La sombra

Género: Cuento
Categoría: Abierta
Pseudónimo: El alma vendida

En la oscuridad de la noche, una sombra se deslizaba por las paredes, desapareciendo a veces bajo una farola, otras en un hueco sin luz. Esa sombra se dirigía con paso decidido hacia mi casa sin que yo lo supiera, sin que yo la esperara. A medida que se acercaba, se fue más despacio hasta detenerse en el marco de mi puerta de entrada. Un gato, que por allí pasaba en su ronda nocturna, se detuvo en seco. Sus ojos clarividentes discernieron inmediatamente la sombra acechando en la oscuridad. Asustado por su intuición, salió corriendo y se escabulló sigilosamente en la enredadera. El silencio de la noche, la hora avanzada y la delgada luna creciente serían efectivamente los testigos del más espantoso de los crímenes.

La sombra se introdujo en mi casa, pasó por delante de la cocina y subió silenciosamente las escaleras hacia mi habitación, donde yo dormía plácidamente. Sin hacer ruido entró y se inclinó sobre mí para cumplir su terrible misión. Sin armas y limpiamente, la sombra cometió su cruel delito: me robó mi idea de cuento. La que se me había aparecido en mis sueños, la que iba a liberarme de tantas páginas en blanco, apenas garabateadas y luego tiradas. La que brillaría, la que se compartiría de lectura en lectura a lo largo del tiempo y los años. Así, la sombra se llevó sin ni siquiera mirando atrás mí idea, tan bien pensada. Desapareció por la escalera con ese pequeño destello bajo el brazo, pasó por delante de la cocina y salió, para siempre, a la fría y oscura noche.

Víctima de esta abominación, me desperté, mezclando ira, tristeza y esperanza de recuperar mi idea. Intenté volver a sumergirme en el sueño para regresar a ese estado de seminconsciencia tan particular, que me había proporcionado esa idea. Busqué revivir los sueños que me llevaron hasta ella. No, no había nada que hacer, estaba despierta y ella desaparecida. Me puse la bata y bajé a la cocina, pero ella ahí no estaba. Me senté y cogí un pequeño cuaderno pero mi mente despojada y confusa, no escribió nada. Mirando por la ventana, mientras le rogaba a la luna creciente que me ayudara, vi pasar una sombra. Intrigada, me acerqué a la ventana y examiné el exterior. Ni un alma, ni un arbusto que se moviera, y la débil luz de los faroles no parecía querer ayudarme más. Me quedé allí, dispuesta a resignarme, cuando volví a ver esa sombra. ¿Estaría jugando a escondidas conmigo? ¿Estaría detrás de la enredadera, burlándose de mí?

Salí, todavía en pantuflas, para asegurarme. De pie en la hierba fría y ligeramente húmeda, levanté la vista al cielo. Entonces vi las estrellas, miles de pequeños destellos que parecían querer hablarme. Una, más brillante que las demás, me llamó la atención. Era ella, mi idea, ¡estaba segura! Aunque inaccesible y muda, la reconocí inmediatamente. ¿Cómo recuperarla, cómo bajarla de allá arriba? Mientras la miraba, tratando de descifrarla, sentí la sombra detrás de mí. Me di la vuelta y finalmente la vi claramente. Era larga y delgada, se extendía desde mis pies hasta la enredadera.

Me habló con un tono a la vez suave y misterioso: «Te gustaría recuperarla, ¿verdad?». Sorprendida y un poco asustada, me pellizqué para comprobar que estaba despierta. Ella continuó: «No, no estás soñando, tu idea está ahí arriba y solo yo puedo ayudarte a recuperarla». Esta vez intrigada, le pregunté: «¿Fuiste tú quien me la robó? ¿Cómo puedes devolvérmela?». «Es muy sencillo», respondió, «tienes que vender tu alma a la escritura, prometerme que siempre escribirás desde lo más profundo de tu alma, con tus palabras, tus sentimientos, tus valores y desarrollando todas tus ideas, incluso las menos buenas ya que, también merecen vivir y no quedarse enterradas en tu interior bajo excusas o complejos». Respiré hondo, acepté y cerré el trato con mi sombra. Ella aceptó y me dijo que siempre estaría detrás de mí para asegurarse de que cumpliera mi palabra. La estrella se volvió fugaz y me apresuré en volver a casa para llenar mi cuaderno y dárselas. Al plasmarla en el papel, me di cuenta de que a la mejor no era la más brillante de todas mis ideas, pero que aun así merecía que se las cuente.

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