Somos ajolotes

Somos ajolotes
Cuento – Infantil B
Por: Soy Sofía

Todo comenzó cuando… ¡ay, perdón!, se me olvidó presentarme: soy Gab, el ajolote de Ela, pero ella es la única que me puede ver. La vida de mi creadora, a la que mejor llamaré amiga, no ha sido fácil. Desde que tenía tres años, supo lo que era vivir intranquila y con miedo, pues su papá no era muy amable. Afortunadamente su mamá se separó de él y tiempo después pudo volver a casarse. Ela lloraba todas las noches, pues no podía sentir felicidad al recordar todo lo que había vivido con su papá.

Una de esas noches en las que Ela lloraba, aparecí yo, Gab. Una luz resplandeciente brilló frente a ella y ahí es cuando me pudo ver. Soy un ajolote y los de mi especie podemos regenerar cualquier parte de nuestro cuerpo cuando nos pasa algo… Sólo se los quería contar como dato curioso, aunque después tal vez sí tenga importancia.

—¿Por qué lloras, Ela? —le dije.

—A veces me duele ver lo que pasa en mi casa —me dijo ella con mucha tristeza.

Desde ese día no nos soltamos nunca más.

Ela no tenía muchos amigos en la escuela, hasta que un día conoció a Aris, un chico de su clase que siempre decía cosas muy divertidas. Ela tenía pena de hablarle, pero gracias a un empujoncito que le di, todo resultó y se hicieron amigos. Sólo hubo un problema, cuando Ari llegó, yo dejé de visitarla. Lo bueno es que ya no me necesitaba, Ela se veía mucho más feliz.

Los años pasaron y Ela creció, se hizo divertida y muy inteligente. Sin embargo, sus papás también cambiaron: su mamá empezó a ponerse triste, pues su padrastro comenzó a comportarse como su papá real. La historia se estaba repitiendo; afortunadamente, llegué yo de nuevo.

—No te preocupes, Ela, nunca estarás sola, me tienes a mí —le dije mientras le daba un fuerte abrazo.

—¡Gab! —gritó con felicidad Ela —. Te he extrañado tanto. Nunca te vuelvas a ir por favor.

Pasaron los días y veía a Ela más contenta, hasta que una noticia que recibió, le preocupó muchísimo: ¡iba a tener un hermanito!

—¿Qué vamos a hacer, Gab? ¿Qué tal si mi padrastro también lastima a mi hermanito?

—Me tienes a mí para defenderlos—dijo el hermano de Ela que andaba por ahí y pensó que le preguntaba a él. Después se dieron un cálido abrazo, que le apapachó el corazón. 

En cuanto se fue, Ela siguió platicando conmigo.

—Gab, me duele el corazón, siento que se me rompe en mil pedazos de toda la tristeza que tengo.

—Nosotros los ajolotes regeneramos partes perdidas o dañadas de nuestros cuerpos, yo creo que tú también lo puedes hacer.

Ela no entendió muy bien lo que le decía, pero me dio un abrazo enorme que calmó más su corazón.

Los días pasaban y las cosas en casa se hacían más tensas: gritos y más gritos. Ela sentía que no podía más, pero algo la hizo sentirse más fuerte: ver a su mamá llorar.

—Gab, mi mamá sufre. Quisiera que tuviera un amigo como tú.

—Sí lo tiene.

—¿Cómo?

—Cuando era pequeña, tenía una amiga ajolota, de ahí nací yo, de la misma imaginación que te une con tu mamá. ¿Por qué crees que ambas son así de divertidas?

Ela sonrió y me pidió que le contara más. Le dije que se llamaba Ligna, pero que en cuanto creció y olvidó que en la vida se puede soñar e imaginar, dejó de existir. Su mamá se convirtió, como muchos adultos, en una persona sin tiempo, todo con prisa y estrés; dejó de imaginar que una vida bonita se podía crear desde la imaginación.

—Tal vez por eso ha aceptado muchas cosas tristes en su vida —dijo Ela, y salió corriendo para con su mamá.

Con mucho cuidado, Ela abrió la puerta de la habitación de su mamá, entró, fue hacia su cama y la abrazó muchísimo. Su mamá también la abrazó y comenzó a llorar.

—Tal vez Ligna te puede ayudar, mamá —dijo Ela.

—¿Cómo sabes de Ligna? —preguntó su mamá muy sorprendida. Ela le contó todo lo que vivía con su amigo Gab.

Su mamá no podía con la impresión de escuchar todo eso. Su mente recordó cuando era niña y las aventuras con su amiga ajolota.

Los días pasaron, la mamá de Ela volvió a contactar con Ligna y, aunque nadie la podía ver, Ela lo sabía porque las cosas empezaron a cambiar para bien. Lo mejor fue cuando su mamá decidió que era momento de comenzar una nueva vida sólo ellos cuatro: mamá, Ela y sus hermanos, bueno… en realidad seis, faltábamos Ligna y yo.

Hoy en día, ya no siempre somos seis, a veces sólo son cuatro, pues Ligna y yo ya aparecemos muy pocas veces, sólo cuando no la están pasando muy bien, y eso ya es muy raro.

Sin duda, los seres humanos pueden regenerar por si mismos un órgano muy importante: su corazón, justo como Ela, su mamá y todos ustedes que me leen.

Fin.

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