Bienvenidos a la inauguración del Edificio Social, Ingeniero Samuel
Dultzin
Centro Deportivo Israelita, 16 de octubre de 1955
Durante la ceremonia oficial, palabras inaugurales pronunciadas por el Dr. Fernando Katz
En enero de 1944, un grupo de hombres jóvenes se reúne, concibe la idea de una obra y, decididos a realizarla, empeñan su palabra ante la Colectividad Israelita de México.
Pasan once años y el mismo grupo, afectado por la sensible desaparición del mejor de sus miembros, da cita hoy -16 de octubre de 1955- a los elementos representativos y a la comunidad en general para hacer entrega de esa obra, y lo hace con la emoción que reporta la honradez y el viril cumplimiento.
Cuando queremos mucho a las gentes o las cosas, les otorgamos atributos míticos; quizá por eso yo veo a aquellos hombres como un grupo de bravos jinetes que emprenden desenfrenada carrera por llegar a un meta distante; el camino está sembrado de múltiples obstáculos, obstáculos que agravan los vientos y las lluvias, el calor y el frío extremosos, obstáculos que a veces el cansancio hace aparecer como insalvables. Pero la ansiedad de los jinetes tiene un tamaño suficiente como para vencer todos los obstáculos y llegar. Esos bravos jinetes de mi pequeña leyenda señoras y señores, son los Belkind, los Derzavich, los Dorotinsky, los Dultzin, los Fishbein, los Gitlin, los Grabinsky, los Krumholtz, los Libnic, los Shapiro, los Steider, los Stern, los Udinsky, los Katz… Y si lo menciono en plural es porque la energía, la dedicación puesta en la labor por cada uno de ellos equivalía a la de muchos; también hizo falta una fuerza más que individual para soportar murmuraciones, burlas e insultos, que nada de eso faltó en el camino.
Durante los once años de esa carrera desenfrenada, al grupo inicial se fueron sumando muchos jinetes; pero muy pocos se dejaron contagiar por aquel fervor primario.
Entre esos pocos contemos a los Baram, a los Gerson, a los Gervitz y los Krinsky. Muchos, muchísimos desertaron a mitad del camino; otros han llegado, sí, pero arrastrados por impulsos contagiosos del grupo inicial. Y uno solo de entre todos llegó primero, mucho antes que los demás; era el más capacitado, el de más coraje –por qué no decirlo- el mejor. La muerte lo esperaba agazapada en la meta y debió abandonarnos. Pero él está hoy aquí, en este estrado, para gozar junto a nosotros de esta su obra que es nuestra, de este triunfo que es nuestro, de esta nuestra casa que es suya por todos los derechos que tiene y que, por eso, llevará para siempre su nombre: Edificio Social Ing. Samuel Dultzin. Por eso no tenemos congojas; hoy nuestros corazones están exaltados de alegría porque no te hemos defraudado, Samuel, porque tu ejemplo ha inspirado los deseos y las acciones de tus amigos y hermanos en el esfuerzo generoso.
Señoras y señores, fue el Ing. Samuel Dultzin quien presidió el primer Comité Constructor, Comité cuya constancia certera logró este grandioso edificio que hoy jubilosamente inauguramos. Para patentizar a cada uno de sus miembros nuestra eterna gratitud por su altruismo, les hemos entregado un pergamino adornado con lo mejor de nuestro cariño y nuestro reconocimiento. Pero no es suficiente; para calibrar con justicia su esfuerzo superior, habría que preguntar al arquitecto Yagu, inspirado decorador de todas las dependencias, cuántos han sido los problemas, cuántos los sacrificios desinteresados, y cuánta cotidiana fraternal comprensión.
Ese es el motivo del sano y noble orgullo que hoy compartimos con vosotros. Hemos luchado como buenos judíos y buenos deportistas, a impulsos de puro corazón; los fracasos no nos arredraron, los triunfos no nos envanecieron, hemos seguido una línea de rectitud y corrección; como buenos deportistas balanceamos nuestra conducta con disciplina y energía en un plan de severa caballerosidad; como buenos judíos tuvimos siempre como norte el cultivo de los más altos valores éticos de la comunidad.
Sería imposible detallar ahora los hechos entrañables de nuestra historia, pero no podemos dejar de mencionar algunos fundamentales, aquellos que han marcado las etapas decisivas de nuestro crecimiento:
Año 1944: entre un grupo de 15 hombres jóvenes surge la idea de crear un Centro Deportivo Israelita; es como la chispa que despierta la llama. La idea es informe aún, y va madurando al calor de una irrefrenable inquietud. Con febril entusiasmo se unen, planean, visitan terrenos apropiados, consultan con expertos. Hay que dar a los sueños el tamaño de una posible realidad.
Año 1946: se adquiere el terreno y junto con él se adquiere también una serie ininterrumpida de problemas económicos. Entonces comienzan a surgir, como brotación y prodigiosas, las manos amigas que nos acompañan desde entonces, manos amigas y precursoras de San Wishñac y Gregorio Shapiro, de Sol Wishñac y León Sourasky; ellos creen en la juventud y la respaldan con su firma.
Año 1949: inactividad, incertidumbre; la horripilante Segunda Guerra Mundial, máxima prueba para el pueblo hebreo, impone un amargo intermedio. Pero surge José Steider y con su optimismo avienta los nubarrones de amargura. Cree en un Centro Deportivo Israelita y rubrica su afirmación construyendo el edificio de los baños.
Año 1951: un benefactor extraordinario deposita la semilla principal: es don Elías Sourasky, sustento de nuestra obra, quien coloca la piedra fundamental del Edificio Social.
Año 1952: los ilustres benefactores de nuestra colectividad, los señores Kessel, ofrecen el Edificio de los Boliches, techo que cobijó oportunamente y dio impulso a nuestras inquietudes sociales.
Marzo del presente año 1955: se inaugura el Auditorio donado por los señores Marcos Maus, Boris Sheiman y Segismundo Raisbaum, cuyos nombres se han ligado para siempre a toda actividad artística y cultural.
En estas fechas enumeradas así, escuetamente, se ciñen los once años de nuestra historia hasta hoy, 16 de octubre de 1955, quizá la fecha más memorable, porque lo que hoy inauguramos no tiene importancia solo para los Socios del CDI, tiene importancia para toda la colectividad israelita de México; los beneficios que habrá de reportarnos a todos son incalculables. Ahora nuestro perfil de conglomerado social, nuestra tarea de educación y orientación tienen su casa, y esa casa es lo suficientemente hermosa como para imprimir notables deseos de superación. Estas columnas que veis, estos ventanales, estas instalaciones sobrias y grandiosas, elegantes y funcionales, no son un envase bonito para disimular el vacío; como las cajas de lináloe de la artesanía guerrerense tienen un perfume intrínseco, el perfume del cultivo espiritual. A las conferencias magistrales, a conferencias dominicales, al Cine-Club, al Teatro Experimental, a los Oneg-Shabat, se une ahora la Biblioteca Judaica, esa valiosísima donación de los señores Kessel y Gutwerg, a cuyo amparo se cultivarán los valores perdurables de nuestra literatura y se estimulará su creación. Sin descuidar el estímulo a los deportes, el Centro Deportivo Israelita está decidido a ofrecer amplios senderos al crecimiento cultural, para lograr así una juventud íntegra física y espiritualmente, una juventud con salud y con ideales.
Para ellos hemos levantado esta casa y, por comprenderlo de tal manera, cada Socio se impuso un compromiso máximo. Pero hubo unos pocos que tuvieron especial empeño en ver la concreción de esta realidad; a ellos, a nuestros benefactores, queremos expresarles hoy nuestro público agradecimiento. Permítanme pronunciar sus nombres, que forman capítulo de honor en nuestra historia: Isaías Brussi, Jaime Chernitzky, Abraham Gerson, Szewel Kahan (q. e. p. d), George Kessel, Moisés Mareyna, Marcos Sourasky, Ing. José Steider, Sam Wishniak, Sol Wihsniak, Mike Feldman, Enrique Gutwerg y León Sourasky.
Estos son nuestros patronos honorarios, y les damos tal denominación porque hemos aprendido en las lides deportivas a dar honor a quien honor merece.
Señoras y señores, estáis ahora aquí, en vuestra casa, y yo ruego al destino nos permita en lo futuro veros aquí con mucha frecuencia ayudándonos a abrir nuevos surcos, a sembrar otra rica semilla, a cosechar el fruto bendito de la paz, el progreso y la evolución humanas, tendiendo, desde este México democrático y maravilloso, un lazo fraternal hacia todas las comunidades que en el mundo realizan el milagro de la indestructible judeidad.
* Tomado del programa de la inauguración del Edificio social 16 de octubre 1955.