En esta ocasión, tuvimos el gusto de platicar con José

Fenig, cirujano de profesión y corredor de corazón. 

El Dr. Fenig ha corrido durante 40 años de forma ininterrumpida, y nos comentó algunas de las experiencias que ha ido acumulando en este tiempo con distintos corredores con los que ha compartido este hermoso deporte.

M.W.: Platícanos de ti, ¿cómo empezaste a correr?
J.F.: Han pasado casi 40 años desde que empecé a trotar en la pista del CDI, por lo tanto, múltiples recuerdos y anécdotas he acumulado. Nunca imaginé todas las agradables situaciones que me esperaban relacionadas con esta actividad deportiva.
Durante los primeros 37 años de mi vida, el deporte no ocupó en mí más que pequeños y esporádicos espacios. Por cortas temporadas jugué fútbol, béisbol y básquetbol, sin destacar en alguno de ellos. Después de muchos años de estudio y aprendizaje de mi profesión, la cirugía general, decidí darme un espacio para disfrutar del CDI practicando regularmente algún deporte.
Junto con amigos y familiares, traté de jugar Tenis por varios años, pero me di cuenta de que ese juego tan demandante en habilidad y precisión no era para mí; siempre perdía, me aburrí así que para 1977 me trasladé a la pista de Atletismo del CDI decidido a correr, entonces lentamente empezaba a popularizarse la carrera. Mis primeros trotes fueron muy difíciles, no alcanzaba a dar una sola vuelta a la pista porque el aire me faltaba.
Al principio, acudía a la pista tres veces a la semana; para sorpresa mía, poco a poco mi cuerpo se acopló a la nueva demanda física y comencé a ir a la pista diariamente, excepto los viernes.

M.W.: ¿Con quién y dónde corrías?
J.F.: Pocos meses más tarde, el Dr. Julio Zand me propuso ir a correr al antiguo bosque de Chapultepec con el Dr. Salvador Goldsmied y el Lic. Carlos Schon. Para mí era muy cómodo correr alrededor de ese bosque porque la casa de mis padres estaba muy cerca, lo mismo que el hospital donde trabajaba.
La diaria carrera siguió agradablemente complicándose, el grupo de amigos creció, se incorporaron el Ing. Enrique Bronsoiler, Chodick Vulfovich, Enrique; Kiko Maya y más tarde Salomón Lewy, el Dr. Manuel Heiblum, el gran pintor José Volcovich y Werner Klamroth, por lo que el tiempo de carrera también se incrementó. Con absoluta puntualidad empezábamos a las 5:45 horas y terminábamos alrededor de las 7:15 horas. Corríamos, platicábamos y agradablemente convivíamos por espacio de 15 kilómetros, también chismeábamos. Más bien, esos momentos eran de una gran y útil psicoterapia, más efectiva y económica que la de cualquier psiquiatra.
Nuestra condición física continuó mejorando y los escenarios para correr, variando e incrementando su grado de dificultad. Los viernes nos cambiamos a la Segunda Sección de Chapultepec, empezábamos el recorrido en el restaurante del Lago, subíamos por el Club Hípico y luego hasta lo más alto de la Tercera Sección de Chapultepec.
Otros circuitos que visitamos con frecuencia los fines de semana, eran el del Desierto de los Leones y el de Cruz Blanca. Los descansos no existían, mínimo corríamos alrededor de 400 kilómetros al mes; distancia que invariablemente corrimos por espacio de al menos 25 años.

M.W.: ¿Cómo eran las carreras en los años setenta y ochenta?
J.F.: Las carreras callejeras al final de los años setenta y principios de los ochenta, eran cosa rara. Recuerdo que por algún tiempo, la única era la carrera de 10 kilómetros, organizada por el periódico Ovaciones al principio de cada estación del año, a lo largo del Paseo de la Reforma. A muchas de ellas asistimos. Nos emocionaba ir porque conocíamos a más corredores, a los del Club Correr es Salud, por ejemplo o platicábamos con los corredores famosos de esa época como Rodolfo Gómez. La organización era totalmente rudimentaria, sin abastecimiento de agua, lo único que se tomaba eran los pedazos de naranja o limón que esporádicamente los familiares de algún participante amablemente ofrecía; no se daban diplomas, medallas ni información acerca del tiempo realizado por cada participante.

M.W.: ¿Había carreras en el CDI?
J.F.: En el CDI ya existía la caminata anual que organizaba el legendario Salomón Kuriansky, “El Panadero”, que frecuentemente ganaba la carrera, junto con el entusiasta Fausto Cielak, creador del legendario “Schmaltz Club”.
Dentro del CDI, aparecieron Socios muy entusiastas que se convirtieron en los líderes de este deporte como Ary Lilienthal “el More”, el Arq. Arturo Belkin, y el bien recordado Maestro Miguel Ángel Sánchez. Ellos empezaron a organizar bonitas carreras para Socios del CDI, y en distintos lugares como el Desierto de los Leones, el Deportivo de Tepotzo-tlán, y en el Circuito Ahuehuetes. Carreras en las que la convivencia familiar era parte importante. En muchas de estas competencias, logré llegar dentro de los tres primeros lugares, al igual que los amigos del grupo. Más tarde y durante la Macabiada Latinoamericana realizada por el CDI, también recorrimos las calles del Campo Militar Número 1.

M.W.: Platícanos de las carreras de maratón, por lo que nos comentas has corrido en bastantes ciudades y en varias ocasiones.
J.F.: Las carreras de maratón, prácticamente no existían en nuestro país, excepto una, la que anualmente se celebraba en la ciudad de León, Guanajuato, para festejar el día de la Independencia nacional, y en 1979 Salvador me convenció de participar en lo que sería mi primer maratón. La carrera fue muy complicada, nuestras esposas e hijas con dificultad nos seguían en auto y se bajaban para hidratarnos. Salvador hizo tres horas y 20 minutos y yo cinco minutos más, se me despegó en los últimos dos kilómetros. Hubo críticas a la carrera, tal vez la distancia no estuvo bien medida, pero eso a nosotros poco nos importó. Lo habíamos corrido y terminado mucho mejor de lo que esperábamos.
El grupo de amigos también se interesó en participar en los maratones, juntos lo empezamos a hacer. Gracias a la invitación que nos hicieron los amigos del Club Correr es Salud, que tenían buenos contactos en Nueva York y nos inscribían sin mayor trámite, fuimos a ese, el mejor maratón del mundo en los años de 1981, 1982, 1983 y 1984. En el único que no participé fue en el de 1983 porque me aquejó una tremenda hepatitis viral tipo B, adquirida en el quirófano, que me incapacitó por cinco meses, al término de los cuales mi condición física bajó a cero, sin embargo, paulatinamente la recuperé al 100 por ciento al grado que en 1984 regresé a correr a esta ciudad.
Un año después, Salvador de nuevo me convenció de ir al maratón de Chicago. Y además de la competencia, para mí era una delicia, pues podía matar dos pájaros de un tiro, ya que en las fechas en las que se corría el maratón de esa ciudad, coincidía una semana antes o después el mejor congreso de cirugía del mundo, el del American College of Surgeons. Justo en ese maratón, hice mi mejor carrera, terminé en 3 horas 26 minutos. Me había preparado como nunca, previamente corrí alrededor de 500 kilómetros al mes. Estaba seguro de ganarle fácilmente al competitivo Salvador, pero para mi sorpresa, corrimos juntos los primeros 38 kilómetros, y no lograba adelantarme, incluso pensé en que me iba a ganar, hice mi último esfuerzo y logré llegar cinco minutos antes que él.
La carrera a campo traviesa de México a Cuernavaca que organizaban los boy scouts también nos interesó y participé en una sola ocasión. A pesar de haber estado perdido dos horas, corriendo sin rumbo, logré encontrar a mi esposa y a Salvador en el mismo punto, continuamos corriendo y llegamos a la meta en el estadio Centenario 5 horas y 5 minutos después de haber salido de la estatua del Caminero, dentro de los primeros 36 lugares.
Austin, Texas, es otra ciudad en donde corrí varios maratones de relevos y otros completos. La primera vez participé con el esposo de mi hija en relevos y en otra de las ocasiones convencí a varios corredores del CDI, con quienes se organizó un gran grupo encabezado por David Goldgrub, el más grande corredor de maratones del CDI.
Tengo más recuerdos de Austin, como la celebración del octogésimo cumpleaños de mi consuegro Salomón Krinsky, quien decidió celebrarlo corriendo medio maratón o el de mi esposa Perla, que un año más tarde logró terminar su primer medio maratón.
Otros maratones también llamaron nuestra atención, como el de Puebla, al que todo el grupo de amigos corredores fuimos varias veces. Recuerdo que a uno de ellos nos acompañó Aby Aliphas, para correr su primer maratón, lo hizo muy bien y al finalizarlo, las lágrimas le brotaron, a todos nos conmovió, sobre todo por darnos cuenta del fuerte impacto emocional que tenía nuestro pasatiempo.
En uno de esos maratones de Puebla, llegamos a la meta a las ocho de la mañana, no sabíamos exactamente a qué hora iniciaba la carrera, ni nadie a los que les preguntábamos nos lo supo decir. Así que por decisión unánime, decidimos que para no perder el tiempo ni esperar tanto, empezaríamos a correrlo por nuestra propia cuenta, íbamos todos juntos y por el camino a Cholula la gente nos veía con extrañeza, una bola de viejitos, no muy erguidos, ni corriendo tan rápido, pero éramos los primeros en pasar, la gente nos gritaba con asombro “¿A poco son ustedes los que van en primer lugar?”, a lo que Enrique Bronsoiler contestaba enfáticamente, señalando a Julio Zand, “¡Sí, miren ese es el ruso!”. Pasamos Cholula, era el kilómetro 30, allí los organizadores nos pararon y nos sacaron de la carrera.

M.W.: ¿Cuál ha sido tu peor maratón?
J.F.: Mi peor maratón fue el de San Antonio Texas, que lo corrí, para variar, con Salvador. El recorrido no me gustó, dimos como cinco vueltas alrededor del centro, parte del recorrido era entre casas, pero lo peor de todo para mí fue que tenía problemas con la próstata y la vejiga, por lo que con esa desagradable sensación empecé a correr y así finalicé, no pude eliminar esa mala sensación. Terminé el maratón en justo 5 horas, 5 minutos atrás de Salvador.

M.W.: ¿En qué se convirtió correr para ti?
J.F.: El correr se transformó en una rutina y una disciplina que disfrutaba mucho, solo el día que no corría, mi humor cambiaba tanto que ni yo mismo me soportaba, entonces quise saber más de lo que estaba haciendo, y como en esa época estaba de moda en todo el mundo el libro “Aeróbics” del Dr. Kenneth H. Cooper, lo compré y lo estudié. Me dio muchos conocimientos para saber y medir lo que estaba haciendo.
El impacto de tantos años de estar entrenando diariamente, y de haber participado en innumerables competencias ha hecho que varios compañeros lo han remarcado con varios escritos, donde relatan sus experiencias y sentimientos. Por ejemplo, el Dr. Manuel Heiblum, en varias ocasiones escribió en el periódico semanal del CDI sus recuerdos en el maratón de Nueva York, y en la carrera informal que hicimos del CDI del Toreo al de Tepotzo-tlán a lo largo del contaminado Anillo Periférico y espantando a muchos perros hambrientos que nos perseguían. O el capítulo escrito por Salomón Lewy Z”L, autor de varios libros, en el titulado “El corazón no es un pasajero” publicado en 2007, Salomón nos dice que trata de dejarnos un hermoso trocito de su alma al narrar personajes y hechos que influyeron en su vida. Nos cuenta acerca de la rutina cotidiana de correr, y del asombro que le produjo el maratón de Nueva York.

M.W.: ¿En la actualidad cómo estás?
J.F.: En la actualidad, después del transcurso de tantos años, como era de esperar, la condición física ha mermado en cada uno de nosotros, lo mismo que el estado de salud, a varios les duelen las rodillas, otros han ganado peso, y otros lamentablemente han fallecido. Pero aún seguimos reuniéndonos, al menos una vez a la semana para caminar, trotar, platicar y recordar todo lo que hemos vivido compartiendo nuestras vidas.
Caminamos los miércoles, se nos han unido viejos amigos, como el Lic. Eli Anderman, el Ing. Bernardo Rechkiman y nuestro querido amigo Moisés Herrera. Este último también corrió maratones junto con sus hermanos Joel, David y Sergio y con su papá, el inolvidable Don Joel, de quien recuerdo, llegaba a las cinco y media de la mañana a la entrada de las flores del viejo Chapultepec, donde nos reuníamos para empezar a correr. Cuando llegábamos ya estaba estacionado su gran coche Ford, no lo veía, pero de entre los árboles salía su grito de “¡Buenos días doctor!”, que con mucho gusto lo contestaba. Actualmente, Moisés se nos une para caminar y para relatarnos su Parasha de la semana. También cada viernes sigo reuniéndome para trotar con Salvador, que ahora nada en el CDI y asciende cualquier montaña de cualquier parte del mundo.
Desafortunadamente, ya hemos perdido a cinco excelentes amigos y corredores. Un recuerdo de todo el grupo para Salomón Lewy, Chodick Vulfovich, Werner Klamroth, Kiko Maya y Carlos Shon.

M.W.: ¿Cuál es la mayor satisfacción?
J.F.: Finalmente, puedo decir que mi mayor satisfacción es que de alguna forma he contagiado a mi esposa Perla, a mis hijas y a mis yernos de la importancia que tiene el ejercicio en la salud física, mental y en todas las relaciones humanas. Hice grandes amigos para toda la vida. También aseguro con firmeza que el correr no se interpuso en lo más mínimo en mi profesión de cirujano general, sino que paralelamente las dos actividades crecieron juntas, la única diferencia es que como cirujano general me logré colocar en una mejor categoría, como si fuera un maratonista del grupo de las dos horas con treinta minutos, modestia aparte, pues como dijo Golda Meir: No seas tan humilde, que no eres tan importante.

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