Estimado lector:
Muchas veces nos es más fácil quejarnos por cómo nos va, que agradecer por todo lo bueno que tenemos y que hemos gozado a lo largo de nuestra vida.
Aquí damos un ejemplo: basándonos en la porción semanal de Behaalotejá, que comienza en el capítulo 8 del libro de Bamidbar (Números), el pueblo de Israel estaba tan solo a once días de entrar a Tierra Santa, y este periodo se prolongó a 40 años; ¿por qué? Aprendí del Rabino Nissim Suets que esto se debió a que se quejaron cuando no les faltaba nada, ya que después de recibir la Torá fue un año tan hermoso como un paraíso, tanto en lo espiritual como en lo material; un año en el que millones de personas vivieron sin preocupaciones, y se veía la mano del Todopoderoso por doquier. El pueblo reclamó sin tener motivos, y cuando alguien hace eso, al final tendrá motivos reales para quejarse (D-os no lo quiera).
Desde el comienzo, recibimos la vida. Como individuos, somos capaces de respirar, ver, escuchar, hablar, comer, caminar… nos desarrollamos, crecemos y cada vez podemos hacer más cosas, lograr más con nuestro intelecto, crear con nuestra imaginación, estudiar, captar el mundo en distintas maneras… Como familia nos apoyamos, aprendemos a convivir, a querernos, a saber que no somos los únicos que existimos en el mundo. Al ser una comunidad, nos ayudamos unos a los otros, construyendo escuelas y levantando instituciones para beneficio de todos, entre otras múltiples y variadas actividades.
Como pueblo, nuestro Creador nos obsequió la Torá, para saber cómo tenemos que comportarnos, qué camino andar, cómo se debe actuar para llegar a ser una persona de bien, en todos los aspectos. Un buen judío, un buen ser humano, un ‘Mentsh’ – un buen hijo, buen hermano, buen cónyuge, padre o madre, compañero de trabajo, amigo, etcétera. Es interminable cómo uno puede mejorar y afinar sus propios actos y cualidades al saber cuáles son los pasos correctos a seguir.
Uniendo el agradecerle a D-os como individuo, como miembro de una familia, de una comunidad y de un pueblo, nos queda cantarle y alabarle todos los días y a cada instante, por todas y cada una de sus bondades, por su gran misericordia, por sus regalos, milagros y maravillas que continuamente hace con nosotros – porque no es ‘la naturaleza’ la encargada de que estemos saludables, de que nos levantemos cada mañana y que podamos conciliar el sueño, que salga diariamente el sol y nos ilumine, que la luna y las estrellas brillen en el firmamento, aunque, con la contaminación, a veces no pueden apreciarse en las ciudades grandes -; tampoco es la psicología la que nos enseña cómo convivir con nuestra familia de la mejor manera, ni las relaciones interpersonales son las que hacen que nos llevemos bien con nuestros compañeros de trabajo, que apreciemos y queramos a nuestros amigos, que amemos a nuestros cónyuges; ni estudiar una licenciatura en Relaciones Internacionales, es lo que nos ayuda a lograr que el pueblo esté unido y pueda tener paz con otras naciones. Todo eso hay que agradecérselo a Alguien que está por encima, muy por encima, y es Hashem, que nos ha creado a nosotros, y al bello mundo en el que vivimos, y que podemos utilizar como un lienzo donde dibujar el más precioso de los paisajes…
Querido lector, ¿ya imaginó usted qué tan hermoso es el escenario que usted quiere pintar? ¿Quiere compartirlo con nosotros?
1965miriamrojl@gmail.com
Recibiendo la Torá hace dos mil años, o el día de hoy…
El Día del Maestro, ¿por qué festejarlo?
Esperanza: El poder de la plegaria
Antes de Sucot: actos de bondad y el perdón