A los 15 años, Malala Yousafzai se convirtió en un personaje mundialmente conocido al haber sobrevivido a un atentado cuando se dirigía a su escuela.
Sus atacantes, fundamentalistas islámicos, pretendían atemorizar y disuadir a las familias pakistaníes de que sus niñas se educaran, pero el resultado afortunadamente fue el contrario. Malala se convirtió de ahí en adelante en una fi gura impulsora del derecho de las mujeres a recibir educación escolarizada en igualdad de condiciones que los varones. Atrajo la atención mundial con la incansable campaña que emprendió para difundir la causa de la igualdad de género en temas educativos, por lo que, en 2014, su activismo le valió ser galardonada con el Premio Nobel de la Paz. Su mensaje recibió con ello una importante difusión internacional poniendo en la agenda la necesidad de combatir los extremismos religiosos que mediante el terror y la violencia física pretendían mantener a sus mujeres en estado de analfabetismo total, y por tanto, de sometimiento absoluto.
Sin embargo, en el caso de Afganistán, la causa de los derechos femeninos ha sufrido en estos últimos dos años, un grave retroceso. El retorno del poder a manos de los talibanes tras la evacuación total de las fuerzas norteamericanas ha renovado la pesadilla de las mujeres afganas, atrapadas entre montañas de ropa y las cuatro paredes de sus casas, en calidad de esclavas perpetuas al servicio y bajo las órdenes de los hombres.
Ahora se está atestiguando un nuevo embate contra la educación femenina en la República Islámica de Irán. Se trata de cientos de niñas víctimas de envenenamiento, presuntamente por gases, en recintos educativos en las ciudades de Teherán, Borujerd y Qom. Aunque ninguna alumna ha fallecido, el presidente Ibrahim Raisi ha ordenado a sus ministros de inteligencia y salud investigar el origen de tales atentados que iniciaron desde noviembre pasado, pero que se han intensificado a últimas fechas con las consecuentes hospitalizaciones de emergencia de muchas de las estudiantes afectadas de una treintena de escuelas.
El viceministro de Salud, Younes Panahi, declaró que el envenenamiento es obra de personas empeñadas en cerrar las escuelas, maniobra de extremistas religiosos que están radicalizando sus posturas como reacción a la ola de pro[1]testas feministas que se ha extendido en el país a raíz de la muerte de Mahsa Amini a manos de la policía de la virtud por el “delito” de tener mal puesto el velo sobre su cabellera.
El tema “mujeres” cobró relevancia así los últimos meses. El asesinato de Amini hizo explotar el malestar femenino largamente reprimido y silenciado por el establishment religioso, patriarcal y misógino que, desde la fundación de la República de los ayatolas en 1979, tomó el control del país. Y ese despertar, pleno de convicción de la necesidad de acabar con la sumisión femenina obligada, ha provocado a su vez un coletazo de rabia y violencia del patriarcado autoritario, expresado en estos momentos en el envenenamiento de niñas y adolescentes con el fin de enviar el mensaje claro de que las mujeres deben regresar al lugar que les corresponde según la tradición.
Esa añeja tradición que, por una parte, valora más que nada un sistema de vida pública en el que las mujeres pasen desapercibidas, no sean vistas ni oídas ni su voz ni tampoco sus risas; y que, por la otra, vive obsesionada con perpetuar una normatividad de vida privada en la que las mujeres no sean nunca sujetos, sino sólo objetos, objetos de servicio, de placer, de reproducción de la especie y, sobre todo, seres carentes de ideas, de dudas, de ambiciones y de deseos, sin capacidad de decisiones autónomas. Por eso las escuelas son peligrosas a ojos de esos machos radicales. Saben bien ellos que esos recintos, con su potencial para impartir saberes y promover cuestionamientos y dudas, constituyen la fuente de una revolución capaz de anular el orden presuntamente establecido por una divinidad siempre entendida, desde luego, en masculino.
La teocracia iraní impuso desde el inicio de su dictadura cuáles debían ser las conductas y virtudes de las mujeres: sumisión, castidad, silencio, abnegación, obediencia, recato y anulación de la voluntad propia en aras del mantenimiento del patriarcado dominante. Así que el régimen no debería sorprenderse ahora por la ola de envenenamientos de niñas. A fi n de cuentas, se está cosechando lo que desde el poder se ha venido sembrando ideológicamente desde hace más de cuarenta años.
// Esther Shabot*
*Experta en temas de Medio Oriente
Fuente: Excélsior, 4 de marzo, 2023.