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La vejez es una corona

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Rabino Yaacov Nacach

El concepto de la vejez en el judaísmo no nace sino hasta el primer patriarca, Abraham Abinu, quien deseaba tener un concepto claro sobre la edad de la persona, ya que anteriormente jóvenes y adultos tenían la misma apariencia física, y él deseaba saber a quién honrar y dirigirse.

Hay un midrash que destaca que la primera vez que la Torá menciona abiertamente la palabra zakén (viejo) se enfatiza en la frase: “Abraham zakénvávayamim” (Y Abraham, el anciano, venía con sus días), un tema que independiente de su profundo significado, explica que él aprovechaba cada día que vivía. Pero literalmente, las palabras que forman la palabra zakén significa zeshekanájojmá… (este que adquirió sabiduría). Por eso, la Torá lo llama Abraham Ha Zakén (Abraham el viejito) y explica que ‘venir con sus días’ significa con experiencia en las manos.

Antes de Abraham, la Torá nunca menciona arrugas o canas, ya que fue él quien pidió –casi exigió- a D-os que se pudiera notar la diferencia entre un hombre mayor y un hombre joven, diciendo: “Si tú coronas con vejez, entonces sabremos a quién honrar”, y Hashem le respondió que este cambio comenzaría en él.

Con esta petición, Abraham no quería honores, sino corona de la vejez, pues por honor él entendía a un guía y consejero, que gracias a su pasado y su experiencia pudiera considerar su edad como si fuese una corona.

Por su parte, el Rey David también menciona en Tehilim, cap. 45: “Te hiciste tú el más bello de todos”, refiriéndose a Abraham Abinu al momento de envejecer. ¿Acaso la vejez es sinónimo de belleza, si hoy en día la gente quiere esconder sus canas y sus arrugas, intentando vivir la eterna juventud? La visión que la Torá tiene de la vejez se relaciona a una belleza excepcional, aunque el mundo materialista que vivimos no lo considere así. Incluso, cuando los grandes jajamimse dirigen a un sabio, lo llaman el zakén (el viejo), aunque posteriormente, lo cambiaron a saba (el abuelo).

Por otra parte, el ser humano pasa por tres puntos que unen su vida: pasado, presente y futuro. Al respecto, el poeta Eben Ezra lo describe de manera increíble cuando menciona que una persona no es la misma a los 20, que a los 40, que a los 80 años de edad. Y al llegar a los 60, cuando reflexiona: ¿qué hice?, ¿qué aproveché? Tal vez ya no se sienta productiva como antes, o incluso ya no pueda poner su visión en el futuro para continuar proyectos importantes, pero al mirar atrás y ver su pasado, se dará cuenta realmente –si su vida fue productiva en términos generales- que ese pasado determinó su madurez y experiencia, y que solo le resta mantener su salud y su lugar en el mundo. Es, por lo tanto, que el judaísmo tiene una visión distinta de la ancianidad: “no importa cuánto futuro tienes por delante, sino cuánto pasado llevas en las manos”. El futuro manifiesta ‘aún puedo’ y la persona se anima, pero el futuro nadie lo tiene asegurado. Sin embargo, lo que sí tenemos seguro es el hoy, un presente que debemos aprovechar para que automáticamente empecemos a tener un pasado digno de contarse.

La Torá es clara en este tema cuando nos ordena “Mi pené sebátakum… (Delante de un anciano te debes levantar) refiriéndose a cualquier persona mayor, aunque no sea rabino, conocida o influyente. ¿Cuál es el motivo? Esta edad merece respeto, no por pobrecito, o porque ya no tenga fuerzas para defenderse, sino porque su edad representa a alguien que reacciona de cierta manera gracias a su madurez, porque piensa las cosas con calma, sin precipitaciones y con mayor seriedad.

Si nos damos cuenta, los conocedores siempre piden consejo de las personas con experiencia, y nosotros por eso preguntamos a los sabios dirigentes del pueblo de Israel. Conocí al rabino Ovadia Yosef cuando ya era rabino principal a la edad de 50 años, y sabía la Torá de memoria. Pero a pesar de su sabiduría, ¿fue el mismo a los 50 que a los 90? Obviamente que cuarenta años más hicieron una diferencia en cuanto a su visión y experiencia. Con este ejemplo, quiero decir que el fundamento de este artículo es poder valorar a quien tiene un pasado, y se condujo correctamente porque en sus manos tiene mucho para aconsejar. Y el secreto de Abraham, ‘viene con sus días’, significa cargar un pasado muy importante.

Por eso, el Rey Salomón en su Libro Mishlé escribe Shemá Bení Musat Abija, lo cual, siguiendo la traducción, significa: “Escucha, hijo mío, el reproche de tu padre…”, ya que los años pasados de nuestros padres son los que construyen nuestro presente y nuestro futuro. No se trata de qué tanto conocimiento tengamos, sino del conocimiento que adquirimos con la experiencia y la madurez. 

Beyajad El Encuentro, 3ª. edición