El 19 de septiembre de 2022, a las 12:19 pm, sucedió el Simulacro Nacional para fortalecer las capacidades de reacción ante una emergencia telúrica.
Cuando bajé del octavo piso de mi edificio, me encontré con cuatro mujeres de intendencia, un empleado de mantenimiento y un condómino además de mí. Pensé, “soy el único pobre que no salió de vacaciones en el puente”. A los 10 minutos regresé a mi departamento. Una hora después, cuando sonó de nuevo la alarma notificando el temblor, bajé a la velocidad del correcaminos en medio de la zarandeada y me encontré con 50 condóminos en estado de shock. Pensé “¿Dónde estaban hace una hora?” Hay pocos aspectos que quedan claros en la vida, uno de ellos es la incesante necedad humana de no aprender las lecciones.
Aunque soy una persona profundamente laica, también soy profundamente creyente y no me queda la menor duda de que existe, como se define en hebreo, la Hashgajá pratit o Providencia Divina. Como yo la entiendo, la Hashgajá pratit es una serie de luces que alumbran nuestro camino, como una pista de aterrizaje de noche. Las luces están, sólo que muchas veces no les prestamos atención. Entonces, ¿puede ser un judío laico, que no asiste al templo, que no cuida las leyes de la Kashrut, del Shabat y tantos otros preceptos, profundamente creyente? Estoy seguro de que sí.
¿Porqué soy profundamente creyente y laico? Cito a José Woldenberg, uno de los padres de la democracia mexicana, “las personas no tienen una sola identidad sino una identidad forjada de muchos nosotros… las identidades cerradas y únicas sé a lo que pueden llegar, esas identidades suelen ser excluyentes de otras identidades y poco proclives a la coexistencia…” (Podcast “Relatos Judíos)”. En el lenguaje e ideario de Woldenberg, me considero profundamente judío, profundamente mexicano, profundamente universal y profundamente creyente, y dudo poder ser todo esto si no fuera laico.
Tengo otra respuesta, estamos a unos días de festejar Rosh Hashaná, el nuevo año judío, 5783. El momento en que todos los seres vivos, judíos, gentiles, animales, plantas, etc., son juzgados y se les decreta su destino. Según los sabios judíos, sólo hay tres comportamientos que pueden anular un decreto negativo; el arrepentimiento, la plegaria y la caridad. Es peculiar que los eruditos reflejaron tres comportamientos no adscritos a un ritual litúrgico, como el Shabat, la Kashrut o el Tefilín, sino atributos universales.
De estos tres, me quiero centrar en la caridad ya que es la única proeza que se menciona específicamente en el Talmud como un salvador de la muerte (tzdaka tatzil mimavet). Esto significa que. de manera textual, al menos, la única forma en que D-os y sus ángeles pueden derogar la pena capital es a través de la caridad, la misericordia y la bondad. Solamente la acción de ayudar a otro ser vivo puede alejar al ángel de la muerte y regresar al hombre y/o la mujer al camino de la vida.
Una persona profundamente laica y profundamente atea no entendería este principio, una persona profundamente religiosa y profundamente excluyente pienso que tampoco. Siendo un empeñado partidario de la caridad, me atrevo a defender esta poco ordinaria dupla de laicidad y fe en lo divino. Sólo de esta manera, puedo abrazar los “muchos nosotros” que conforman nuestras familias, nuestras comunidades, nuestro país y nuestro planeta.
Que D-os mediante tengamos un incluyente, dulce y saludable año nuevo y seamos inscriptos en el libro de la vida.
// Nejemye Tenenbaum