Hace unos veinte años, cuando nació nuestro segundo hijo,
vivíamos en un complejo habitacional en Baltimore con muchas otras familias judías ortodoxas jóvenes. Siempre que una familia era bendecida con un hijo, las otras le preparaban cenas para dos semanas. En aquella ocasión, agradecimos mucho por haber sido receptores de esa bondad, que también habíamos hecho muchas veces antes y muchas después.
Una noche, durante esas dos extenuantes semanas, la cena no llegó. Resultó ser que la mujer que se había ofrecido para prepararnos la cena esa noche lo olvidó. Sin embargo, la pobre mujer que se olvidó de nosotros no encontraba consuelo. La mujer básicamente comenzó a evitar a mi esposa, asegurándose de no volver jamás a estar cara a cara con ella. Estaba demasiado avergonzada por habernos defraudado tanto. Ella no logró hacer una cosa: confesarse ante las personas que había defraudado (o, al menos, que creyó haber defraudado). En lugar de hacerlo, simplemente evitó a mi esposa, sin siquiera darle la oportunidad para que le explicara lo intrascendente que había sido todo el asunto para nosotros. Ellas se habrían reído juntas y habrían continuado sus vidas felices. Sin embargo, esta mujer se alejó y mi esposa, por su parte, tampoco se sintió cómoda como para acercarse a ella.
Tendemos a pensar que el arrepentimiento es el equivalente a las resoluciones de año nuevo: una oportunidad para corregir nuestros errores del pasado y comenzar desde cero. Este año será mejor, será distinto. No repetiremos los mismos errores e indiscreciones del año pasado. Y nunca tendremos que volver a tolerar la incomodidad de vivir con las consecuencias de nuestros errores.
Lo que hacemos en Yom Kipur no es arrepentirnos, sino disculparnos
Pero eso es solo una parte de ello. El arrepentimiento no solo implica introspección y crecimiento, implica también reparar. Significa enfrentar a quien has defraudado (y esto incluye también a Di’s) para pedirle perdón y enmendar la relación. Maimónides describe la obligación de confesar de la siguiente manera: “(La persona debe decir), por favor, Di’s, he pecado, transgredido, y me rebelé ante Ti haciendo tal y cual cosa…” (Leyes de arrepentimiento 1:1). Tienes que erguirte y hablar con Di’s, así como con todas las personas que hayas defraudado. Debes retornar a Él y pedirle perdón. Arreglarás tu futuro también, pero primero tienes que arreglar tu pasado.
Lo que hacemos en Yom Kipur no es arrepentirnos, sino disculparnos. En la sinagoga recitamos la confesión (vidui) diez veces durante el día. Nos paramos ante Di’s y decimos: “Lo siento, esto es lo que he hecho…”. Por supuesto, disculparnos sin intentar mejorar a futuro no sirve de mucho, pero debemos comenzar pidiendo disculpas, parados frente a Di’s. El arrepentimiento es solo la demostración de que tu disculpa fue sincera.
Al comienzo de sus Leyes de arrepentimiento, Maimónides escribe:
Todos los mandamientos de la Torá —tanto los positivos como los negativos—, si una persona transgrede uno de ellos, consciente o inconscientemente, cuando se arrepiente y desea enmendar su pecado, está obligada a confesarse ante Di’s, bendito sea Él.
La esencia de Yom Kipur no son las resoluciones personales ni la introspección, sino hablar con Di’s.
En una obra supuestamente sobre arrepentimiento, ¡Maimónides no menciona en ningún lugar el arrepentimiento en sí! Prácticamente lo pasa por alto, enfocándose por completo en nuestra obligación de confesar. De nuevo, la razón es que la esencia de Yom Kipur no son las resoluciones personales ni la introspección, sino pararse y hablar con nuestro Creador. Debemos decirle a Di’s quiénes somos, en dónde estamos en la vida y las cosas que necesitamos mejorar. Y, naturalmente, debemos efectivamente mejorar, asumiendo que nuestras palabras son sinceras.
Fuente: www.aishlatino.com