- CDI
- ÁREAS DE INTERÉS
- Academias
- Juventud
- Beyajad
- FIT 00
- Galería Pedro Gerson y Terraza Kikar
- Auditorio Marcos y Adina Katz
- Biblioteca Moisés y Basi Mischne
- Ludoteca
- Fiestas Infantiles
- Jardín Weizmann
- AL-HA ESH, El Entrerriano
- Salón para Bodas y Banquetes
- Anúnciate en el CDI
- Enfermería
- Banca Mifel
- Salón de Belleza y Peluquería
- Restaurante
- Zona de alimentos
- SEDES
- EVENTOS ESPECIALES
- INSCRIPCIONES
- BENEFICIOS
- PUBLICACIONES
- BIBLIOTECA
Lo más reciente
Suscribete para recibir Newsletter
Recibe las últimas noticias en tu correo
Una huella eterna
Título: Una huella eterna
Categoría: Preparatoria
Género: Cuento
Seudónimo: Paco Memo
El primer tren de carga que transportó judíos de Košice hacia el campo de exterminio de Auschwitz fue el 16 de mayo de 1944. Cada vagón de estos tenía la capacidad de transportar de ocho a nueve vacas, pero llevaban entre setenta y cien personas.
En este momento estamos yendo a pie a la estación de tren, somos viejos y casi no podemos caminar, pero ver tantos rifles y soldados es peor que el dolor de mis rodillas, mucho peor. Las órdenes de los soldados son muy extrañas, algunos dicen que nos están reubicando y otros dicen que nos trasladan por trabajo. Estoy preocupado por mi hijo Samuel. No sé nada de él ni de su familia tampoco.
Durante este largo camino a pie, he comenzado a sentir que quizás no viví como realmente hubiera deseado. Creo que ver tantos rifles me hicieron sentir que quizás estoy cerca de morir y tal vez no hice nada durante estos ochenta y seis arduos años llenos de trabajo duro a diario para sobrevivir. Ni siquiera estoy orgulloso de mi sastrería, nunca pude llegar hasta donde quería. Sé que para muchos, yo era el gran José Weisz, el mejor sastre de todo Košice, nunca fallaba en mi trabajo de hacer los mejores trajes para bodas, bar-mitzvot y grandes eventos comunitarios, pero realmente jamás me sentí suficiente. No quería ser solo el sastre de confianza, yo soñaba con hacer trajes espectaculares, trajes que pudieran ser usados más de una vez, incluso ser heredados. Sin embargo, cada cliente siempre venía a pedir uno nuevo, sin volver a mencionar el anterior.
-¡Hemos llegado! Esperen su turno para subir al tren. Vamos a empezar con los ancianos está vez. Cuando sea su turno de subir, se registrará su nombre en una lista y serán acomodados en su vagón correspondiente. Bien ustedes dos, vengan aquí. Primero usted señora, nombre y apellido de soltera -grita un soldado.
-Rebeca Klein, señor.
-Ahora usted.
-José Weisz.
-Su vagón es el número 23, suban ya. ¡Siguiente!
¡Dios mío, no se ve nada… apenas puedo respirar, y ¡hace un calor horrible! Tengo miedo, esto no es lo que nos dijeron que sería.
-Rebeca, dame la mano
-¿Crees que estaremos bien?
-No lo sé, ojalá lo estemos.
-¿Esté es el vagón cierto?
-Me parece que sí, acomodémonos como podamos. Por mi poco conocimiento en trenes, estoy seguro de que este no es un tren hecho para pasajeros y por cómo huele, en estos vagones debía de haber animales. ¡Esto no está bien!
-José, voy a intentar dormirme, ¿sí? Despiértame si necesitas algo o si llegamos al lugar.
-Está bien Rebe, descansa, tal vez yo también lo haga en poco.
El tren se está llenando demasiado, no puedo creer que piensen subir a más personas, somos más de tres mil aquí, todos nosotros tenemos algo en común: todos somos judíos. No puedo dejar de escuchar las conversaciones de este tren.
-¿Mami, a dónde nos van a llevar?
-No te preocupes, David, estaremos bien y nos reuniremos ahí con tú papá.
-¿Oye abu, dónde están mi papá y Hanna?
-Están en otro vagón, Isaac, recuerda que tu papá te dijo que todo estará bien. Duérmete un rato, seguro cuando despiertes estaremos ahí..
Pobres niños… no deberían de estar pasando por esto, ¡nadie debería!, en especial ellos no… Cuando yo era pequeño, mi padre siempre me decía que estaba feliz de la vida digna que me daba siendo judíos. Me contaba todo el tiempo que a su familia le costó mucho tiempo asentarse en el país, siempre fueron muy temerosos, esperando que lo peor sucediera… como tantas veces en la historia. ¿Se estará repitiendo justo ahora? ¿Podré hacer una última cosa que valga la pena antes de morir?
-“Snif, snif” -un pequeño niño comenzó a llorar, mientras su madre estaba completamente dormida en el suelo.
-Hola, ¿cómo te llamas, chiquito?
-Soy David… -dijo, lleno de lágrimas.
-Mucho gusto, David, soy José Weisz. No tienes que preocuparte por nada, te lo prometo. Estarás bien. Eres muy fuerte, ¿sabes? Tienes una poderosa vibra, me recuerdas a mi nieto. Oye, David, ¿hay algún animal que te guste mucho?
-Los patos… me gustan los patos.
-¡Qué lindo! Dame un momento, ¿sí? Volveré con una sorpresita que seguro te va a gustar.
Bien, un pato. Por aquí veo cosas que podrían servir para hacerle un peluche de pato, aunque quizás me haga falta un poco de tela…
-Disculpe, ¿podría pasarme la paja que tiene debajo de sus pies?
-Por supuesto, tenga señor.
-Muchas gracias señora, tenga una larga vida.
-Eso espero, aunque como están las cosas… no me queda más que ser optimista.
Supongo que con esta paja será suficiente para hacer un peluche pequeño. Ahora necesito tela. “Crack” La tela del torso es la más resistente, así que usaré esta. Con esta tela es suficiente y además resistirá bien, ojalá lo disfrutes David. A ver, primero voy a cortar la tela “jshhh, jshhh”. Bueno… al menos parece un pato. Ahora con la paja… la cabeza, el pico, el cuerpo, las alas y las patas. Si no recuerdo mal, ya solo tengo que envolverlo y puedo coserlo… o bueno, amarrarlo. Una vez que la paja atraviese el botón, haré un nudo firme al final para que quede sujeto y lo mismo con el otro, así no tendré que usar aguja. “jshhh, jshhh, sht,sht”. Ahí está, un patito.
-¿David, estás despierto?
-Mmm… un poco.
-¿Recuerdas que te había dicho que te tenía una sorpresa? ¡Pues mira, un peluche de patito, como los que gustan! Lo hice con mucho amor, solo para ti. Espero que te haya gustado mucho.
–Sí… claro que sí. M… muchas gracias.
Vaya, eso sí que se sintió bien. Ahora tengo que encontrar a Rebeca e ir con ella.
-Disculpe, con permiso. Permiso voy a pasar. lo siento. Estoy preocupado por Rebeca, ¿me habré tardado demasiado haciendo el peluche? No entiendo cómo pude dejarla dormida sola por tanto tiempo, en un vagón hasta el tope con más de setenta personas. No tengo idea de donde está… ya me estoy preocupando. ¡Ufff!… allí está, menos mal Rebeca está bien. Se ve tan tierna durmiendo, pero me siento mal, porque hay gente sobre ella. ¡En verdad, no cabemos! Voy a ir con Rebeca e intentar dormir un rato, tal vez así el tiempo pase más rápido.
No tengo energía… llevamos ya tres días, apenas puedo respirar, no veo casi nada y he estado casi en ayuno. Me parece que incluso hay viejos muertos tirados en el suelo, pero es difícil saberlo. Escucho muchos niños llorando y he hablado un poco con sus madres, que parece que ya han perdido la fé en sobrevivir.
Otra vez, un soldado gritando órdenes:
-¡Hemos llegado al destino! Ancianos, mujeres y niños bajan primero. Una vez abajo del tren sigan a los soldados para ser reubicados.
Tomo la mano de Rebeca, tengo mucho miedo. Antes de separarnos para siempre, le sonrío al pequeño David y nos despedimos. Bajo con Rebeca del tren, seguimos a los soldados, y ya no se supo más de nosotros.
—————————————————————————————————————-
El 27 de enero de 1945, David logró salir con vida del campo. Los soldados del ejército rojo encontraron al niño abrazando su pequeño peluche de pato. En 1956, David habló por primera vez sobre todo lo que vivió, ya siendo todo un joven dio una charla sobre su héroe, ¡yo!
-Nunca conocí el destino de mi héroe, José Weisz. Sin embargo, cada vez que veo a este mismo patito, recuerdo cómo incluso en medio del horror, es posible mostrar gentileza y un te quiero muchísimo. ¡Este pato será eterno!
