Siempre he creído que la música es muy poderosa, nos puede hacer estar felices, tristes, melancólicos, tranquilos, exaltados y provocarnos un sin fin de emociones al escucharla o tocarla.

 

Hay personas que tienen una conexión muy especial con la música, que la sienten, la viven y la aman de manera muy profunda, me parece que esto es algo con lo que algunas personas nacen, pero también se adquiere a medida que la vamos conociendo y entendiendo en toda su extensión, comprender sus pausas, sus notas, su ritmo, sus compases.

La música también nos proporciona habilidades además de las propias que se adquieren al tocar el instrumento que sea, hace que hagamos conexiones neuronales, que trabajemos en equipo al estar en un ensamble y formar una unión mágica de sonidos que son agradables al oído.

Por todo lo mencionado, es que siempre animé a que mis hijas tuvieran una cercanía con la música y tocaran un instrumento, ellas eligieron aprender a tocar la guitarra y el piano, instrumentos muy complejo para una niña de 6 y 8 años ya que además de que son instrumentos muy grande para su tamaño (en especial la guitarra), también se necesitan desarrollar habilidades de motricidad gruesa, sin embargo ellas nunca desistieron y con una convicción muy firme decidieron que es el instrumento que quiere aprender a tocar.

En la Academia de música del CDI, mis hijas han descubierto lo divertida que es la música, y a pesar de ser compleja y en ocasiones, frustrante, están felices, ya que cuentan con maestros que la animan y le enseñan con amor y paciencia, ya que ellos saben que el aprendizaje de un instrumento es largo, pero con muchos frutos en el camino.

Cada vez que llegan felices a casa porque aprendieron una nota o un acorde nuevo o hasta a tocar una canción que le gusta, me doy cuenta de la decisión acertada de haber elegido las clases de música como parte de su vida.

En una ocasión hubo una clase abierta donde mi esposo y yo tuvimos la oportunidad de ver y vivir de cerca lo que nuestras hijas hacen en clase, ese día ella se convirtió en la maestra y nosotros en los alumnos, nos enseñó a tocar unos acordes y la verdad es muy difícil, no me salió ni uno, pero la experiencia de verla feliz enseñándonos y ver su progreso fue maravilloso, estaba tan entusiasmada enseñándonos a tocar que yo sólo podía ver su cartita de felicidad al tratar de enseñarnos como tener esa conexión con la música y con el instrumento como ella lo tiene con la guitarra.

Les agradezco a los maestros de la Academia de música por hacer de esta ilusión de que mis hijas toquen un instrumento una realidad que en el camino a conseguirlo, está siendo muy fructífero y sobre todo divertido.

*Mamá de Emma y Valeria Sarue, alumnas de la Academia de música SoundCity CDI.

// Fanny Rubinstein*

 

 

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