Camino a solas unos pasos, escucho el viento, el aleteo de aves por doquier. Puedo ver el aire en los bosques meciendo el follaje de los árboles. Aspiro el aroma de la tierra. Todo está lleno de vida en el campo de la muerte. Hay nidos, madrigueras de una gran variedad de especies de origen animal, insectos, plantas, flores. Todo lo que vive se ocupa de su alimentación y reproducción. Qué contraste me digo a mí misma. En este lugar de muerte, la naturaleza, el ciclo vital de la vida sigue su curso normal como si no hubiera pasado nada.

Aquí mismo, donde hubo dolor, sufrimiento y tristeza, donde las madres perdieron a sus hijos, donde familias enteras fueron aniquiladas, miro al horizonte enmarcado por un cielo azul, soleado y caluroso, es un día de verano como cualquier otro. Sin embargo: el pasado está presente… latente.

Cabizbajos salimos de ahí. Con el alma desgarrada. A un costado del autobús nos tienen listo nuestro almuerzo como lo han hecho todos los días. Café, agua, pasteles y fruta. Me siento mal, me remuerde la conciencia. A pesar de que se preocupan por mi alimentación, no me avergüenzo de sacar las tortas que preparé en el hotel.

¡Qué ingratitud! Seis millones de almas hermanas padecieron hambre, dolor y castigo. ¿Cómo me atreví a despreciar el pan que me ofrecían justo a unos cuantos metros de la entrada al peor campo de exterminio nazi? Un sitio por el que deambulaban esqueletos vivientes ansiosos por un mordisco de pan. ¡Qué vergüenza!, ahí dentro está presente el testimonio del infierno por el que pasaron mis antepasados y aún me queda mucho por aprender.

¿Dónde quedaron nuestros valores? ¿Qué enseñanzas les transmitiremos a nuestros hijos y nietos?

Esta pregunta la hago en plural por muchas razones:

Mi respuesta personal es: al igual que la festividad de Pésaj donde los rollos de la Torá nos enseñan claramente que es nuestro deber transmitir a nuestros hijos, nietos y bisnietos, y ellos mismos a los suyos de generación en generación para nunca olvidar que fuimos esclavos y agradecer por siempre en nuestra vida a D-os por nuestra liberación. Asimismo, tenemos la obligación de transmitir a nuestros descendientes lo que significa la Shoá, enseñar y repetir una y otra vez: nunca jamás olviden, y agradezcan el pan de cada día, festejen la libertad, la tradición, unión y costumbres. Enseñemos a valorar la vida.

Hoy es día viernes, por la noche, Shabat. Regresamos al hotel para asearnos y estar listos a tiempo para salir caminando hacia la sinagoga. ¡Qué gratificante acudir a dicha ceremonia sin temor alguno, sin necesidad de ocultarnos! Hicimos Kidush, y Hamotzi. Fue increíble la convivencia con cantos y bailes. Imaginen cuánto disfrutamos la noche de Shabat con alegría y libres… en Polonia.

El viaje me deja dentro del corazón una difícil, pero importante experiencia de vida. Aprendí a valorar aún más todo lo que D-os me ha otorgado. Doy profundas gracias a Eva Lijtszain, Perla Hazan, Rebeca Swerdlin, Pepe y Linda Chisikovsky, los organizadores de este viaje, a Ariel Seiferheld por su grata compañía y esfuerzo para que la visita a Polonia fuera espléndida tanto en contenido como en convivencia.

Pido perdón por los errores cometidos. Agradezco a todos los compañeros por su muestra de amistad, asimismo, felicito a los jóvenes del Grupo Masbirim 5, que se prepararon y tomaron durante un año un curso para efectuar el viaje en el que al final, atinadamente salieron de Polonia para viajar a Eretz Israel.
Quisiera compartir mi conclusión a ese terrible genocidio: Hitler afirmó que los judíos éramos una raza inferior que debía ser exterminada. Eliminarnos de la faz de la Tierra era su objetivo.

¿Por qué? En mi opinión, la raíz del antisemitismo es la ignorancia que promueve el prejuicio y la xenofobia. El Régimen Nazi no solamente fue promotor del exterminio, no solo asesinó inocentes, sino que destruyó la cultura, el pensamiento, la música, la creatividad, el arte, talento, ciencia, avances médicos, tecnología, que son patrimonio y legado de la humanidad. Todo lo convirtió en un infierno de dolor y cenizas. Sin embargo, el Pueblo Judío se levanta nuevamente y se reconstruye. Hace 70 años nuestros antepasados emigraron a diferentes lugares del mundo. Algunos sobrevivientes del Holocausto lo hicieron partiendo del continente europeo, otros huyeron de Turquía, Damasco, Líbano. Todos con la misma ilusión, iniciar una nueva vida. Muchos llegaron a Estados Unidos, Argentina, Brasil, Venezuela, Colombia, Panamá, Canadá y muchos países más de Centro, Sur, y Norteamérica. En 1945 se declara la Independencia del Estado de Israel, y muchos sobrevivientes encuentran ahí un lugar para rehacer sus vidas y participar en la reconstrucción de la joven nación.

Nuestros abuelos eligieron México, llegaron sin nada. Trabajaron arduamente para salir adelante. Encontraron en el país donde nacimos una vida digna con libertad de credo. Al paso de los años los judíos de México lograron construir una gran comunidad con hermosas sinagogas, cementerios y escuelas con formación educativa desde maternal hasta estudios superiores.

Yo regreso con mi esposo a casa y es ahora, después de lo que he aprendido en este viaje, cuando elogio sus logros, sus esfuerzos por reconstruir lo perdido. Gracias a todos ellos vivimos libremente, hemos formado familias de bien. Y lo más importante, lograron que levantemos el rostro al cielo con el orgullo de ser judíos.
Ayudémonos unos a los otros para enseñar y transmitir lo aprendido. Con ello, seguiremos siendo presente y… futuro.

Moreshet Vezikaron: legado y memoria. 

Viaje a Polonia del 1 al 7 de junio de 2015.

Diario de un encuentro con el pasado… presente (Primera parte)

Diario de un encuentro con el pasado… presente (segunda parte)

Share.

Leave A Reply

Exit mobile version