga todo el derecho a desplegar su fuerza militar para defender y proteger a su población y que conllevan a un antisemitismo disfrazado de antiisraelismo en distintas partes del mundo.