La sombra

Título: La sombra
Categoría: Infantil B
Seudónimo: Summer

Había una vez, en una escuela llena de risas y colores. Todos en el patio corrían, jugaban y compartían sus juegos.
 Pero en un salón de sexto grado había algo extraño: una sombra caminaba entre los escritorios. Los adultos no podían verla.

La sombra no tenía colmillos ni rugía; se alimentaba de las burlas, los empujones, los gritos y de molestar a los niños y niñas.

Al principio era pequeña, como una mancha, pero con el tiempo se volvió más grande, más oscura y más fuerte.

Un día llegó un niño nuevo llamado Manuel. Era amable, tranquilo y le gustaba dibujar.
 Le costaba un poco hacer amigos, pero siempre saludaba con una sonrisa. Algunos compañeros empezaron a burlarse de él.

—¡No sabes jugar fútbol! —le gritaron.
 —¡Qué rarito eres! —dijeron otros.
 —¡No me hables, no me caes bien!

Manuel se sintió muy triste. Bajó la cabeza y se fue a sentar solo en una esquina.
 La sombra, desde el suelo, susurró:
 —Así me gusta… triste y solo…

Desde ese día, la sombra comenzó a seguirlo a todas partes. Por las noches, Manuel escuchaba una voz en su cabeza:
 —No eres suficiente…
 —Nadie quiere jugar contigo…

Miró su pared, y una sombra parecía moverse.
 —¿Quién eres? —preguntó con miedo.
 —Soy la sombra —respondió la voz—. Vivo en tus pensamientos tristes. Cuanto más creas en ellos, más fuerte me vuelvo.

Manuel quiso ignorarla, pero la sombra lo seguía. En la escuela, cuando alguien se reía, pensaba que era de él.
 Cuando sacaba una buena nota, escuchaba:
 —Seguro fue suerte. No lo mereces.

Y poco a poco, su luz se fue apagando.

Un día, la maestra notó que Manuel ya no participaba. Se acercó y le preguntó:
 —¿Qué te pasa, Manuel? Antes sonreías más.

Él bajó la mirada y respondió en voz bajita:
 —Hay una sombra que me sigue… me dice cosas feas.

La maestra le sonrió con ternura y dijo:
 —Todos tenemos una sombra, pero no todas son malas. A veces solo necesitan un poco de luz y bondad para hacerse más pequeñas.

Manuel escuchó con atención, y por primera vez pensó que, tal vez, sí podía hacer algo para cambiar.

Esa noche, Manuel encendió la lámpara y habló con la sombra:
 —Ya sé que existes, pero no te voy a creer más.

La sombra se movió con enojo.
 —Sin mí, no serás fuerte —dijo.
 —Te equivocas —contestó Manuel—. Seré fuerte cuando deje de escucharte.

En ese momento, la sombra retrocedió un poco. Se hizo más pequeña y más débil. Por primera vez, Manuel durmió tranquilo.

Al día siguiente, Manuel decidió sonreír otra vez. Jugó en el recreo, saludó a sus compañeros y ayudó a una niña con su mochila.

Pero por la tarde, algunos niños volvieron a hacerle bullying.
 —¡Ahí está el raro! —gritó uno.
 —¡Mírenlo, parece que le habla a la sombra! —bromeó otro.

La sombra reapareció, feliz de escuchar esas risas feas.
 —Sí, sí… sigan riéndose —susurró.

Pero antes de que la burla continuara, una voz fuerte rompió el silencio. Era Samantha, una compañera de Manuel. Con voz firme gritó:
 —¡No! ¡Paren! ¡Eso no está bien! ¡Déjenlo en paz!

Todos se quedaron callados. La sombra tembló. Nadie podía verla, pero empezó a encogerse.

Samantha caminó hacia Manuel y le dijo:
 —No estás solo. No dejes que las palabras feas te hagan olvidar quién eres.

Manuel sonrió, con los ojos llenos de gratitud. La sombra intentó acercarse una vez más, pero la luz del sol cayó justo encima de ellos, y la sombra se desvaneció completamente.

Desde entonces, Manuel entendió algo muy importante: comprendió que la amistad es más fuerte que el miedo, y que cuando alguien se atreve a decir ¡BASTA!, las cosas pueden cambiar.

Desde ese día, cada niño en ese salón entendió que el bullying alimenta a las sombras, pero la amistad y el respeto las hacen desaparecer.

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