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El misterio de Serena Vance
Título: El misterio de Serena Vance
Género: cuento
Categoría: Preparatoria
Pseudónimo: Misterioso
Bitácora del detective de Orion Shade: El Misterio de Serena Vance.
26 de diciembre de 2013, 21:06, Londres.
La humedad del callejón se pegaba a mi abrigo. Acababa de cerrar el caso de D.B. Cooper, una hazaña que me había hecho el enemigo público número uno de la prensa, que ahora me olfateaba por las calles de Londres. Un hombre, una sombra alta y cincuentona, se me acercó. Me llamó por mi nombre completo, Orion Shade, con esa voz áspera que denotaba autoridad y secreto. Me negué a ir con él, pensando en la información clasificada, pero su insistencia fue más allá de lo persuasivo. Percibí su jugada: no buscaba secretos, buscaba mi habilidad.
Accedí. Me condujo a una estructura que por fuera gritaba anonimato, pero que por dentro era una vasta y pulcra mansión de un solo piso. Sentados a una mesa de madera pulida, me reveló el enigma: la desaparición de Serena Vance, la ambiciosa CEO, y la incapacidad del FBI para encontrar una sola pista sólida. Él confiaba en mi lógica antes que en ellos.
El caso era un vacío perfecto. Serena se había esfumado de su apartamento de lujo sin forzar la puerta, sin lucha, sin que las cámaras registraran nada. Su coche, su cartera, todo en su sitio. Solo un detalle rompía la perfección: un testamento firmado a última hora, que revocaba todas las herencias anteriores y donaba 100 millones a una entidad desconocida: “El Faro Silencioso”. Este testamento, la única evidencia de una acción consciente, se convirtió en mi obsesión.
Mi primer tiro fue el más fácil: el despecho. Richard Doyle, el prometido. Perdía su fortuna y su futura esposa. Tenía acceso y una coartada perfecta. Intenté romperla. Usé mi información sobre Cooper como palanca para obtener los registros de sus comunicaciones, buscando rastro de asesinos a sueldo. Encontré facturas de viajes y llamadas a un especialista médico. Su “viaje de negocios” era la preparación de un tratamiento de fertilidad sorpresa para Serena. No había rencor, sino planes de futuro. El móvil era inexistente. Doyle, descartado.
Mi segundo foco fue la notaria Sarah Jenkins, a quien Serena había despedido meses atrás. La teoría se perfilaba: venganza, manipulación. Pudo haber falsificado el testamento, creado “El Faro Silencioso” para desviar fondos, y atraído a Serena bajo un falso pretexto. La interrogué en su pequeña oficina. Su calma era desconcertante. Ordené un análisis grafológico experto. El resultado fue un golpe a mi hipótesis: la firma era auténtica. Serena había firmado por su propia voluntad. La notaria estaba fuera de la ecuación del secuestro. Jenkins, descartada.
Volví a mi contratista, frustrado. Me dio una pieza más: Serena se ausentaba los sábados. Tras investigar en su vida digital, descubrí rastros de deudas de juego secretas con un sindicato poderoso y una auditoría fiscal catastrófica planeada para la semana siguiente. La fuga era plausible. El testamento sería una maniobra brillante para salvar sus bienes, guardados por una organización “limpia”. Fui al apartamento, convencido de que encontraría la ruta de escape. No había pasajes secretos, ni conductos lo suficientemente grandes para un adulto. Y lo más importante: las organizaciones criminales de ese calibre matan a sus deudores morosos; no les permiten huir. La fuga, descartada.
Me sentí ridículo. Tres hipótesis perfectas, las tres equivocadas. Me obligué a un cambio de perspectiva: ¿Y si el error no estaba en lo que veía, sino en lo que asumía? El testamento, la coartada, las deudas… todas eran pistas fabricadas. ¿Por qué Serena querría que pareciera un secuestro financiero?
El nombre de la fundación se me clavó en la mente: “El Faro Silencioso”. La rastreé. Su fundadora era la Dra. Elara Vane, una mujer retirada que dedicaba la entidad a financiar la investigación sobre el trastorno de identidad. No era una fundación de caridad normal. La pieza final llegó al encontrar un diario privado entre las pertenencias de Serena. La verdad era tan compleja como dolorosa: Serena Vance era una identidad comprada. Su nombre real: Anna H. Torres. Ella había huido de un pasado oscuro y violento, con fuertes lazos a organizaciones criminales que seguían buscándola. El testamento no era una pista falsa; era el pago final para borrar a Anna Torres del mapa.
La Dra. Vane se convirtió en el “secuestrador”. Mi hipótesis: la Dra. y su red de expertos en protección de testigos orquestaron la desaparición. El testamento era el precio de su libertad total.
Confronté a la Dra. Vane. Su red me llevó a una casa de seguridad en un lugar remoto. Bajo mi presión, supe la verdad: Anna no se escabulló. El día de la desaparición, un técnico de la red de Elara visitó el apartamento con un pretexto. En un lapso de tres minutos, documentado en las cámaras, desactivó remotamente la alarma. Serena salió por la puerta principal, que fue cerrada desde fuera por un cómplice con una llave de precisión, sin forzar la cerradura.
Serena Vance había organizado la muerte de su propia identidad para que Anna Torres pudiera vivir en paz, pagando con todo su patrimonio por una vida anónima. La ausencia de pistas del secuestrador se debía a que la “víctima” era el cliente más valioso de una organización dedicada a la protección total.
Finalmente, revelé mi solución a mi misterioso cliente. Él sonrió, con esa chispa en los ojos que solo un genio posee, y se presentó: Sherlock Holmes. Él sabía que Anna se había cambiado de identidad, pero no dónde ni cómo. Yo había resuelto su último enigma familiar. Holmes se reunió con Anna, su hermana, y se abrazaron. La satisfacción de haber completado la misión que ni el FBI ni el propio Holmes pudieron resolver era mi recompensa.

