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Testigos del horror, guardianas de la memoria
Plática en el CDI organizada para los madrijim de Macabi Hatzair México y Hashomer Hatzair.
El pasado domingo 18 de mayo, tuvimos el honor de recibir la visita de dos invitadas muy especiales: dos heroínas sobrevivientes de la Shoá, que compartieron su testimonio en lo que llamamos Recuerdo en el salón, realizada en el jeder de Macabi, con la participación de la tzevet de madrijim de Macabi y de los madrijim de Hashomer Hatzair.
Entre recuerdos difíciles y voces entrecortadas, narraron con valentía pasajes de su infancia durante la guerra, en un encuentro que conmovió profundamente a todos los presentes.
Ambas conocieron el miedo antes de aprender a hablar. Pero también conocieron la bondad a pesar del odio. Una de ellas, Georgina Stern, relató cómo su vida se vio marcada por las privaciones, los bombardeos y el despojo. La comida era escasa, su familia perdió casi todo y lo poco que quedaba fue robado. En aquella época, relató había más caballos que autos en las calles, y su madre llegó a cambiar un abrigo de pieles por azúcar y carne de caballo, todo con tal de conseguir alimento para su hija, que entonces sufría escarlatina, meningitis y fiebre. “Cada día comíamos una cucharada de azúcar para poder reponer nuestras energías”, recordó. Era Georgina quien comía la carne de caballo, porque su estado de salud requería proteína para sobrevivir.
La salida del ghetto no trajo alivio inmediato. Soldados húngaros los desalojaron del departamento donde vivían, y una vez más quedaron sin nada. Fue entonces cuando buscaron refugio en una de las casas que administraba Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que salvó a miles de judíos húngaros. La entrada no fue fácil, por la escasez de alimentos, pero gracias a la insistencia de la madre de Georgina lograron ser admitidos.
“Alguien metió un radio al albergue, lo cual estaba prohibido. Nos castigaron poniéndonos en un campo de futbol. El frío y la pus que salía de mis oídos es algo que nunca olvidaré”, contó. En ese lugar, a las 4:00 de la madrugada, fueron advertidos por partisanos que soldados alemanes se acercaban para llevar a los judíos a Auschwitz. Su madre, que hablaba alemán a la perfección, logró sobornar a uno de los soldados y consiguió trasladarlas a otra casa de Wallenberg. A pesar del delicado estado de salud de Georgina, su madre regresó al antiguo refugio en busca de medicamentos. Una bomba cayó cerca de ella, pero salió ilesa. “A eso le llamo un milagro”, dijo su hija con la voz entrecortada.
Nuestra otra invitada, Judith, relató cómo soportó en Budapest el invierno más cruel de su vida, caminando débilmente por las calles junto a su madre. Lograron refugiarse en un pequeño departamento, donde, por el frío, prácticamente vivían en la cocina.
Ambas hermanas llegaron a México a finales de 1947. Pero la llegada no fue fácil. “No sabía el idioma ni conocía a mis papás. Adaptarme fue muy difícil”, compartió una de ellas. Georgina confesó que nunca se sintió completamente integrada a su nuevo hogar.
Durante la plática, Georgina Stern leyó un poema de su autoría, titulado Solo tres estaciones. Un texto que resume el duelo de una infancia interrumpida:
“Las flores no brotaron,
los frutos no se dieron,
los pájaros no cantaron,
no hubo primavera,
la infancia perdida no fue recuperada”.
La sala la escuchaba en silencio absoluto. Nadie quería perder detalle de cada palabra, de cada imagen que traían consigo. Sus recuerdos, duros y a veces desgarradores, también están marcados por el valor, la esperanza y el sentido de identidad. Ambas mujeres entienden, como pocas, lo que significa ser judío.
Hoy, los eventos del 7 de octubre reviven en ellas la urgencia de la memoria. “Lo que menos necesitamos ahora es más guerra”, afirmaron con dolor. Pero también con firmeza. Porque han aprendido que incluso en la oscuridad, hay destellos de humanidad que no se apagan.
Estas dos hermanas nos ordenaron que, como judíos, debemos llevar nuestras cabezas bien en alto y con orgullo.
Cómo educadores de futuros líderes comunitarios y embajadores de Israel, nos dejaron la misión de contar sus historias por todos aquellos que hoy ya no están para contarla. Debemos contar para recordar.
Agradecidas con este hermoso país, México, que le abrió las puertas cuando todo parecía verse oscuro y sin futuro.
Gyorgy (Georgina), de 83 años, logró formar una hermosa familia aquí en México, pertenece a la comunidad judía y tiene una bella familia.
Judith, de 87 años, vive en Israel hace ya más de 60 años, con un nieto en la tzavá que el 7/10 estuvo al mando de activar el sistema antimisiles – la Cúpula de Hierro- por más de cuatro horas consecutivas. Estas 2 mujeres y hermanas maravillosas nos enseñaron por medio de su historia el significado de la resiliencia, la valentía y la esperanza.