Normalmente traducido como el Año Nuevo judío, Rosh Hashaná significa

literalmente cabeza del año. Sin embargo, la celebración no fue llamada así hasta los tiempos talmúdicos, y en los tiempos bíblicos se la conocía como Yom Truá, Día del Toque del Shofar, o bien como Yom Hazikarón, el Día de Recordación. Según la tradición rabínica, Rosh Hashaná posee tres significados primordiales: es el aniversario de la Creación del Mundo (y específicamente el sexto día, cuando la humanidad fue creada). Es el Día del Juicio. Es el día de renovación del vínculo entre D-os y el Pueblo de Israel. Rosh Hashaná inicia el período de los Diez Días de Arrepentimiento (Yamim Noraim), que culminan con Yom Kipur, el Día del Perdón. El período es una celebración del comienzo del Nuevo Año, así como un esfuerzo por la expiación de nuestras malas acciones cometidas en el año que acaba de culminar. Los Días de Arrepentimiento que siguen a Rosh Hashaná son días de reflexión y juicio, en los que examinamos cuidadosamente quiénes somos, de modo que podamos tomar conciencia de los modos en que hemos errado para con otros, para con nosotros mismos y para con D-os. Esta introspección tiene como meta llevarnos a sentimientos de arrepentimiento por el daño que hemos causado, intentar reparar cuando es posible, alejarnos de nuestras malas conductas del pasado, y actuar de modo diferente en el año siguiente.

El sonido del shofar (el cuerno de carnero) despierta nuestras almas dormidas hacia el paso por este tiempo, hacia la conciencia de nuestras acciones y, lo que es más importante, a la manera en que podemos construir nuestras vidas en el futuro. No debemos ser los mismos año tras año sino, por el contrario, debemos buscar siempre la renovación. Aunque Rosh Hashaná contenga elementos muy serios y reflexivos, es también una celebración sumamente divertida, festiva y optimista. Y qué mejor manera de combinar estos dos estados de ánimo en la festividad.

Fuente: schusterman.org

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