DOMINGO

Género: Cuento
Categoría: Abierta
Pseudónimo: La flor de invierno

Donde el mar calló para que Dios hablara.

Un lugar inolvidable de una belleza que perfora el alma. Un rincón, lejos del ruido del mundo, sin estrés ni turismo invasivo, con un océano que parece hablar en susurros. Un sitio donde el silencio se arrodilla ante el suspiro de la arena fina y blanca, tejida con luz de luna, y un leve tinte rosado que rinde homenaje a la caía del sol.

Almaviva, mas que una playa, un santuario que susurra al corazón. Abrazada por rocas gigantes, esculpidas por siglos de viento y sal, moldeadas con paciencia de los dioses. Playa rodeada de misterios de la naturaleza, con entorno místico, espiritual, como nacido en tierras agradas.

Entre las sombras que las palmeras tejían, al caer la tarde una anciana solía sentarse en silencia…y no muy lejos, un niño de ojos inmensos caminaba descalzo, con la mirada clavada en el vaivén de las olas, como si buscara algo que no sabia nombrar. Ella le ensenaba a escuchar el alma, y el, sin saberlo, le ensenaba a ella a mirar de nuevo el mundo con asombro.

El mar… ¡Ah! … ese mar de color turquesa profundo, su murmullo acaricia las piedras que son memorias talladas por su sal. allí el tiempo se detiene. Reposa.

Caminar por sus aguas en como flotar entre cielos. Es lugar sin relojes, donde el alma camina descalza, y el paisaje no se mira. Se siente.

¾Abuela ¿por qué el mar parece tan callado? ¾pregunto Luziel con la mirada fija en el horizonte.

¾Porque cuando el mar calla ¾respondió la anciana sin moverse¾ es que Dios va a hablar.

El no entendió, pero se le erizo a piel.

Ella si lo sabia antes, y no corrió.

Aquel paraíso, apenas perceptible de las contracciones palpitantes, latía en silencio.

Se mostraba en una erupción nacida del vientre de la tierra.

Las orillas blancas de esa playa terciopelada convirtieron a los vivos en seres de tormenta… Los misterios rasgaron las miradas. El terror arañó sus ojos, sus cuerpos, se hicieron pequeños ante el gigante. Los pechos, sorprendidos, y los temores erizados en la piel, las retinas dilatadas, reventaban ante el terrible mal.

En cámara rápida, con voz sombría, tartamudeaban olas, mar y tierra.

Uno solo, gritado.

El silencio volvió, pero ya no era el mismo.

Entre espuma y los restos del mundo anterior, Luziel abrió los ojos, a su lado, la anciana seguía viva, no lloraba, no hablaba, solo miraba hacia el horizonte, como si acabara de entenderlo todo.

Lo que la ola se llevó, no fueron los muros, objetos o cuerpos, sino el ego, la avaricia, la indiferencia.

Sobrevivieron los que aun guardaban una semilla de humanidad.

No solo los cuerpos emergieron sino también el asombro, la humanidad, la compasión dormida.

Y aunque lo que quedo parecieron ruinas, era en realidad el terreno fértil de un nuevo comienzo.

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