El resultado de las elecciones en Turquía el 1 de noviembre pasado le brindó al presidente Tayyip Erdogan la ansiada oportunidad de consolidar el poder de su partido, el denominado de la Justicia y el Desarrollo (AKP), y con ello el de su figura, la cual se perfila para concentrar en el futuro atribuciones aún mayores que las que actualmente posee. Como ha ocurrido con tanta frecuencia en comicios recientes celebrados en una variedad de países, también en Turquía las encuestas previas se equivocaron de forma importante. Vaticinaban que el AKP obtendría como máximo un 44 por ciento de los votos, con lo cual ganaría entre 270 y 280 de las 550 bancas de las que está integrado el parlamento, siendo la cifra de 276 escaños suficiente para poder formar gobierno sin necesidad de establecer coalición con ningún otro partido.

Sin embargo, el conteo final de los votos le otorgó al partido de Erdogan el 49.5 por ciento de ellos, con lo cual alcanzó la cómoda cifra de 317 asientos. Por otra parte, el HDP que representa básicamente a la población kurda y sus simpatizantes, a duras penas rebasó el límite impuesto de 10 por cierto de los sufragios para conservar su presencia parlamentaria. De haber desaparecido el HDP del panorama político, las cosas se hubieran facilitado aún más para Erdogan en cuanto a su proyecto magno: el de cambiar la constitución para convertir el sistema turco en presidencialista y de esa forma tener él manga ancha para imponer su voluntad de manera cada vez más dictatorial. Pero es un hecho que con la abrumadora fuerza con la que establecerá su nuevo gobierno será suficiente para maniobrar con legitimidad a fin de conseguir ese objetivo.

Múltiples factores contribuyeron a este triunfo del AKP: el shock de la población ante los brutales atentados terroristas de los últimos meses presuntamente realizados por fuerzas del Estado Islámico o ISIS; la inquietud por el reinicio de enfrentamientos violentos entre rebeldes kurdos y fuerzas gubernamentales luego de romperse las negociaciones en curso para resolver los problemas entre ambos bandos; la creciente percepción ciudadana de la necesidad de una mano firme y dura –como la de un Erdogan fortalecido- para poner orden y restaurar la seguridad; y por último, las maniobras del actual gobierno durante la campaña electoral para cerrar medios de comunicación no afines a él, para acallar las voces críticas y destruir propaganda electoral de sus rivales, todo lo cual implicó que los comicios se celebraran sin un “piso parejo” que respondiera a los requerimientos básicos de elecciones democráticas verdaderas.

Desde las primeras horas posteriores al triunfo del AKP ya fue claro hacia dónde se dirigirá el nuevo gobierno. Inmediatamente se anunció que el próximo paso será la redacción de una constitución que imponga el sistema presidencialista el cual tal vez será necesario someter a referéndum. La debilidad con la que quedaron los partidos de oposición vuelve improbable que pueda darse una resistencia eficaz para frustrar los planes que en ese sentido tiene Erdogan. De tal suerte que independientemente de los avatares que enfrente Turquía debido al convulso entorno regional que le rodea, es previsible una mayor islamización y control vertical de la vida pública, un retroceso en los intentos de los kurdos de Turquía por ver cumplidas sus reivindicaciones más importantes, y una dependencia cada vez mayor del destino del país de la voluntad y caprichos de un solo hombre, Erdogan, quien en muchos aspectos se perfila como una especie de Hugo Chávez en versión islámica y mesoriental.

Fuente: Excélsior, 8 de noviembre, 2015.

Share.

Leave A Reply

Exit mobile version