No obstante, el gobierno actual ha dejado de lado el papel histórico de nuestro país como defensor de la prensa libre. 

No obstante, el gobierno actual ha dejado de lado el papel histórico de nuestro país como defensor de la prensa libre. 

Ante esta nueva postura, otros países ahora atacan a los periodistas dada la sensación creciente de impunidad.

Este no solo es un problema para los reporteros, sino para todos, porque así es como los líderes autoritarios sepultan información esencial, ocultan la corrupción e incluso justifican el genocidio. Como lo advirtió alguna vez el senador John McCain: “Si observamos la historia, lo primero que hacen los dictadores es reprimir a la prensa”.

Para que se den una idea de cómo vivimos ese retroceso en nuestro trabajo diario, permítanme contarles una historia que jamás he relatado en público. Hace dos años, recibimos una llamada de un funcionario del gobierno de Estados Unidos que nos advirtió sobre el arresto inminente de un reportero de The New York Times que vive en Egipto llamado Declan Walsh. Aunque la noticia era alarmante, la llamada en realidad era bastante común. A lo largo de los años, hemos recibido un sinfín de alertas de diplomáticos, líderes militares y funcionarios de seguridad nacional estadounidenses.

Sin embargo, esa llamada dio un giro sorprendente y angustiante. Nos enteramos de que el funcionario estaba comunicando la situación sin que lo supiera el gobierno de Trump y sin su permiso. Según lo creía el funcionario, en vez de tratar de detener al gobierno egipcio o de auxiliar al reportero, el gobierno de Trump planeaba no hacer nada al respecto y dejar que se llevara a cabo el arresto. El funcionario temía que lo castigaran tan solo por habernos avisado sobre el asunto.

Puesto que no podíamos contar con nuestro propio gobierno para evitar el arresto o para que nos ayudara a liberar a Declan en caso de que lo encarcelaran, recurrimos a su país de origen, Irlanda, en busca de apoyo. En cuestión de una hora, diplomáticos irlandeses fueron a su casa y lo escoltaron de manera segura hasta el aeropuerto antes de que las fuerzas egipcias pudieran detenerlo.

No queremos imaginar qué habría pasado si ese valiente funcionario no hubiera arriesgado su carrera para avisarnos sobre esa amenaza.

Dieciocho meses después, David Kirkpatrick, otro de nuestros periodistas, llegó a Egipto y fue detenido y deportado, al parecer como represalia por haber revelado información que le resultaba vergonzosa al gobierno egipcio. Cuando nos manifestamos en contra de esta decisión, un funcionario de alto nivel de la Embajada de Estados Unidos en El Cairo expresó abiertamente la cosmovisión cínica detrás de la tolerancia del gobierno de Trump a ese tipo de represiones. “¿Qué esperaban que ocurriera?”, comentó. “Su reportaje afectó la imagen del gobierno”.

Desde que asumió el cargo, el presidente Trump ha publicado tuits sobre ‘noticias falsas’ casi 600 veces. Sus blancos más frecuentes son organizaciones noticiosas independientes que están muy comprometidas con informar de manera justa y precisa. Para ser totalmente claros, se vale criticar a The Times y a las demás organizaciones noticiosas. El periodismo es una actividad humana, y a veces cometemos errores. Sin embargo, también tratamos de reconocer nuestros desatinos para corregirlos y recuperar el camino todos los días hacia los estándares periodísticos más altos.

No obstante, cuando el presidente denuncia las ‘noticias falsas’, no se refiere a los errores de la prensa. Está tratando de deslegitimar las verdaderas noticias desestimando reportajes justos y objetivos como fabricaciones motivadas.

De esta forma, cuando The Times reveló las prácticas financieras fraudulentas de su familia, cuando The Wall Street Journal expuso que le pagó a una estrella porno para que no hablara, cuando The Washington Post informó sobre la manera en que su fundación personal se beneficia del gobierno, pudo evadir su responsabilidad tan solo etiquetando la información como ‘noticias falsas’.

Aunque se ha confirmado la veracidad de todos esos artículos —y de un sinfín más que ha tachado de falsos—, hay pruebas de que sus ataques están surtiendo el efecto deseado: una encuesta reciente halló que el 82 por ciento de los republicanos ahora confía más en el presidente Trump que en los medios. Uno de los simpatizantes del presidente fue sentenciado por haber enviado explosivos a CNN, organización a la que el presidente acusa con más frecuencia de publicar ‘noticias falsas’.

Sin embargo, al atacar a los medios estadounidenses, el presidente Trump ha hecho más que socavar la fe de sus propios ciudadanos en las organizaciones noticiosas que intentan hacer que rinda cuentas. En la práctica, les ha dado permiso a los líderes extranjeros de hacer lo mismo con los periodistas de sus países e incluso les ha proporcionado el vocabulario con el cual hacerlo.

Ávidamente han adoptado este enfoque. Mis colegas y yo hace poco investigamos la propagación de la frase “noticias falsas”, y lo que hallamos es muy alarmante: en los últimos años, más de cincuenta primeros ministros, presidentes y otros líderes de gobierno en los cinco continentes han utilizado ese término para justificar distintos niveles de actividades en contra de la prensa.

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, han utilizado la frase y han impuesto multas gigantescas para forzar la venta de organizaciones noticiosas independientes a medios leales al gobierno. También la han usado el presidente Nicolás Maduro en Venezuela y el presidente Rodrigo Duterte en Filipinas, quienes han atacado a la prensa mientras encabezan represiones sangrientas.

En Birmania, la frase se usa para negar la existencia de todo un pueblo que es violentado sistemáticamente para obligarlo a salir del país. “Los rohinyás no existen”, le dijo un líder de Birmania a The Times. “Son noticias falsas”.

La frase también se ha utilizado para encarcelar a periodistas en Camerún, reprimir artículos sobre corrupción en Malawi, justificar el apagón de las redes sociales en Chad y para evitar que operen organizaciones noticiosas extranjeras en Burundi. La han usado los líderes de nuestros aliados de siempre, como México e Israel. La han aprovechado nuestros rivales de toda la vida, como Irán, Rusia y China. La han pronunciado líderes liberales, como el primer ministro irlandés, Leo Varadkar. La han usado líderes de derecha, como el presidente brasileño Jair Bolsonaro. Al lado del presidente Bolsonaro en el Jardín de las Rosas, el presidente Trump dijo: “Estoy muy orgulloso de escuchar que el presidente use el término ‘noticias falsas’”.

 

/ /A.G. Sulzberger*

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