
Jacobo Zabludovsky, el rostro de la noticia, recibió la convocatoria para escribir una anécdota en la revista del 60º Aniversario del CDI e inmediatamente llamó: “Venme a entrevistar”. El tema lo tenía claro. Le espinaba la ausencia inevitable, la imperiosa necesidad de reivindicar el trabajo de su hermano mayor Abraham Zabludovsky, fallecido en 2003, cuyos proyectos arquitectónicos realizados en 1945, cuando aún era estudiante, sirvieron para edificar el Centro Deportivo Israelita.
Jacobo documentó sus recuerdos. Sobre su escritorio tenía dos libros abiertos en páginas precisas: AZ, un compendio de dos tomos de las obras de su hermano arquitecto –más de 200 proyectos construidos: residencias, unidades habitacionales, centros culturales y edificios en México y el extranjero, incluyendo el Auditorio Nacional, el Museo Tamayo y el Colegio de México –creados en coautoría con Teodoro González de León–, y la monografía Cincuenta años del Centro Deportivo Israelita, publicado en 2000. En ambos subrayó las líneas alusivas al trabajo de Abraham Zabludovsky quien, junto con Miguel Ángel Velásquez –su compañero en la Escuela Nacional de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México–, elaboró el proyecto inicial del CDI.
El día de la entrevista, Jacobo lucía inmejorable. Vestía como moderno colegial: camisa con franjas negras y beige, sweater color camello. Delgado y vital, presumió que esa mañana pesó 60 kilos, como en sus “buenos tiempos”, específicamente cuando hace más de medio siglo se unió en matrimonio con Sarita, su mujer de siempre.
En su oficina –en un piso alto de la Torre Esmeralda sobre el Periférico, desde donde hace suyos el bosque de Chapultepec, la ciudad e inclusive los volcanes en días luminosos–, se ciñe de placeres. Miles de libros perfectamente clasificados. La fotografía que Robert Capa capturó en 1936 de un miliciano español en el instante en que es baleado en la campiña cordobesa, ícono por excelencia del instante en el periodismo. Una escultura de la fiesta taurina; y otra, aún más espectacular, de un pájaro abstracto de Juan Soriano. Muebles simples, escasos adornos. Lilys frescas que contrastan, en su blancura, con la pasión intensamente roja del muro que las encuadra.
“Me siento mejor que nunca; feliz y sano”, inicia la conversación dejando sobre entendido que ello obedece, como en el tango, a que supo volver a su querer. Es decir, reescribir su historia como periodista después de su salida de Televisa en 2000, tras casi medio siglo de trabajar en la empresa y más de tres décadas de ser el periodista con mayor audiencia en México. Llegó a la radio con temores y pesares: un cáncer incierto, la sombra del pasado glorioso y una amarga sensación de vacío. Temía la peor crítica de todas, la indiferencia. Pero la lidió de frente, entregándose a la radio con inteligencia, pasión y férrea voluntad, como si fuera un jovencito sin pasado ni glorias que perder.
Una década después, consciente de las luces y las sombras que marcaron su retorno, se siente en paz. Presume que justamente unos días antes de nuestra cita, el IBOPE, la agencia que mide audiencias, declaró que su rating en Radio Centro es el más alto de entre los programas de noticias, dejando muy atrás, inclusive, a los noticieros matutinos. Por eso, se le nota contento, plenamente satisfecho. Como si hubiese renovado un pacto con la vida, se dio el lujo de firmar, de nueva cuenta y por muchos años, ¡a sus 82 años!, un nuevo contrato con Radio Centro.
No obstante el aparente sosiego, a Jacobo le duele la ausencia. Extraña la vitalidad y el estilo personal de su hermano mayor quien post mortem sigue tenido reconocimientos en las decenas de recintos culturales que proyectó, recientemente en el Museo del Niño de Villahermosa y en el Teatro y Centro de Convenciones de Coatzacoalcos, Veracruz, inaugurado tras su muerte con un concierto del tenor Luciano Pavarotti que, en escena, elogió la acústica de la sala como una de la mejores en las que él ha cantado.
Especialmente con Abraham –el exitoso arquitecto que inventó texturas de concreto cincelado con grano de mármol y obtuvo reconocimientos como el Premio Nacional de Ciencias y Artes, la Medalla de Bellas Artes y el Premio Vitruvio en Buenos Aires por méritos excepcionales a su trayectoria en la Arquitectura Latinoamericana–, Jacobo polemizaba de cualquier tema: política, historia, visión de mundo.
Entre hermanos no existían las barreras que impone la fama. Había una relación fraternal y constante de afecto y admiración mutua que abría cauce a discusiones acaloradas, vehementes, en torno a la interpretación de la realidad. Jacobo no lo dice, pero en su mirada vidriosa, en su voz que se quiebra, es posible intuir que Abraham, con su visión crítica y apasionada, con su ironía y comentarios ardientes y exaltados, era tierra firme, un espejo vigilante para mirarse.
Los recuerdos lo transportan a 1945. Vivían en la calle Veinte de noviembre, esquina con Mesones. Eran tiempos de modernización urbana. Veinte de noviembre se había inaugurado recientemente como una avenida amplia de doble circulación que iniciaba en Plaza Tlaxcoaque y desembocaba en el centro del Zócalo, ofreciendo al fondo una vista asombrosa de la Catedral Metropolitana, que ya sufría de serios hundimientos y grietas. No había edificios altos. Eran simples manzanas de casas recién construidas, como la de los Zabludovsky, inserta en una zona de tráfico intenso. Circulaban coches, tranvías amarillos, camiones de servicio público y peatones descuidados en aquella avenida sin líneas blancas para delimitar los carriles, cuya fluidez y seguridad residía en obedecer los silbatazos de un policía con vestimenta color tamarindo –de ahí proviene el modismo de llamarles “tamarindos” a los oficiales de tránsito–, que dirigía la circulación trepado en un pequeño banco de madera.
En aquella zona del Centro vivían varios de los fundadores de lo que sería el Centro Deportivo Israelita: Samuel Dultzin, Jaime Dorotinsky, Fernando Katz, Isaac Grabinski, José Belkind, Moisés Gitlin, pioneros que pertenecían a la Asociación Deportiva Israelita Macabi –institución fundada en 1931 cuya sede era Tacuba 15, “El Palacio del Mármol”–, y que vislumbraron la creación de un deportivo propio para aglutinar a todos los miembros de la comunidad judía de México. Buscaban el apoyo colectivo, sembrar el frenesí comunitario, vender acciones que les permitieran tener fondos para comprar un terreno.
En las pláticas entre vecinos, los Zabludovsky quedaron inmersos espontáneamente en las discusiones, los proyectos y los sueños de creación. Supieron así que gracias a la amistad de Jaime Dorotinsky, quien comerciaba algodón en la zona de la Laguna, se logró negociar la compra del “Ex Rancho de Sotelo”, un amplio terreno en el norte de la ciudad, ubicado en el número 76 de lo que entonces llevaba el nombre de Prolongación Juana B. Gutiérrez de Mendoza, cerca del Hipódromo de las Américas, colindante con el Campo Militar número 1. Inicialmente, el 23 de diciembre de 1944, Llaguno –dueño de la Ganadería de Toros Bravos de San Mateo– aceptó venderles 62 mil metros cuadrados, pero luego amplió la oferta a los casi 92 mil metros cuadrados que fueron adquiridos.
No obstante el ánimo desolado que dejaba la guerra, aún inconclusa, el sueño de construir un deportivo y apelar a la vida, despertó el entusiasmo de la Comunidad, especialmente de los jóvenes que sentían que en México había que fincar raíces.
El responsable del ante proyecto arquitectónico fue el Ing. A. Jiménez Farías, pero, en junio de 1945, Abraham Zabludovsky y Miguel Ángel Velásquez, desarrollaron el modelo definitivo en el que se basaría la obra. Incluía todo: Canchas de Atletismo, Fútbol, Béisbol, Tenis, Alberca, Gimnasio, Boliche, baños, restaurantes, enfermería, juegos infantiles y salones de usos múltiples para lectura, conferencias y fiestas.
Recuerda Jacobo que todos los días, durante la comida, Abraham platicaba en familia de los avances, de sus reuniones con los pioneros del Deportivo. “Su idea era muy clara: alojar en un volumen central, tres áreas para usos diferentes. Un área cultural social y administrativa; gimnasios y deportes bajo techo; y una gran alberca que pudiera ser visible desde cualquier espacio social –relata–. Abraham era aún estudiante, proyectaba planos en su restirador en su cuarto, y aceptaba críticas y comentarios que le servían para mejorar su propuesta. Las ideas se cocinaron en casa”.
El entusiasmo era colectivo y finalmente el Centro Deportivo Israelita se inauguró el 15 de octubre de 1950. Jacobo no recuerda si asistió o no a la inauguración, sus recuerdos en el CDI más bien recorren otros momentos. Especialmente se detiene en la visita del presidente Adolfo López Mateos al CDI, en aquel sexenio en el que Jacobo fue, de 1958 a 1964, Coordinador de Radio y Televisión de la Presidencia. “Véngase conmigo”, lo invitó López Mateos a presenciar aquella visita en la que abanderaría a la Delegación Mexicana participante en la séptima Macabiada en Israel.
Como en tantas ocasiones en su prolífica carrera como periodista, Jacobo pudo narrar en primera fila aquel encuentro tan festejado en la comunidad. Ya luego, con los años, como parte de su cotidianeidad familiar, el CDI sería centro de reunión y vida social. Junto con Sarita y con sus hijos, a veces inclusive con la familia de Abraham, Jacobo asistiría a numerosas fiestas y eventos sociales en el Salón Mural del CDI.
Asegura que ahora que Abraham murió, su mente viaja a menudo a la Avenida Veinte de Noviembre, recorre los planos acumulados sobre la mesa del comedor y se detiene especialmente en aquel restirador en el que su hermano se perdía durante horas, inmerso en una creatividad sin límite.
“Abraham era un creador, un artista incansable –puntualiza–. Nunca buscó mayor reconocimiento, siempre se sintió satisfecho”.
Datos:
En la CDIRevista, fechada en octubre de 2010, la periodista Silvia Cherem, entrevistó al reconocido periodista judeomexicano Jacobo Zabludovsky, quien habló acerca de la vida comunitaria y de la importancia del Centro Deportivo Israelita.





