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Entrevista a Arturo Ripstein, quien recibió la medalla Bellas Artes

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Susy Anderman

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) otorgó el pasado 23 de febrero, la Medalla Bellas Artes 2013, al cineasta Arturo Ripstein, con una trayectoria de 50 años, siendo la primera vez que esta distinción se hace al Séptimo Arte. Por tal motivo, fue de nuestro interés, establecer un diálogo con quien representa una de las figuras más destacadas del cine mexicano, con alrededor de cuarenta títulos.

Nacido en la Ciudad de México en 1943, en el seno de una familia judía, y en el ambiente de la cinematografía, al ser hijo del productor Alfredo Ripstein, cuestión que le permitió conocer a gente como Luis Buñuel, del que tomaba notas y aprendía de la forma en que desarrollaba sus películas, lo que sirvió en su formación, como lo explica él en sus propias palabras: “Antes no había escuelas de cine, este se aprendía viéndolo en las salas, no como ahora, que lo tenemos en casa, tenía uno que ir y estar muy atento a ver qué pasaba, qué estrenaban, qué cine clubes había y cuáles eran las programaciones. En fin, se aprendía de otro modo. Antes solo había libros muy diferentes de los que se tienen acceso ahora, engalanan a las celebridades, hay hasta biografías de Quentin Tarantino y Tim Burton que no tienen nada que ver con aprender a hacer una película. Mi papá me llevaba a los estudios, era mi oportunidad para ver a los cineastas, y como yo tenía muchas ganas de aprender, les pedía permiso para que me dejaran ver qué era lo que hacían, entonces tomaba fotos y notas, le preguntaba a todo el mundo, no había ningún método. Era como fuera, a quien se dejara, era como error y error, no había prueba, yo le preguntaba al productor y al actor o al fotógrafo, no había ninguna metodología, no había sistema, entonces yo aprendí el oficio a la trompa talega, a ver cómo salía, lentamente fui afinando el instrumento, pero tomó mucho tiempo”.

Arturo Ripstein se desespera, cuando piensa si existe un público de amplio criterio y conocimiento para evaluar el cine, y que a la vez esto pueda generar una exigencia para quienes dirigen las películas, ante lo cual el merecedor de la Medalla Bellas Artes, opina: “No tengo ni la menor idea, yo nunca he entendido por qué una película funciona y otra no, cuando además hay dos igualitas y una es un éxito y la otra nada, y son idénticas, cuál es el gusto del público, no tengo ni las más remota idea, lo único que sé que es despreciable, abominable y atroz, que cuando usted va a un festival y la película X gana el premio del público, es la horrible, eso es exactamente todo lo contrario de lo que a mí me interesa del cine”.

¿Eso quiere decir que el éxito de una película se basa ya más en una mercadotecnia?

No, se basa en el mal gusto, la mala educación, la ignorancia y una mercadotecnia. Pero últimamente, la ignorancia es ya muy patente. El cine ya no es artístico, es relajo, entretenimiento, es rigurosamente, matar el tiempo.

¿Se necesita un público más intelectual?

Para ciertas películas sí o para películas más interesantes sin duda.

¿Su película El castillo de la pureza marcó un hito en el cine?

No tengo idea, eso tendría que ser un historiador el que lo dijera. Lo que sí, la película la gente la vio y todo el mundo decía “tengo un papá como ese, un tío como ese o yo soy así.

¿Usted hizo varias películas con guiones de escritores como José Emilio Pacheco, Gabriel García Márquez y después con su esposa Paz Alicia Garciadiego?

A mí me gustaba más trabajar con escritores, eran más abiertos y no con guionistas, porque los escritores aportaban mejores cosas, y las cuestiones técnicas las resolvía yo mismo en el guión, y decía, vamos a hacer esto así y esto no se puede y esto sí. Por eso me metí a trabajar con ellos, yo los veía trabajar, y ellos me escribían las películas.

¿Con cuál de sus películas se identifica usted más?

Con ninguna. Hay una frase de Truman Capote que dice: “D-os te da un don y un látigo”, a mí el don consistió en hacer las películas y el látigo es tener que verlas. Hacer las películas es muy entretenido, verlas es ya otra tarea.

¿Pero el producto final sí le satisface?

No tengo idea, hay que preguntarle al productor, hago lo que puedo. Siempre he intentado hacer lo mejor posible y ahí va, también he intentado seguir trabajando para que la siguiente película ya sea la buena y he sido afortunado, porque he seguido en una carrera de casi cincuenta años. Es una carrera muy larga.

¿Qué sintió al recibir este premio?

Bien, me sentí bien, nunca le habían dado un premio a un cineasta, estamos como muy poco apreciados, es así como un trabajo de cirquero o de mariachi.

¿Su cine es de arte?

Pretende serlo, al arte se acerca a uno, no lo busca, de pronto por fortunas inesperadas y azares extraños lo encuentra uno, pero no lo busca.

Por ejemplo, en la película El castillo de la pureza, hay partes que son muy artísticas.

Pues es cuestión de definir. ¿Cómo se logra? haciendo el mejor trabajo posible, insistir, darle vueltas y ocurre muy rara vez, que se parezca al arte. Pasa poco.

¿Se puede decir que de repente ciertas decisiones se convierten en casualidades artísticas?

Probablemente sí. La belleza es común, decía Borges, pero cuando se le da sentido, es arte. Aglutina o se amalgama, le da forma, se vuelve una forma intelectual. D-os fue muy poco generoso en ese sentido, no en el cine, sino en la humanidad. Durante aproximadamente 4,000 años de cultura, han sido pocos los elegidos. Y hay libros en donde estos seres excepcionales, los elegidos han escrito las verdades.

De la película El Santo Oficio ¿cuál fue su interés particular?

Hablar sobre la intolerancia, pero la intolerancia más concreta. En los inicios del cine mexicano eran pocas las películas que trataban este tema. Al principio, había películas de sustos y misterios.

Me voy a meter un poco en su judaísmo, ¿tuvo que ver algo su decisión por el tema del Santo Oficio?

Yo leí un libro formidable sobre la inquisición, a partir de eso, retomé ese tema y me resultó muy bien.

Me puede hablar sobre su judaísmo, sobre su identificación.

Tuve una práctica muy pobre del judaísmo cuando fui pequeño. No soy judío de Shabat, pero nunca he negado mi judaísmo.

Arturo Ripstein nos refiere a sus padres nacidos en México, y a sus abuelos inmigrantes de principios del siglo pasado.

Al recibir el premio, dijo: “Recojo esta medalla con doble gozo, el del premio que se me otorga por mi larga carrera de casi 50 años, y por el que a través mío, se le otorga a cierto cine mexicano reconociéndole a sus obras su condición de arte”. 

Dialogar con él, fue descubrir una personalidad que hace meditar sobre la razón de sus películas y sus personajes, como él mismo explica, surgieron de una mera casualidad en el pleno ejercicio creativo, sin ninguna sustentación de sabiduría psicológica o social, sino del producto mismo del arte por el arte, vaciando cuadros espectaculares de los fenómenos de un México, que se retrata desde el enfoque más microscópico e íntimo del ser humano, desde la lente de este director, cuya mirada asusta, si uno no comprende que detrás, existe un hombre inquieto, con mucho enojo y algo de tristeza, porque no ha habido justicia para el arte que él venera.