La historia de las naciones y las sociedades que las conforman está llena de altibajos, con regresiones dramáticas que a menudo cancelan los sueños de generaciones enteras. Auges y caídas, evoluciones e involuciones forman parte del devenir histórico de la humanidad, con casos en los que en un relativo corto lapso puede experimentarse ese violento bandazo que traslada a los pueblos de la esperanza al desencanto, del optimismo a la desesperación y a la tragedia. Dos realidades que están tocando las campanas de alarma en estos momentos debido a su gravedad, ilustran lo arriba comentado. Se trata de los casos de Sudán y Afganistán, muestra ambos del grado extremo al que puede llegar la pulsión de muerte de determinados conglomerados en posesión de poder.
Hace cinco años Sudán, el más extenso país de África, celebraba la caída de su sanguinario dictador durante tres décadas, Omar Hassán al-Bashir, culpable de políticas y actos genocidas en la región de Darfur. A partir de ese momento el panorama se abrió a modestos avances en democracia, con un optimismo que dio lugar a que gobiernos occidentales ofrecieran cancelar las deudas sudanesas. Al-Bashir entró a prisión acusado de corrupción, lanzando el mensaje de que una revolución popular en una nación árabe podía triunfar y detonar avances en cuanto a respeto a derechos humanos y a democracia.
Sin embargo, tales expectativas se vieron muy pronto frustradas. En 2021, una fuerza paramilitar conocida como Fuerzas Rápidas de Apoyo, se levantó en armas para combatir al gobierno integrado básicamente por la milicia. Esta confrontación entre generales por el poder ha dejado una cauda de decenas de miles de muertos, millones de desplazados y ciudades destruidas o sitiadas donde según observadores internacionales, 26 millones de personas, equivalente a 50% de la población, padece hambre severa. Se calcula que al menos 100 personas mueren diariamente en promedio por falta de alimento. La ausencia de reporteros internacionales en la zona y el desinterés mundial por lo que ocurre ahí (al parecer, a casi nadie en Occidente le importa que árabes maten a árabes) ha hecho que esta inmensa tragedia esté pasando desapercibida, sin condenas a las masacres, violaciones y crímenes de guerra perpetrados por ambos bandos.
Se teme, además, que este conflicto se expanda hacia los vecinos Chad y Sudán del Sur, y que esta caótica zona de guerra sea aprovechada por bandas terroristas para organizar desde ahí sus acciones. Ante este panorama tan humanitariamente desastroso y también geopolíticamente peligroso, EU convocó en Ginebra hace tres días a una reunión para mediar en ese conflicto que sigue escalando. Sin embargo, el ánimo es pesimista, ya que los militares sudaneses ni siquiera se presentaron a la cita.
En cuanto a Afganistán, es preciso decir que una regresión similar en la vida de ese país se ha dado en los últimos tres años. Y es que justo el miércoles 14 de agosto los Talibanes celebraron el tercer aniversario de su regreso al poder tras el retiro total de las tropas norteamericanas que habían estado en el país durante los 20 años previos. En dicha celebración, el primer ministro talibán, Hassan Akhund, prometió “mantener el rumbo de la ley islámica”, lo cual quiere decir, sobre todo, mantener una brutal represión contra las mujeres y niñas del país. Durante los 20 años en que los talibanes estuvieron fuera del poder, las mujeres afganas vivieron un florecimiento en todos sentidos al poder acceder a los espacios públicos, a la educación, a las actividades laborales, a una vestimenta menos opresiva y a una cierta autosuficiencia que les brindaba la oportunidad de liberarse de formas ancestrales de control patriarcal.
Todo eso se acabó hace tres años, porque ahora mujeres y niñas están siendo devueltas a las condiciones de opresión propias de ese fanatismo islámico extremo que rige hoy en el país. Amnistía Internacional acaba de denunciar la indiferencia del mundo ante lo que ahí ocurre. Al respecto, destacan las declaraciones de Samira Hamidi, responsable de campañas para Asia Meridional en Amnistía Internacional: “Tres años después, la total ausencia de medidas concretas para abordar la catástrofe de derechos humanos en Afganistán es un motivo de vergüenza para el mundo”.
Lo dicho, las regresiones, las involuciones, sobrevienen a menudo tras periodos esperanzadores que no fructifican como se esperaba. Dichosas, pues, las generaciones cuyas vidas transcurren mayoritariamente en los paréntesis de tiempo cuando todavía las luces permanecen encendidas.
// Esther Shabot*
*Experta en Medio Oriente, texto publicado en Excélsior el 17 de agosto de 2024.