El otro lado de la historia

Título: El otro lado de la historia
Categoría: Cuento / Secundaria
Seudónimo: Isabel

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Papá llegó, pero ya era demasiado tarde…

¿Será que la paciencia no nos alcanzó?

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Me llamo Isabel, tengo 10 años y mi papá partió anoche rumbo a Tenochtitlán. Ni siquiera se despidió; se fue en busca de la conquista y la expansión española, un territorio que dicen que promete riquezas. Pero hay algo en mi madre, Fabiola, que no la deja estar tranquila. Se la nota enojada, sin ganas de hablar, como si estuviera guardándose todos sus pensamientos. Si tan solo mamá supiera que se le nota la frustración, esas ganas de derribar el mundo…

¿Papá escogió la gloria en lugar de la familia? No lo sé. A mamá se le ve miedo en los ojos. ¿Por qué no nos eligió a nosotras? ¿Qué le faltaba? Tengo miedo. Nos quedamos sin protección masculina. No dijo adiós. ¿Y si esto es para siempre? Mamá cierra puertas y ventanas cada noche, como si alguien fuera a venir por nosotras. Y me dice: “A veces los peligros vienen de los nuestros, Isabel.”

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No hay cartas ni noticias. Papá no ha dado ninguna señal de vida. Nos hemos quedado sin esa protección, y mamá… bueno, ella me explicó que no es traición, es supervivencia. Se va a volver a casar.

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Se anuncia la llegada de los nuestros, los que partieron hace dos años. Sinceramente no esperábamos que volviera. A lo lejos lo veo caminar. ¿Cómo le explico a ese hombre que lo que dejó ya no está igual? La niña de sus ojos ha crecido, y poco se parece a la que dejó. ¿Qué hará cuando se entere de que mamá está embarazada, de que formamos una familia sin él porque lo dimos por muerto, y ahora su recuerdo se ha convertido en otra realidad?

—¿Por qué te fuiste? ¿Por qué nos dejaste solas? —le dije.

Él me miró primero con tristeza y luego con amor.

—No me fui para dejarlas, me fui para ofrecerles algo mejor —dijo él—. Hay un lugar donde podemos comenzar otra vez. He visto Tenochtitlán con mis propios ojos. No es solo un sueño o un rumor, es una ciudad llena de fuerza, de fortuna y de vida. Y he venido por ustedes.

Miré a papá, ese hombre valiente que había regresado. Él extendió su mano, lo abracé y, al ver a mamá asentir, supe que me tocaba escribir mi propia historia.

—¿Cuándo nos vamos? —pregunté, con la certeza de que nuestro camino estaba a punto de cambiar.

Y en ese instante, entendí que la vida no siempre nos da todo de inmediato, que las situaciones nos enseñan a esperar y a decidir. Y así, entre el pasado y la promesa de Tenochtitlán, supe que a veces la paciencia no puede ser la misma para todos y entendí que la vida de cada quien se marca por decisiones tomadas.

  
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