Siempre contaremos con nuestra familia. Eso es lo que pensamos. Sin importar los errores que cometamos, lo mucho que nos lastimemos y lo poco que nos veamos, estamos convencidos que la familia estará ahí cuando más la necesitemos. Eso quizás no sea cierto para Lola (Debbie Amiga), una hippie que ya enterró a dos maridos (el fantasma del segundo de estos, Jesús (Alan Klapp), la sigue visitando y crió a cinco hijos que no le prestan mucha atención. Su hija mayor Flor (Micaela Frydman) le guarda rencor por muchas experiencias traumáticas que vivió de niña, y ahora se refugia en la religión y las peculiaridades de su esposo Hernán (Zión Tamsot), un maestro obsesivo-compulsivo con ideas muy arcaicas. Su hijo Narciso (Gabriel Kareh) está en problemas con unos chinos por involucrarse en negocios sucios. Margarita (Orly Melamed), su hija adolescente que todavía vive con ella, simplemente quiere que la dejen en paz para que vea Acapulco Shore. Su hijastra Lluvia (Cynthia Schejtman) es la única que parece ser cordial con Lola, aunque tiene sus propios asuntos con los que tiene que lidiar.
Su hijastro Daniel... bueno, de él no sabemos mucho porque nunca lo conocemos. Lola tiene algo que decirle a esta familia que casi nunca se junta y cuando los junta a todos para cenar, como buena familia disfuncional salen secretos y rencores que llevan guardados muchos años y con la ayuda de Alberto (Aarón Policar), el nuevo novio psicólogo (después de que presente las materias que le faltan) de Lluvia tratarán de llegar a un estado familiar que se parezca a la armonía... o dejará de llover afuera y todos se irán. También juegan parte en esta historia Marcela (Cecilia Franklin), la abogada de Lola que también es su cómplice en tender una trampa, Jin (Michelle Burak), una repartidora china que tiene unos asuntos pendientes con Narciso y Leopoldo (Ilan Fleitman), un conductor de un noticiero de radio que, por lo menos por esta noche, no parece tener noticias.
Lo que vi en escena: explorar una tragedia familiar a través del humor negro es algo que requiere un balance muy delicado de tonos, cosa que Eliezer Gormezano logra sacar de este texto de Ángel Serrano Laguna que tiene al público riéndose de las desgracias de estos personajes un minuto (el texto deja muy claro que estamos acompañando a personas desagradables), y pidiendo la empatía del público hacia su situación en el siguiente. En una puesta como esta, el éxito depende del elenco, su química como ensamble y el ritmo que le dan, pero esta puesta además cuida detalles de vestuario y escenografía que le dan un toque único a esta familia chiflada (incluyendo una terraza con mesa de comedor donde vemos a varios de los personajes interactuar cuando no son el enfoque de la escena). Hay un epílogo que dependiendo de los gustos de cada miembro del público posiblemente termina sobrando (ya que le quita un cierto grado de ambigüedad que hubiera sido perfecta para esta historia), y a momentos sí cae en el melodrama, pero esos momentos son rescatados por ese humor negro que se vuelve el aire que estas personas respiran.