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Entre la ceniza y la luz: homenaje en Yom Hashoá
Plaza Macabi se transformó en un bosque de memorias durante la ceremonia de Yom Hashoá Intercomunitario 2025, titulada Ceniza y Oro. Bajo un cielo callado, cientos de personas, jóvenes y adultos, se dieron cita para ser parte de una noche que prometía ser distinta: un homenaje desde la poesía, la danza y la música a quienes vivieron y murieron en la Shoá.
Desde antes de las 20:00 horas, se afinaban los últimos detalles: pruebas de luces, ajustes de sonido, repasos de los movimientos escénicos. José Enrique Litenstein, uno de los Productores, explicó que el mayor reto fue concebir un evento que, sin caer en lo obvio, pudiera unir danza, literatura, poesía y teatro en un solo acto de memoria.
La conmemoración de este año giró en torno a dos figuras: Paul Celan y Vladimir Jankélévitch, sobrevivientes judíos cuyas obras son pilares para comprender el dolor y la resistencia del pueblo judío. El espectáculo tomó como base las cartas entre Wiard Reveling, un ciudadano alemán que pidió disculpas en 1980, y el filósofo Jankélévitch, quien respondió reconociendo esa carta como el gesto que siempre había esperado. También se incorporó el poema Fuga de muerte, de Paul Celan, considerado una obra que justifica la existencia misma de la poesía después de Auschwitz.
A las 20:30 horas, las gradas que rodeaban comenzaron a llenarse aún más, el acto estaba por comenzar.
Las luces se apagaron por completo. Una tenue luz azul envolvió el escenario, que poco a poco quedó en la más profunda oscuridad. Desde esa penumbra surgió el Lic. Sión Mercado, Presidente del Consejo Directivo del CDI, quien ofreció un discurso breve pero cargado de significado:
“La oscuridad de la Shoá no apagó nuestra luz. Seguimos escuchando las voces de quienes vivieron para contarlo”.
Aprovechó también para solidarizarse con los rehenes en Gaza y exigir su liberación:
“Que este acto sea un homenaje digno a quienes ya no están con nosotros”.
Aprovechó para compartir al público el mensaje del Sr. Elías Achar, Presidente del Comité Central de la Comunidad Judía de México. En él, recordó que:
“Hoy, como cada año, en esta fecha nos detenemos en silencio. Encendemos seis velas en memoria de los judíos; detenemos el ritmo cotidiano de nuestras vidas para recordar y honrar. La Shoá no solo fue un intento de borrar la cultura judía; fue una tragedia incomparable, una llamada de alerta. Hoy, como comunidad, hacemos una pausa para recordar… también para honrar la fuerza y la resistencia”.
Tras el discurso, la Excma. Embajadora de Israel en México, Einat Kranz Neiger, tomó la palabra para hablar sobre el antisemitismo, la historia y la importancia de preservar la memoria:
“Este año, más que nunca, somos más fuertes. Que el recuerdo de cada persona sea eterno”.
Agradeció a los presentes por su compromiso con la memoria y extendió una invitación a unirse a la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, una coalición de 35 países comprometidos con la educación sobre la Shoá. También los animó a escanear el código QR disponible en los pósters del evento para conocer y respaldar el manifiesto. Ambos discursos marcaron el inicio formal del acto, en el que se reiteró la necesidad de preservar la memoria histórica.
El escenario volvió a oscurecerse. Una neblina se deslizó suavemente por el suelo, mientras los reflectores se enfocaban en el centro: un piano solitario. José Djamus ocupó su lugar ante el instrumento, y junto a él, Uri Wolf emergió de las sombras.
Con voz firme y pausada, el actor dio vida a Wiard Reveling y a Vladimir Jankélévitch, representando ambos lados de una correspondencia marcada por la culpa y la memoria. Su lectura sumió al público en una tensión conmovedora: cada palabra resonaba en el aire.
Poco después, un grupo de bailarinas irrumpió en escena. Representaban a las víctimas: figuras atormentadas que rodeaban al narrador, mientras la música sombría y penetrante marcaba cada uno de sus movimientos. Una luz roja se posó sobre él, mientras ladridos de perros resonaban en todas direcciones.
En medio de ese caos, recitó fragmentos de Fuga de muerte de Paul Celan:
“Leche negra del alba la bebemos de tarde / la bebemos de mañana y de noche / la bebemos y bebemos… / tu pelo de oro, Margarete / tu pelo de ceniza, Shulamit”.
Arrodillado frente al público, sus palabras desgarraban el silencio. La atmósfera adquiría una gran intensidad .
La escena cambió abruptamente. El escenario se iluminó en tonos rosados. El canto de aves reemplazó los ladridos. Al ritmo del piano, las bailarinas danzaban en un ambiente más liviano, en fuerte contraste con el anterior.
Se escuchaban voces entre la música:
“He bebido mi vino con mi leche; coman, amigos, beban, hermanos…”.
Algunas bailarinas permanecían recostadas en el piso, mientras una figura femenina – Shulamit (Latyfe Zetune) la de cabello cenizo representando al pueblo judío, iluminada por un solo reflector, se movía desesperadamente. A su lado, otra bailarina vestida de negro la dominaba- Margarete (Michelle Bejar) la de los cabellos de oro reprsentando al aniquilador pueblo alemán. La neblina volvió a cubrir el escenario, mientras los reflectores parpadeaban como relámpagos.
La atmósfera se tornó nuevamente lúgubre. Una luz roja bañó el escenario y comenzó a sonar Tocata y Fuga en Re menor de Johann Sebastian Bach. La escena evocaba una película de terror: Un bailarín (Alejandro Podbilewicz)ejecutaba una coreografía frenética, mientras una luz azul cubría el espacio y las sombras creaban un efecto hipnótico.
El ambiente se volvió electrizante. Voces en alemán sonaban en off. Los bailarines agitaban los brazos, giraban, lanzaban alaridos desgarradores que estremecían a los asistentes.
Sin previo aviso, al final de la pieza, las bailarinas desaparecieron corriendo hacia la oscuridad del bosque.
El piano sonó nuevamente: Concierto No. 5 para Piano y Orquesta, Op. 73 en Mi bemol “Emperador”: Adagio un poco mosso, interpretado originalmente por Arthur Rubinstein, dio paso a un ambiente más sereno.
El actor volvió a escena para continuar con la lectura de las cartas, ahora con un tono melancólico, como si estuviera a punto de romper en llanto. La carta, dirigida a Vladimir Jankélévitch, estaba cargada de dolor contenido.
Mientras finalizaba su lectura, sonaba el Adagio un poco mosso del Piano Concerto No. 5 in E-Flat Major, Op. 73 “Emperor”, interpretado originalmente por Nicholas Angelich.
El cierre fue íntimo y solemne: bailarinas ingresaron al escenario cargando enormes velas. El intérprete que encarnaba a Jankélévitch pidió al público, casi exigiendo, ponerse de pie para recitar juntos:
“Ha sucedido y puede volver a suceder. El silencio nunca es una opción. Recordaremos y nunca olvidaremos. ¡Am Israel Jai!”
Las velas se encendieron una a una, iluminando el escenario como símbolo de vida en medio de la oscuridad.
El evento concluyó alrededor de las 21:40 horas. La multitud se retiró en silencio, llevándose consigo un eco de voces, poesía y memorias que seguirán resonando mucho tiempo más.
// Alberto García