Vivimos en la modernidad. Modernidad es, en cierta medida, antropometrismo,

hecho que responde a dos acontecimientos paralelos: la muerte o huida de los dioses y el entronizamiento del hombre. Bajo tales premisas, el problema central de la modernidad consistió en proporcionar el fundamento teórico a la afirmación del hombre para autodeterminarse a sí mismo e imponer su voluntad sobre lo no humano. El fundamento fue al fin encontrado, la razón pura, o sea, la hipóstasis del pensamiento abstracto, matemático-geométrico. Ni siquiera el Arte, al menos cierta tendencia, pudo escapar a dicho fundamento imperativo. Los profesores bautizaron, la especie con el nombre de abstracción geométrica. Y las obras de arte abstractas fueron configuradas en primera instancia, lo mismo en la pintura que en la escritura o la arquitectura dentro del empeño de expulsar todo aquello que tuviera que ver con el azar, lo imprevisible y en general, con la dimensión expresiva y trágica de la existencia humana.

Formulación a priori, frialdad, composición en lugar de creación, podremos admirar su rigor y su exactitud impecables, podremos aprobar la trama perfectamente regulada que resulta a fin de cuentas, pero es difícil celebrar la aversión no disimulada del abstraccionismo geométrico hacia lo irracional, a quienes aún apostando por los principios de la geometría terminan envolviéndolos en la magia perversa de los extravíos de la sensación. Es el caso de Carlos Agustín, pues en sus esculturas la razón calculante y ordenadora que forma los volúmenes sufre sorprendentes cambios de dirección, indecisiones, cortes imprevistos. Son como pliegues de sombras o líneas del demonio, como si el artista se hubiera propuesto producir incertidumbre sin prescindir de la certidumbre. Estremecimientos, sí, en que el fierro laqueado descubre lo que está antes y después del límite: el silencio, la intemperie.

Piezas empeñadas en incluir el sistema de la geometría dentro del frágil régimen de la vida secreta. Un reiterado reparto idea/materia cuya complicidad no cesa, exacta aquella, excesiva esta. Nada de cartesianismos cuya virtud se desprende de la culpabilidad extensa, mientras que en las obras de nuestro escultor la tensión entre la razón exacta, soma incierto, no queda nunca resuelta provocando por el contrario, una y otra vez, el sacrificio de la pureza. Certifícalo la mirada del observador, que tras ser inicialmente retenida por el ordenado conjunto termina perdiéndose por entre las partes rebeldes. Podría hablarse de esculturas que encarnan un cruzamiento poblado de puntos concentrados de equilibrio con líneas de fuerza desequilibrantes. Una paradoja en suma. Abstracción inmortal, posición del cuerpo mortal, súbitamente acto de la mano y un acto abierto. Ese acto es una posesión inexplicable, un potencial de libertad y surca el espacio de museos, plazas, jardines, son rastros, huellas de Carlos Agustín.

Te invitamos a recorrer el Foro Artístico en este espacio donde podrás apreciar una obra de gran nivel del maestro Carlos Agustín que permanecerá exhibida hasta el 19 de abril.

Exposición Hallelujah

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