La precaria situación en la que vive la juventud del mundo árabe ha sido documentada mediante un estudio realizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el cual lleva el título de “2016: Juventud y prospectos para el desarrollo humano en una realidad cambiante”. Como podría imaginarse el cuadro que emerge de este documento es francamente desolador, con cifras y pronósticos mucho peores que los que se tenía de estudios similares realizados en el pasado. De hecho, se pronostica que el riesgo de caos y violencia para los próximos años irá en aumento.

En los 22 Estados árabes considerados, vivían hasta hace unos cuantos años aproximadamente 380 millones de habitantes. De ellos, la población de entre 15 y 29 años es hoy de cerca de 105 millones aquejados por el desempleo, la pobreza y la marginación. Sin horizontes promisorios a futuro, se trata de una generación llena de frustraciones y enojo que al no encontrar en sus respectivos gobiernos políticas destinadas a integrarlos a la vida productiva de manera adecuada, recurren a menudo a refugiarse en la religión, la tribu y la secta, abandonando la identidad nacional que presuntamente debería cohesionarlos. De ahí parte del fenómeno del exitoso reclutamiento realizado por organizaciones fundamentalistas como el Estado Islámico o Al-Qaeda, los cuales encuentran en esta situación el terreno ideal para hacerse de militantes.

En este contexto, y según el citado reporte de la ONU, no es casual que aun cuando los árabes representan el 5 por ciento de la población mundial, están involucrados en 45 por ciento de los actos terroristas cometidos en los últimos tiempos. Igualmente, constituyen un altísimo porcentaje de la población mundial en condición de refugiados. Como bien lo hemos presenciado en las dramáticas escenas que a diario aparecen en los medios de comunicación, la oleada masiva de quienes arriesgan la vida para llegar a Europa y otros lugares que puedan brindarles asilo, proviene fundamentalmente de zonas de guerra en el mundo árabe en las que la población civil ha sido diezmada de manera inclemente. El reporte también señala que mientras en 2002 cinco países árabes estaban sumidos en conflictos bélicos, hoy son once los que están en esa situación.

Y como se calcula que para 2020, tres de cada cuatro árabes estarán viviendo en países vulnerables al conflicto, la ONU recomienda a los gobiernos de las naciones árabes aun relativamente estables, adoptar estrategias efectivas para invertir en desarrollo humano mediante una revolución cultural que proporcione a sus poblaciones servicios decentes, educación y posibilidades de construir vías para la incorporación productiva de sus jóvenes, hoy desamparados ante una realidad profundamente frustrante. Para ello los recursos económicos con los que cuenta cada uno de esos países deberán dejar de canalizarse hacia la alocada compra de armamento que hoy prevalece, para invertirse en cambio en las múltiples áreas que tienen que ver con el bienestar y con el progreso social y cultural de sus habitantes.

La receta sugerida por el reporte de la ONU tiene lógica, pero dada la complejidad de los muchos rezagos y conflictos padecidos por el mundo árabe, resulta extremadamente difícil imaginar cómo podría desenredarse la madeja de guerras, fanatismos, corrupción, intervenciones interesadas de actores externos y crecimiento de sectarismos confrontados unos con otros que hoy mantienen a esta región del mundo en la crisis más grave que jamás haya conocido. Crisis que si bien afecta en primer término a quienes ahí viven, es simultáneamente uno de los mayores desafíos para el entorno global mundial. En este sentido basta con ver de qué manera el problema de los refugiados ha incidido en la configuración de las actuales tendencias políticas radicales que se fortalecen amenazadoramente en Europa e incluso en nuestro continente.

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