Pareciera que la idea de llevar historias a la escena es algo nuevo, algo inventado en los espectáculos del Cirque du soleil,
la Compañía Finzi Pasca o Les 7 doigts de le main, pero en realidad este deseo surge desde los orígenes del circo moderno fundado por Philip Astley, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. En Biografía del circo, Jaime de Armiñán traza una ruta entre circo y literatura a través de los personajes más relevantes de la historia circense y sus anécdotas.
Andrew Ducrow creó uno de los números a caballo más exitoso, gracias al ejercicio de adaptar relatos para la escena. Los espectadores que presenciaron el nacimiento del circo moderno marcaron la pauta de aquello que deseaban ver: pantomimas sobre batallas que aludían al presente o a las conquistas napoleónicas. El famoso jinete había demostrado gran talento para tales representaciones, pero tuvo que transformarlas después de que fueran prohibidas por causa de un incidente: la muerte de una mujer a manos de un soldado en plena representación. El público –que aún no estaba familiarizado con los números de circo autónomos sin un hilo conductor–, pedía la escenificación de un melodrama o de una pantomima cómica.
Atento a las exigencias de los espectadores, Ducrow exploró San Jorge y el dragón –relato que fuera importante en la época medieval– y fue así como llegó a crear la famosa pantomima El correo de San Petersburgo. Es difícil imaginar cómo la entrada de un jinete montado de pie sobre dos caballos a galope –que al mismo tiempo dirige a otros cuatro caballos en libertad–, es el resultado de trasladar a escena la imagen de un caballero luchando contra un dragón. Lo cierto es que esta resolución se convirtió en una rutina clásica de circo que otros jinetes imitaron y modificaron a lo largo del tiempo.
La relación entre el circo y la literatura también creó mitos que intentaron explicar el origen de los elementos circenses.