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Macintosh Plus
Título: Macintosh Plus
Categoría: Preparatoria
Género: Cuento
Seudónimo: Nika
Julián
Pasé mis dedos por la tela fucsia y deslavada del Mah Jong donde estaba sentado. Mamá no ha remodelado la casa como dijo que lo haría en cuanto papá muriera, no obstante, al levantar la vista, en el espejo detrás de mi hijo Leonardo, la veo escondiendo una de sus viejas fotos debajo de la mesa. Le sudan las manos; no ha de saber —aunque debería— cómo va a entregarles las cosas a los chicos.
Después de que se sentó, le pregunté por qué mantuvo todo igual. En vez de responder, volteó a ver el reloj de mano de Leonardo y se quejó de la impuntualidad de Linette. Cuando hice un gesto –no sé cual– mamá agregó que no podía molestarme si mi Lorena es así.
—Lorena y yo ya nos divorciamos, mamá —mencioné, casi murmurando. En ese momento, sonó el timbre.
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Verónica
¿Me equivoqué de dirección? De solo pensarlo me mordí los labios, así que acerqué mi oreja a la puerta: alguien le está quitando la cadena al picaporte. Se abrió.
—¿Y Linette? —preguntó, Leonardo.
—Mamá no pudo venir, le comenzó a doler la cabeza justo después de que me marcaste, así que prefirió quedarse a descansar, perdón —dije.
Me llevó al interior de la casa adornada con luces neón aqua que hicieron que me mareara, pero mi tío Julián y la abuela parecían acostumbrados. Me senté, enseguida, la abuela camino hacia la mesa y agarró una bolsa de tela.
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Abuela
De un bolso viejo saqué la caja para Verónica y el resto tendí a Leonardo. Solo faltaba que ambos abrieran sus respectivos paquetes, que me agradecieran y se fueran para, al fin, descansar.
—¿Qué es esto? ¿No hay testamento? El abuelo me dijo que escribió uno y que tú lo guardaste en algún cajón —alzó la voz Leo, tan pronto abrió la caja y sacó un iPhone 4.
—Burt no se molestó en hacer uno… Mejor agradece que te estoy dando algo, Leo.
Vi a Julián asentir, pero no me apoyó.
—¿Buscaste bien? ¿En tu cuarto? ¿O en él que era de papá? —siguió reclamando.
—No te voy a dar lo que quieras, cuando lo quieras. Es más, regrésame el dispositivo ese. Tú, Verónica, ven acá, vamos a llevar esto a su lugar y aprovecho para darte un recorrido.
La llevé fuera de la sala de estar, no sin antes sonreírle burlonamente a Leo. Le susurré en el oído a Verónica que me alegraba que le hubiera gustado mi anillo y que podía quedárselo. Felizmente, me abrazó.
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Leonardo
Así es la abuela. Huye cuando le dices las cosas de frente. Por eso nos dejó solos a papá y a mí, para que calentemos rápido la comida y nos vayamos antes. En lo que papá metía los platos en el microondas, yo me recargue en la isla de la cocina.
—¿Todo bien, Leo? —dijo papá.
Me quedé en silencio, después pregunté:
—¿Fue por eso que no fueron al hospital a despedir al abuelo, porque era irresponsable o sentías que no te quería?
—Ah… No creo que eso sea algo que te deba incumbir —dijo evadiéndome.
Llevé los platos a la mesa. No le creo. Papá me había dicho que debía de ir a despedir al abuelo porque “siempre estaba al pendiente de nosotros” y de verdad lo sentí cuando conversé con él en la cama del hospital.
Ya en la mesa, Verónica fue la única que hablaba:
—Ay, les quedó muy rico. La primera vez que cociné fue cuando…
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Julián
Hablaba mucho y muy feliz, lo que implicaba que Linette no le contó nada, creencia que reforcé cuando, entre sus divagaciones, preguntó por cómo era el abuelo. Mamá ladeó la cabeza y respondió:
—Muy cariñoso
—Atento más que nada —dije, más por inercia que por convicción. Aunque no me arrepentí al ver a Verónica sonreír, mi meñique comenzó a temblar un poco, dándome a entender que debía aclarar las cosas lo antes posible.
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Abuela
Julián se recargó en la puerta junto a la Venus del Milo, mientras que yo, en la esquina de mi cama. Comenzó a hablar:
—¿Por qué me criticas tanto por haberme casado con Lorena? Papá era igual o mucho peor. ¿Cariñoso? ¿Con quién? Al menos Lorena cuidaba a Leo cuando yo trabajaba, ¿él qué hacía? Vivía comprando adornos y regresándolos, supuestamente para terminar de remodelar lo antes posible y ni siquiera terminó. Linette y yo nos encargamos de cosas que no nos tocaban. Incluso tú sabes que es así porque te ves mucho más sonriente ahora que falleció, con todo respeto.
—Te equivocas, Julián. Sí, he tenido más tiempo para cuidarme a mí misma, pero…
—Entonces, ¿por qué si ahora sabes que estás mejor sin él, no admites que debiste divorciarte?
—Era un grandioso esposo. Se preocupaba por cómo me sentía, por conocerme a fondo, porque me sintiera querida… Lorena jamás hizo eso por ti.
Julián se tiró en la silla, sabe que tengo razón. Desde la puerta, Leo se asomó tímidamente, pero manteniendo ese semblante malicioso.
— Pues, abuela, si tanto lo querías, ¿por qué no fuiste al hospital a despedirlo?
—¡Tú solo lo viste una vez en el hospital, Leonardo, ni siquiera lo conociste!
¿Con qué derecho dice eso? De un momento a otros se me aflojaban las lágrimas. Poco a poco, me encogía, abrazándome el vientre, yo misma, casi como si un caparazón de mármol me buscara proteger. Lo único que me consolaba era la Venus de Milo porque, a pesar de no tener vida, sentía que comprendía mi frío.
Julián colocó su mano caliente sobre mi hombro. Esta vez, con un susurro, me pidió perdón y me rodeó con sus brazos. Sin soltarme, miró a Leonardo:
—No fuimos al hospital porque era difícil verlo así, ¿entiendes?
—Creo, pero yo solo venía a decirles que Verónica ya se fue. — contestó Leonardo, cabizbajo.
—¿Por qué? —dijimos Julián y yo a la vez.
—No lo sé —susurró Leonardo.
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Verónica
Son unos mentirosos. ¿Por qué no me di cuenta sola? ¿Por qué Leo decidió decirme que el abuelo realmente era una mala persona y que Julián y la abuela estaban siendo cordiales hasta que se fueron? Para distraerme en lo que manejaba, prendí la radio, en ella, sonaba Macintosh Plus, repitiendo el mismo verso una y otra vez: “It’s your move, I’ve made up my mind”. Asentí al ritmo de la música, llegando a la casa, borré los contactos de la abuela y de Julián de mi celular.
