En el debate sobre la identidad nacional

en el territorio que hoy representa el Estado de Israel se han evaluado distintas soluciones a lo largo de casi un siglo. Dos han resonado con más fuerza según la coyuntura política, militar y demográfica: o estado binacional o dos estados independientes para dos pueblos. Ahora bien, si la primera opción resulta anacrónica, la segunda no presenta menos desafíos.

En el primer caso podríamos mencionar la cada vez más difícil convivencia entre judíos y árabes, inclusive en aquellos ámbitos donde cierto grado de asimilación parecía haber zanjado las diferencias irreconciliables para dar lugar a una convivencia de facto. Los recientes ataques por apuñalamiento o con armas de fuego por parte de un trabajador de la empresa de telecomunicaciones Bezeq o el atentado en la estación central de autobuses en la ciudad de Beer Sheva a manos de un beduino, aunque no representan al conjunto de sus comunidades, sí son un llamado de atención sobre el alcance de la escalada más reciente. Dicho esto, y a pesar de lo noticiable que resulta el asunto, no es ni por lejos el aspecto más preocupante.

Aunque no resulte tan atractiva para los medios de comunicación masiva, la cuestión del crecimiento demográfico desigual se presenta más urgente. La tendencia indica que la población árabe palestina crece a un ritmo mucho mayor que la judía, casi el doble para ser más exactos. El “Proyecto para la Seguridad Nacional de Israel” –INSP por sus siglas en inglés- cita en su página en Internet las proyecciones realizadas por el experto en demografía del pueblo judío Sergio Della Pergola quien estima que, si la tendencia continúa, para el año 2020 la población judía que habita entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán será del 47 por ciento respecto del total de la población.

En esas condiciones demográficas, un estado binacional basado en la identidad religiosa se presenta como una solución inviable en la medida en que no se resuelva el dilema “estado judío/estado democrático”. Una contradicción en los propios términos que si se resuelve privilegiando los valores liberales de democracia e igualdad se corre el riesgo de traicionar el principio mismo de la creación del Estado, un pedazo de tierra en el que los judíos puedan estar seguros y a salvo, cosa que difícilmente pueda lograrse sin mayoría judía.

En este escenario la solución de dos estados para dos pueblos se vuelve imprescindible. Sin entrar siquiera en el debate de si es un deber moral de Israel, como plantean los sectores de izquierda, devolver los territorios a los palestinos, sino que se trata de una simple, y complicada a la vez, cuestión técnica. Si antes se justificaba la ocupación como medio para defender la existencia del estado judío, hoy el escenario es exactamente el opuesto.

No se entiende, entonces, el empeño de los sucesivos gobiernos de centro derecha por mantener la ocupación, fomentar las construcciones y radicalizar incluso el discurso de la seguridad nacional. Estratégicamente hablando el resultado pareciera ser el opuesto al que pregonan. Dicho de otro modo, sí se entiende si lo vinculamos con soluciones a corto y mediano plazo: se mantiene el status quo, los asentamientos judíos funcionan como filtro estratégico para el ingreso de armamento al territorio palestino que pueda amenazar la seguridad de las ciudades lindantes (exactamente como ocurre con la franja de Gaza) y a lo sumo se lidia con episodios aislados de terrorismo (incluso en escaladas como la actual). A esto debe sumarse además la colaboración de los medios de información que invisibilizan la cuestión demográfica. Pero esto es una bomba de tiempo: para mantener la existencia del estado judío la primera condición es, por definición, que la población sea judía. Es impensable que en el largo plazo se pueda contener a los palestinos en territorios tan reducidos y con una densidad de población tan concentrada.

Por último es necesario advertir que el camino para la solución de los dos estados no puede ser tampoco el implementado en la “desconexión” unilateral llevada a cabo por Ariel Sharon. Ese es quizás el mayor desafío, no solo para la derecha sino para todo el arco político israelí: encontrar la manera, el camino, el idioma que permita trazar una solución acordada por las dos partes, consensuada y comprometida, con fronteras y soberanías claras, con el compromiso de Israel de retirarse de los territorios y la condición de que la Autoridad Palestina reconozca el derecho a la existencia de Israel. En definitiva, integrar a las partes en un marco legal que establezca reglas de juego claras y duraderas.

Fuente: www.aurora-israel.com

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