
Cada frase pronunciada por
el Sr. Steiner invitaba a la reflexión. Escucharlo era un examen de conciencia para quienes tuvimos el privilegio de conocerlo: siempre abogaba por la mesura, a pesar o precisamente porque vivió durante su niñez y adolescencia el episodio más oscuro de la historia del pueblo judío: la Shoá.
Guardó silencio por casi cinco décadas ante lo que vivió, lo que sufrió y lo que sintió. Difícilmente contaba su historia, hasta que entendió, a pesar del dolor personal, la altísima responsabilidad de recordar, enseñar, concientizar y transmitir la historia. Narraba su versión, su experiencia y el trágico destino de su papá Otto, de su mamá Hermina y de su hermana Hana.
De lenguaje ilustrado y elegante, voz pausada, débil y entrecortada, decía las cosas de frente, defendía con firmeza su argumento. Recordaba con exactitud las fechas, los eventos, los personajes y los lugares referidos.
Desafió a su círculo de amigos en febrero de 2012 siendo fuertemente criticado al compartir el foro de una conferencia sentado junto a Katrin Himmler (quien es sobrina – nieta de quien fuera orquestador de los campos de exterminio y jefe de la SS Heinrich Himmler). El Sr. Steiner sostenía los principios de no olvidar y no perdonar, pero a defensa de sus convicciones tampoco vengar: comprendió que los hijos y nietos de los perpetradores también fueron víctimas.
El Sr. Steiner, rompiendo paradigmas: a los 81 años de edad, cumplió con el precepto del Bar Mitzvá. Vestido con sus Tefilín y Talit subió a bendecir la lectura del Sefer Torá elevando sus plegarias al cielo. Ahí recordó a su padre y describió los sensibles momentos de su último encuentro con él en las letrinas de Auschwitz. Me pregunto yo, qué y cuánto tuvo que pasar en su corazón y su mente para llegar a ese día. No imagino el controvertido diálogo y conflicto personal por el que pasó para tomar dicha determinación.
Se conducía con discreción, humildad y sencillez. Su forma de caminar era característica inclinada al frente y con las manos sostenidas detrás de la espalda. Caminaba pausadamente por los pasillos del CDI; irradiaba paz, tranquilidad, positivismo y buen humor. Yo lo veía nadar: Casi siempre de dorso.
En Minian CDI logró lazos de afinidad con muchos y el cariño de todos. Adornaba cada rezo al que asistía, en ocasiones recitaba el Kadish, colocarle su Tefilín era un privilegio.
Logró ganarse la admiración y respeto de líderes comunitarios, de Pastores, Rabinos y Políticos.
Había una pregunta que el Sr. Steiner se hacía constantemente (al igual que muchos sobrevivientes). Pregunta a la cual no había encontrado respuesta completa:
¿Por qué sobreviví yo y no otra persona, porque me salvé en lugar de alguien importante, un médico, un profesionista, un líder espiritual, alguien destacado, alguien más querido, reconocido, algún catedrático o activista comunitario?
No podemos dar respuesta a la interrogante, pero lo que sí sabemos es que El Sr. Steiner cautivó a cientos, educó, inspiró, enseñó, concientizó y dejó huella emocional en quienes tuvimos el honor de conocerlo. Logró convertir las marchas de la muerte en marchas por la paz y por la vida.
Fue su ejemplo sobre todo, el que marca una pauta de conducta y de principios que debemos transmitir a nuestros hijos, nietos y a toda la sociedad en general.
