La quinta luminaria, brillando con más intensidad que sus compañeras, comenzó con su relato.

 

“Solo quedaba con vida uno de los cinco valientes hijos de Matitiahu. Iehudá, Eleazar, lojanán y Ionatán habían sacrificado sus vidas por su pueblo. Le tocaba el turno de asumir el mando a Shimón. Todo el pueblo de Israel le imploró que aceptara ser su jefe y Sumo Sacerdote, prometiendo obedecerle como lo habían hecho con sus hermanos.

La Tierra de Israel continuaba rodeada de enemigos internos y externos, y Shimón tuvo que librar muchas batallas antes de lograr la paz frente a ellos. En el tercer aniversario de la asunción del mando de Shimón, todos los dignatarios y nobles de Israel se reunieron en Jerusalem para rendir honores al bien amado Sumo Sacerdote.

Todos juntos agradecieron a D-os por haberlos librado de sus enemigos, y en medio de estrepitosas ovaciones y manifestaciones de júbilo, proclamaron a Shimón como Sumo Sacerdote y Príncipe de Israel.

El pueblo todo juró lealtad al nuevo jefe y a su familia. Las valientes acciones de Matitiahu y sus hijos fueron grabadas en placas de bronce que fueron fijadas en las columnas que sostenían al Beit Hamikdash —el Santo Templo —y réplicas de estas placas fueron obsequiadas a Shimón como prueba de eterno amor y gratitud.

Los judíos volvieron a vivir felices en su propia tierra, gozando del pleno derecho de venerar a D-os, en paz y seguridad. Todos los años, el vigésimo quinto día del mes de kislev, celebramos la fiesta de Janucá, encendiendo la Menorá durante ocho días, relatando a nuestros hijos los maravillosos milagros de D-os”.

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