Isaac Bashevis Singer, hijo y nieto de rabinos, quien vio la luz primera en Leoncin, Polonia, en 1904.

Nos maravilla con su cuentística: cuentos populares que su madre aprendió de su abuela… ¡y su abuela de su bisabuela!, que el Premio Nobel 1978 contaba a su manera: “poniendo aquí y sacando de allá”.

Uno de ellos es El Consejo de Ancianos y la llave de Genendila, historia donde prevalece el “mundo al revés” -donde reinan la ironía, el sarcasmo-donde el destino de los chelemitas se rigen por un Consejo de Ancianos, todos locos de atar, encabezado por Gronan Buey, casado con Genendila, prototipo de la mujer sabia.

La anécdota es simple: la fiesta de Shavuot se acerca y las arcas están vacías y “hacía falta mucha crema para las blintzes que se hacían en estas fiestas. Ese año hubo sequía y las vacas daban poca leche”. Los ancianos, en señal de desesperación se mesaban las barbas, sin lograr encontrar una solución pronta, práctica. Hasta que Gronan Buey -tras mucho pensar y pensar- aconseja promulgar una nueva ley: en adelante el agua se llamará crema y la crema se llamará agua. En otras palabras: quien tenga más agua gozará de más crema… ¡Y todos felices y contentos!

La sublime idea fue celebrada por los integrantes del Consejo de Ancianos y más por Gronan Buey, quien había quedado con Genendila, que cada vez que dijera una tontería, llegara con la llave de la caja fuerte, y no con la acostumbrada merienda. Por supuesto, la mujer – a quien le parecía la nueva ley, una barrabasada- entró llave en mano.

Los ancianos, unos golosos de primera y quienes no querían dar mayor autoridad a una simple mujer, decidiría “si las palabras de su Presidente eran o no erróneas”. En caso de que Genendila estuviera en el error, como castigo les tendría que preparar “doble ración de merienda y tres blintzes de crema para cada uno”.

Genendila, desde aquel entonces, eso cuenta Bashevis, no volvió a entrometerse en las reuniones del Consejo de Ancianos. “Para ella los buñuelos eran sagrados y no quería que fueran a parar a las golosas bocas de los Ancianos. Sin embargo, cuando llega la fiesta de Shavuot las amas de casa protestaron por la falta de “agua” y no por la carestía de crema, problema que resolverían finalizada la fiesta. Así pues, Gronan Buey pasó a la historia como el primer legislador que dio a su pueblo un río y unos pozos… de pura “crema”. Shavuot, Jag ha-Katzir o Jag ha-Bikurim es una de las celebraciones judías de mayor importancia en el calendario hebreo. La Torá semejante a la leche y a la miel –igual que la Tierra de Israel- es motivo de alegría y de ingestión de alimentos lácteos. De ahí que las blintzes sean comida esencial más para el espíritu que para la materia. En el cuento de Bashevis Genendila podría equipararse a la Torá y como la leche: dadora de vida, vigía del fuego eterno: de la tradición.

Gronan Buey, en cambio, podría ligarse a Apis, dios de Egipto, al buey de oro que los judíos reverenciaron en el desierto, cuando Moisés subió al Sinaí y no aparecía. Shavuot es el marco perfecto para hablar de la sacralidad de un pueblo, quien en sus limitaciones económicas y sociales en el galut – en el exilio-se la ingeniaba para celebrarla como sus padres y los padres de sus padres desde tiempos inmemoriales.

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