A mis dieciséis o diecisiete años ya tenía ínfulas de

periodista, era casi una niña cuando hacía mis primeros pinitos cubriendo la Galería Pedro Gerson, y cuando quise conocer la historia fundacional de la institución que me cobijaba. No lo olvido, de la mano de Carlos Fishbein, quien ampliaba el acervo del Dépor, me perdí primero en el Archivo Histórico del CDI, y ya luego, en el Salón de Consejo, conversé largo y tendido con Moisés Gitlin, uno de los quince Fundadores a quienes se dedica el libro que hoy aquí presentamos.

Evoco con nitidez absoluta cuánto me deslumbraron las primeras actas, documentos bellamente caligrafiados que se remontaban a 1943. Los detalles se me desdibujan, pero dos asuntos quedaron sellados en mi mente. En primer término, las discusiones en torno a la viabilidad de crear un deportivo en tiempos en los que la judería europea requería ayuda, parecía un sinsentido destinar capital a construir una casa bella de los judíos de México, un centro deportivo en el que se pudiera fincar un futuro, cuando acontecía un conflicto bélico de enormes magnitudes en Europa.

Si bien la información de la Solución Final y el horror del Holocausto llegaba entonces a cuentagotas a América había datos salpicados aludiendo a persecuciones masivas de judíos, de concentraciones en guetos, inclusive sospechas de que algo grave estaba sucediendo–, los miembros de la Comunidad no tenían ningún conocimiento real sobre lo que estaba pasando del otro lado del mundo y era vano, inaudito creer que se estaba dando un proceso de exterminación sistemático. En algunos medios de comunicación mexicanos de carácter antiyanquis o germanófilos, los había inclusive filonazis, se decía que la información de los asesinatos de judíos era una ruin maniobra, parte de la propaganda estadounidense-británica. En la revista Timón, que dirigía el mismísimo José Vasconcelos, quien décadas antes fuera secretario de Educación, era ese el tono del discurso.

En diciembre de 1944, cuando los pioneros del CDI firmaron el compromiso de adquirir el terreno del Exrancho de Sotelo para construir una institución deportiva judía, una compra que llegaría a ser de 92 mil metros cuadrados, la guerra estaba por terminar. Los británicos estaban a días de entrar a liberar Bergen-Belsen, los estadounidenses se encaminaban a Buchenwald y Mathausen, y las fuerzas soviéticas, que ya habían entrado a Majdanek, Belzec, Sobibor y Treblinka, se dirigían a Auschwitz.

Para el 7 de mayo de 1945, cuando se llevaba a cabo una campaña al interior de la Comunidad para hacerse de recursos para el deportivo, la revista LIFE con su ejemplar titulado Atrocidades, descaró el horror y dejó constancia de la barbarie y la crueldad, de la máxima degradación imaginable a manos de seres humanos. Publicó las nauseabundas fotografías que tomaron Margaret Bourke-White, John Florea y George Rodger al entrar a los campos. Sin el menor pudor difundieron las imágenes de muerte, miseria y desolación, las pilas de esqueletos humanos esperando turno para convertirse en cenizas, fotos de cadáveres calcinados en hornos crematorios. Develaron el desamparo en la mirada de decenas de sobrevivientes famélicos, prisioneros enfermos hacinados en barracas. Aludieron a las montañas de vestidos, abrigos y calzados, a las miles de libras de cabello humano en piras repulsivas, a la mayor aberración en la historia de Occidente.

Nuestros quince Fundadores buscaban un futuro para la Comunidad Judía Mexicana justo en este contexto de estupor, cuando la judería del mundo sobrevivía en turbación, cuando algunos enfilaban esfuerzos para construir un Estado judío en Palestina, un espacio que brindara refugio a los sobrevivientes y una dignidad a los judíos del mundo.
Tiempos espinosos para construir un ambicioso proyecto en México. Tiempos de imaginación, sueños y voluntad. Tiempos osados, de apuestas riesgosas en las que había que priorizar. Tiempo de desafíos, de parálisis y también de acción. Tiempo de grandes juicios. Tiempo de dilemas morales que, a pesar de no estar retratados en el libro que hoy presentamos, moldearon, sin lugar a dudas, el futuro de nuestra vida institucional.

Al comenzar estas palabras, dije que dos elementos quedaron grabados en mi mente, tras hurgar el Archivo Histórico. Procedo a hablar de este segundo tema penoso.
En aquellas actas en las que el debate se enfocaba en la determinación de mirar el mañana con optimismo, en las que se dijo sí a la construcción del Centro Deportivo Israelita, se mantuvo una regla de oro, una decisión moral: no aceptar ni un solo quinto en la campaña de recaudación Pro-CDI, del bolsillo de aquellos miembros del yishuv que se hubieran enriquecido en alianza con los nazis. Ni un centavo de aquellos negocios que se beneficiaron directa o indirectamente de la causa de Hitler.

Había una lista negra velada en la Comunidad, se sabía quiénes eran esas familias. La postura fue irrebatible, no obstante la enorme necesidad de dinero -de inicio 309 mil 360 pesos para el terreno, ¡una fortuna!, más lo que se acumulara para la construcción–, el CDI no sería espacio para blanquear reputaciones. No sería el lavadero de aquellos a quienes les importó más el pragmatismo para amasar fortunas que preservar la vida y la identidad moral de nuestro pueblo.

Loable, sin duda, que el CDI mantuvo esa irrefutable estatura de honorabilidad que, en ocasiones, otras instituciones desdeñan. Lo sabemos, muchos se hacen de la vista gorda.

Hoy que sabemos cuál fue el resultado de este maravilloso Centro Deportivo Israelita, imán y promotor de la fortaleza de la Comunidad Judía mexicana, no podemos más que enaltecer el valor de esos quince visionarios que, contra viento y marea, contra sus propios fantasmas, confrontando realidades y pesadillas, excavando en el dolor, apostaron por la vida diaspórica, por nuestra permanencia en México, por el futuro de nuestra generación, la de nuestros hijos y nietos.

Como me contó el mismo Moisés Gitlin, miembro en la década de 1930 del Young Men Hebrew Association, la GUAY, y el primer socio de Macabi, más de una vez él y su equipo enfrentaron brotes antisemitas en México. Se reunían a hacer deporte en Tacuba 15, en el Palacio de Mármol, sede de la vida institucional judía, el espacio de las bodas, los tés danzantes, las conferencias y el teatro, y según me relató, cuando salían a competir en alguna gesta deportiva nacional, más de una vez tuvieron que enfrentar frases insolentes tildándolos de ‘pinches judíos’. Ello fue, en gran medida, la motivación para crear un espacio recreativo que impulsara el deporte, que uniera a la colectividad y le diera dignidad, un espacio de reunión, cultura, encuentro y sociabilización en todos los ámbitos.

Tras seis años de esfuerzo, con los planes arquitectónicos de Abraham Zabludovsky, a los que luego se invitó a colaborar al arquitecto Vladimir Kaspé, el Dépor fue inaugurado el 15 de octubre de 1950. En el cartel de anuncio de 1951, en el que se pedía la colaboración de los socios para continuar construyendo, se decía: “Usted gozará de gimnasio, de baños, enfermería, venta de artículos, baños rusos, terrazas, salón de belleza, regaderas, fuentes de sodas, cancha de básquet. Sus niños lo exigen: peluquería, sala de proyección y aparatos de gimnasia”.

No sé qué son los baños rusos, y dudo que algún niño exija peluquería, pero hoy, 68 años después, sabemos que los alcances del Dépor han superado lo que los quince pioneros hubieran podido imaginar. Es y ha sido el baluarte de nuestra continuidad judía, es orgullo nuestro, ampliamente reconocido en el mundo, y a él se debe, en gran medida, lo que somos como yishuv mexicano.

Aquí lo ha habido todo: alberca olímpica, gimnasios, plataformas de clavados y canchas de básquetbol, frontón, tenis, fútbol, softbol, boliche y atletismo. Festivales de danza, música, cinematografía, teatro. Celebraciones comunitarias de Yom Hashoá y Yom Haatzmaut. Exhibiciones de arte de talentos nacionales e internacionales. Congresos internacionales, Macabiadas, Interescolares, lugar de reunión de organizaciones juveniles, Macabi, campamentos, ligues, bodas, vida social, una guardería, actividades infantiles y juveniles, un Club de Oro… Una suma de recuerdos invaluables, muchos de los cuales vemos reflejados en las páginas de este libro.

Tuvieron razón los quince pioneros, no había por qué apostar a una única causa, no había por qué frenar el desarrollo de una institución como el CDI en un momento de franca crisis. Ellos siguieron con su sueño y con tesón lograron consolidarlo. En México imperaba lo que se llamó el desarrollo estabilizador o milagro mexicano, un modelo económico que, tras la guerra, inició Adolfo Ruiz Cortines, frenando las importaciones e impulsando el desarrollo productivo de México, un modelo que trajo prosperidad a muchos miembros de la Comunidad que comenzaron nuevas industrias y que, con un crecimiento hacia adentro, permitió que los miembros de nuestro yishuv pudieran contribuir a muchas causas a un mismo tiempo.

Se pudo así impulsar la construcción y desarrollo del CDI, apostar a la vida diaspórica, y apoyar también el establecimiento del Estado de Israel en aquellos momentos tan difíciles de creación y conflictos bélicos con los países árabes circundantes. El éxito fue tal que, durante décadas, no había judío en México que no fuera socio del CDI, la institución judía por excelencia.

Quiero finalizar con un desliz de género. En las páginas de este libro, y en la historia comunitaria en general, las mujeres ocupaban roles limitados al hogar, y en algunos casos de necesidad contribuían a la pequeña economía. En este libro, debo decirlo, no hay ni una mujer entre los quince pioneros, si aparecen es para ser secretarias, esposas de, u organizadoras de Comités de Damas. Hay, debo decirlo, una loable excepción: Fanny Rabel, discípula de Siqueiros y Diego Rivera, a quien confiaron la elaboración del mural del Salón Social que narra la trayectoria del pueblo judío a través de la historia.

Me alegro que los tiempos hayan cambiado. Estoy segura que en sesenta años, cuando se escriba la historia de nuestro tiempo, habrá muchas nietas de estos pioneros como figuras sustanciales de las obras comunitarias, del impacto en México, de la continuidad de nuestro pueblo.

Presentación del libro Fundadores

Share.

Leave A Reply

Exit mobile version