El domingo a la noche empieza Jánuca, la fiesta de las luminarias, el encendido de velas que recuerda los milagros y maravillas que sucedieron por esta época en días remotos. En aquel momento hubo milagros que tuvieron que ver con guerras de guerrillas, en las que el milagro es que uno salga exitoso. Milagros de pocos que lucharon contra muchos, hasta el milagro de que pudieron expulsar al dominio sirio-helénico que gobernaba sobre la tierra de Israel.

 

Aquellos héroes recuperaron el Templo y quisieron encender el candelabro que representa la presencia de la shjiná, la presencia de Dios dentro del seno del pueblo de Israel. Sin embargo, no lograron encenderlo porque no encuentraron un aceite de oliva que estuviera ritualmente apto para encenderlo, porque los griegos, de manera alevosa y premeditada, impurificaron todos los aceites para que no hubiera posibilidad de encender el candelabro en el Templo.

Y ocurrió otro milagro: encuentraron una vasija que estaba lacrada y había pasado todos los años de la ocupación greco-siria oculta, lo que permitió mantener su integridad espiritual apta para el encendido. El problema era que la vasija alcanzaba para una sola noche, y tardaba ocho días elaborar el aceite, porque había que ir a Galilea a buscar olivas especiales y hacer el aceite como se hacía en ese momento, por lo que todo indicaba que no se iba a tener el candelabro más que la primera noche.

Un nuevo milagro ocurrió: una vasija, que en teoría iba a durar para una noche, duró ocho noches. Este milagro tiene una profundidad extraordinaria, porque nos habla de la supervivencia del pueblo judío, de pocos contra muchos, de cuando parece que es imposible mantener la tradición, mantener la santidad de la Torá bajo toda circunstancia.

Los judíos se dispusieron y predispusieron a eso y lo lograron de manera sobrenatural. Es muy importante transmitir esto a los hijos, a las familias, que nuestro pueblo no se maneja con los cánones normales de la sociología y de la historia. Nuestro pueblo supera los cálculos de la historia. Nuestro pueblo desafía, vence y se impone sobre los cálculos fríos de los números, porque hay una vasija de aceite que se mantiene siempre absolutamente íntegra, inalterable, inviolable, y que representa la chispa del alma iehudí.

Esa vasija es la que encendemos y propagamos en Jánuca. Cada noche, cuando nos sentamos al lado del candelabro después de haber encendido la primer noche una vela, la segunda dos, y así sucesivamente, tenemos que sentarnos a escuchar el relato, el significado de estas luminarias y terminar encendiendo nuestra propia luminaria del alma, ner a shem mishmat a dam, el alma de la persona es una vela de Dios y la de nuestros hijos, nuestros compañeros y de toda la comunidad judía.

Janucá Sameaj, que veamos milagros y maravillas y podamos ver la reinaguración del tercer Templo a manos del Mashiaj y el encendido del candelabro original en el Templo de Jerusalem.

Fuente: itongadol.com

 

Share.

Leave A Reply

Exit mobile version