Sus héroes, cinco hermanos, hijos de Matatías: Yojanan, Simón, Eleazar, Jonatán y Judás, de apellido Macabi entonces, de ahí en más sus nombres entrarán en la historia como sinónimo de heroísmo y justicia. Se dirá así: “pelean como macabeos, torneo de las macaneadas”. Se usa la palabra macabeo sin que la mayoría sepa de dónde proviene.
El judaísmo está lleno de recordatorios ominosos y sufrientes, y no solo a partir del Holocausto, sino desde épocas remotas. En dos mil años que ya contabiliza la historia de occidente a partir de Cristo, podemos sumar dos festividades que marcan la bravura de un pueblo distinto de cómo generalmente se lo reconoce, ya sea por su discriminación o por su sometimiento, a saber la tan mentada pregunta de porqué fueron si protestar camino a las cámaras de gas, viéndolos entonces como una grey sumisa y de no alzar la voz.
En primera instancia tenemos la Pascua judía que celebra el éxodo de Egipto en manos de Moisés dejando atrás la esclavitud, una gran gesta que obligó a atravesar el gran desierto para llegar a la tan ansiada Tierra Prometida, año 1400 antes de la era común, y la segunda festividad es Janucá, siglo II antes de la era común. Su vocablo viene del hebreo “janaj” y quiere significar dedicar, inaugurar, donde los judíos comandados por los hermanos Macabi liberan al segundo Templo de Jerusalem, hecho por Herodes, el edomita, de manos de los helenos, gobernados por Antíoco IV Epifanes, y lo reinauguran acorde al credo para el cual fue construido. Este monarca solía celebrar allí ritos paganos, sacrificaba cerdos y luego obligaba a que los judíos lo comieran a sabiendas de que su fe les prohibía hacerlo.
El ritual judío usa un candelabro de siete brazos, pero el de Janucá se lo reconoce por llevar ocho y un noveno que hace de mecha o piloto de encendido. ¿A qué se debe esta cifra de ocho? A que cuando los hermanos Macabi recuperan, luego de una intensa batalla el Templo Sagrado de Jerusalem, encuentran allí el aceite para prender el candelabro pero este era solo suficiente para alumbrar por el lapso de un día. Y hete aquí que el mismo duró ocho días dándole a dicho acontecimiento el estatuto de un milagro.
La costumbre de festejar esta tradición de prender un candelabro de ocho brazos ya lleva más de 2000 años, se realiza en el mes de kislev acorde al calendario hebreo, que sería fines de noviembre, principios de diciembre según el calendario gregoriano. Debido a ello es que la comunidad judía del mundo prende una vela cada día por el lapso de ocho días para recordar la bravura de los macabeos.
Pero creo que no seríamos justos si solo le damos una connotación religiosa a la fiesta de Janucá y no la adecuamos a lo que acontece en la actualidad, al devenir de la historia, al derecho que cada ser humano tiene a sostener y defender su individualidad, su credo, su disidencia política y sus ideales de vida.
De lo contrario ya hemos sido testigos de las aberraciones en cuanto a los regímenes totalitarios, en cuanto a hacinar a miles de personas en campos de concentración por el solo hecho de no ser aceptados en su diferencia, y lo que más nos importa y conmueve es que tanto en la época helénica, los romanos, la inquisición en España, el Holocausto de manos de Hitler y la tortura en Latinoamérica, no solo se debieron a no querer aceptar las diferencias ideológicas o religiosas, sino que en su seno más profundo, su verdadero motor era de origen territorial, conquistar y robar el dominio del otro pensado como enemigo o inventado como tal para tener una excusa de expropiar su patrimonio, luego sus hijos, violar a sus mujeres, y finalmente, arrancarles la vida.
Entonces, celebremos una vez más la Fiesta de la Luz como símbolo y respeto a la vida y la libertad, y que no sea dicho festejo patrimonio exclusivo de una colectividad sino el derecho que cada ser humano tiene de apelar y defender su más preciado bien, que es la vida y la defensa por lo diverso.
Fuente: www.aurora-israel.co.il
