La cabeza del año, ese par de días que nos invitan a comer jalá agulá, manzana con miel y cabeza de pescado, la primera vez que escuchamos el shofar en este nuevo ciclo.
Los que rezamos, los que no rezamos tanto, los que decimos a gut yor, los que comemos kipe. Cada uno hace de esta fiesta una historia distinta, pero todos tenemos un punto común: La mesa.
Algunas familias tienen una tradición semanal de juntarse y este día es uno más para verse y comer las recetas de la abuela. Hay quien medita cada año si irá con sus papás, con sus suegros, con los tíos, o si mejor lo hacemos en la casa y que venga quien pueda. Otros más lo pasarán en pareja o con amigos. El asunto es: todos tenemos una mesa de Rosh Hashaná, y para cada uno simboliza algo distinto, y justamente ahí, radica lo especial. Dependiendo de nuestras tradiciones, familia, país y comunidad, Rosh Hashaná puede tener diferentes significados y símbolos. La religión y la costumbre pueden ir o no de la mano ya que con los años y el paso de las generaciones cada uno lo vive de otra forma, pero la reflexión nos lleva invariablemente al punto de reunión, a reflexionar en este punto de partida que viene acompañado de una carga emocional tan colectiva y tan individual al mismo tiempo que se hace inigualable con cualquier otra fiesta.
Ni Shabat, ni Yom Kipur, ni Pésaj, ningún otro jag hace en nosotros lo que hace Rosh Hashaná. Nos hace pensar en el otro y en uno mismo, al mismo tiempo.
Sin entrar en detalles religiosos, sin hablar de leyes ni costumbres, este momento nos une y nos divide. Por un lado, el momento de decidir en qué mesa pasaremos la fiesta; o mesas, ya que podemos tener hasta 8 reuniones en el transcurso de estos dos días, cada una con personas y comida diferente. ¿Qué compañía quiero? ¿A qué compañía tengo que resignarme? Sin importar si es con familia elegida o de sangre, lo que queremos es PAZ, para mí y el otro; y DULZURA, que repartimos mientras pasamos la miel, la granada y el postre. A propósito, o sin querer, todos queremos lo mismo, paz y dulzura.
¿Se imaginan si todos fuéramos honestos al respecto y nos diéramos cuenta de que al final, todo es cuestión de paz y dulzura? Así, sin trabas, sin peros, para mí y para todos. Tan individual y colectivo porque para cada uno de nosotros estas palabras pueden querer decir cosas distintas, pero no en la raíz. Tendemos a asumir que el otro (el extraño y el conocido y el familiar y el ajeno; el otro) no piensa igual que yo, por lo tanto, no quiere lo mismo que yo, por lo tanto, el siguiente año será como este, sin más, nada que hacer.
La invitación este año es a ver la mesa de Rosh Hashaná como el punto común, no sólo donde nos encontramos físicamente sino donde deseamos todos lo mismo. Que este año, el primer día sea el inicio y el pretexto; y que la comida (o la cena, o el desayuno) vengan con deseos de paz y dulzura, deseos de a deveras, parejos de todos y para todos, sin tapujos ni restricciones. Rosh Hashaná como detonador de un mundo mejor, de mi mesa a la de ustedes.
SHANÁ TOVÁ
SHANÁ METUKÁ
SHNAT SHALOM
// Nurit Mendelsberg