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¿Viejo… yo?

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Psic. Mauricio Carvajal

La simple denominación de viejos con que llamamos normalmente a los Adultos Mayores puede ser vista en el mundo actual como algo que no tiene importancia. La de hoy, es una sociedad que vive el usar y descartar todo lo que usa; así, los ancianos contemporáneos son tratados muchas veces (sino es que todas) como algo descartable, como algo que estorba, que molesta, que ya no se necesita, y que no hay tiempo para dedicarle.

Llegar a viejos es algo que (inconscientemente) desea todo el mundo, pues nadie quiere morirse joven. Una paciente siempre me decía que se llega a viejo solo si uno no se muere de joven. Y ese es, inevitablemente el único camino. No obstante, muchas veces oímos decir que “antes que verme viejo, prefiero la muerte”.

La juventud, la vejez, la muerte, son tres lados de un mismo triángulo. Conforman estas tres partes una especie de tríada trágica, inevitablemente humana, como lo expresaría el Dr. Víktor E. Frankl. Y en medio de ellos se juega, precisamente, la transitoriedad de la vida, aquella nota casi absurda o traidora que posee la vida humana, tan preciosa y tan breve. Es un tránsito que deseamos que nunca llegue a destino. Claro, será porque confundimos destino con fin, final, finito, caput, se acabó, es decir, muerte.

O peor aún, concebimos al destino como sinónimo de vejez y a esta, a su vez, como agónica antesala de la muerte. “¡Si pudiera morirme sin envejecer!”, sería el deseo tan generalizado, una especie de historia como la del legendario Dorian Grey y su pacto con el diablo. Pero es precisamente la transitoriedad de la vida, la reflexión de la brevedad de la vida la que debiera resignificar el sentido de la juventud, la vejez y la muerte. Veamos:

1) La juventud
Se trata en realidad de una etapa de preparación, un momento de potencia y de potencialidades, un tramo preparatorio. Es un momento en el que tenemos mucho por realizar, pero aún nada realizado, mucho por poseer, pero aún poco poseído. Es algo así como el momento de cargar el auto para iniciar un viaje, elegir la ruta a seguir sintiendo que tengo todo el mundo a mi disposición, y que tengo el combustible necesario como para ir a donde quiera. Pero si nunca arranco, si no tomo un camino, si no me dirijo a algún sitio, si no inicio y sostengo el tránsito... pasaré todas mis vacaciones contemplando el auto, leyendo mapas, pero parado en la puerta de mi casa. La juventud es un momento hermoso, que debemos disfrutar muchísimo, tanto como disfrutamos los preparativos del viaje, porque el paseo allí se inicia, pero quedarnos en la juventud para siempre implica no avanzar hacia la realización de todo lo que podemos hacer en ese viaje. Entonces, no hacemos nada de todo lo que podemos, solo imaginamos el viaje en lugar de ir y viajar.

2) La vejez
¿Cuándo valoramos la vejez? ¿En cuáles circunstancias, imbuidos de una cultura gerontofóbica (con miedo a la vejez) que idolatra e idealiza la juventud, rescatamos a la vejez como valor? La respuesta está cuando fundamentalmente sentimos que podemos perderla. Como dice el poeta: “no hay nada más amado que lo que perdí”. La toma de conciencia de la transitoriedad de la vida debe permitirnos resignificar las instancias de su tránsito. Cuando un viaje se inicia, quedarse parado o detenido en un tramo no es lo ideal. El arribo, siempre el arribo y solo el arribo, plenifica (hace pleno) y da sentido al esfuerzo y al intento de viajar.

3) La muerte
Lo cierto es que a la muerte llegamos vivos. Y por esa lógica contraposición de opuestos excluyentes, todo lo que es vida no es muerte y viceversa, tal como ocurre con el día y la noche o el blanco y el negro. El hecho de tener vida no significa necesariamente estar vivos. De hecho, podríamos encontrar muchos vivos que tienen muerta el alma y a eso se le llama estar mortificados. De todas formas, la vitalidad se funda en la funcionalidad de un organismo tanto como en el saber o descubrir “para qué tengo esa vida que tengo”. Y aquí también vale decir que la transitoriedad de la vida nos plantea la oportunidad de ir al descubrimiento del sentido de la vida. Y esa es la única posibilidad real de llegar vivo a la muerte, sin vivir lo previo como una agónica antesala, como un ir perdiendo la vida en gotas, pues nadie muere 20 o 30 años antes, no vamos muriendo, sino que morimos un día, a una hora determinada, en un instante preciso, nunca antes, lo que nos pasa es que vamos envejeciendo, y eso sí toma tiempo.

En este punto, muchas personas, ante la toma de conciencia de la transitoriedad de la vida (que un día se acabará) y la vejez, reaccionan buscando evitar ambas (vejez y muerte), tratando de hacerse fuertes —hasta tal vez inmortales— en cosas del exterior, cosas del afuera. Así, los objetos suntuosos, la fortuna económica, el poder, la popularidad o la fama, la belleza física, el éxito profesional, el auto deportivo, la juventud, pasan a ser verdaderos pilares de veneración e idolatría de toda su existencia.
Avoquémonos para que la vida, aunque envejecida, siga sabiéndonos a eso, a vida.

En el Eishel nos avocamos sinceramente a que esto sea posible, por eso es sumamente importante la participación de los familiares y amigos de nuestros residentes... Para que la vida, aunque envejecida, siga sabiéndonos a eso, a vida. Es por esto, que les invitamos cordialmente a venir a visitar el Eishel, a comer ahí, a dormir ahí, a pasar unos días y dejarse envolver por su cálida atmósfera, y darse la oportunidad de participar con nosotros de la noble labor de vivir, convivir, entender y, sobre todo, sentir las circunstancias que nos van sucediendo y que en una palabra denominamos como: vejez; la suya, la mía y la de todos, y enterarnos que es más hondo y profundo el deseo de llegar a ella que el de evitarla y no llegar. Me encantará encontrarnos.

Beyajad El Encuentro, 3ª. edición