Este año el Deportivo está radiante de vida, movimiento, actividades de todo tipo y gente de otros lugares que vendrán a ser parte del magno evento que serán los Juegos Macabeos Panamericanos México 2109. Aún así, hay siempre lugar para las actividades de gran tradición; los Campamentos de Verano son una de ellas. Desde hace más de veinte años el Centro Deportivo Israelita ha organizado, junto con Macabi Hatzair,
campamentos para que los niños de nuestra Comunidad tengan una opción recreativa, intercomunitaria y de mucho contenido en las tan esperadas vacaciones. Aunado a la diversión que todos los días tendremos con nuestras actividades.
Después de diez meses de estructura educativa, de despertarse temprano, de tareas y pendientes llegan por fin esos meses de libertad, diversión y pocas responsabilidades. Para los niños este momento es muy importante ya que les permite desarrollarse sin presiones, sociabilizar con gente nueva y aprender de manera divertida. ¡Qué mejor lugar para esto que el Dépor!
Los campamentos son un espacio de jóvenes para jóvenes. Nuestros madrijim, respaldados por todo nuestro equipo de expertos, educan a través de risas, forman grupos en donde se desarrolla el trabajo en equipo y la solidaridad, y sobre todo, se vuelven un ejemplo activo de lo que la juventud puede hacer por sí misma.
Para todo el equipo que trabajamos en este proyecto los Campamentos de Verano de la Casa de Todos ya empezaron con todos sus cursos. La planeación es un trabajo arduo, pero que, sin duda, vale la pena. Estamos todos en la Casa de Todos muy emocionados en aportar algo a nuestra querida Comunidad durante los Campamentos de Verano CDI 2019, fortalecer los lazos de amistad que nos mantienen unidos y pasar unos momentos inolvidables en la mejor temporada del año: las vacaciones de verano.
Esperamos verlos en los Campamentos de Verano, Diversión, salud y seguridad, y que nos permitan compartir con ustedes horas enteras de esparcimiento y aprendizaje.
Diversión, salud y seguridad. Camp T-Poz, un lugar mágico
Por fin comienza el verano. Mi mejor amiga y yo convencimos a nuestros papás de que nos dejen ir a T-Poz, un año más. Desde hace tres años, Jenny y yo somos mejores amigas. Obvio, nos conocimos ahí, en nuestra guarida mágica; una vez al año escapamos del ruido, del humo, de adultos que nos dicen siempre que hacer y formamos parte de una gran familia de jóvenes. Cuando cumplí 10, mi mamá me contó sobre este campamento. Ella había sido madrijá, hace ya muchos años. Pensé que iba a empezar con una de sus historias larguísimas, sobre la amiga y el primo, y el amigo del primo de su amiga, pero de pronto estaba escuchando historias que sonaban como las de Peter Pan en el país de Nunca jamás. Ahora entiendo de qué hablaba, he vivido esa magia en carne propia.
Ese mismo verano, llena de emoción y miedo, fue mi primer Camp T-Poz. Conocí a dos niñas que estarían en mi kvutzá, una de la escuela y otra de la natación. Las dos me caían bien, aunque no las conocía mucho. Estaba parada en el estacionamiento, agarraba la mano de mi papá y no dejaba de voltear a todos lados, ver quién llegaba, con qué otros niños compartiría mi experiencia. De repente una chava como de 17 se acercó a mí, me preguntó mi edad y una sonrisa gigante transformó su cara, después de decir: “Sí, yo soy tu madrijá”. En ese momento mis nervios bajaron, me llevó junto a un camión, le explicó a mi papá dónde dejar mis cosas y subimos al camión. Todavía quedaban muchos lugares vacíos, mi madrijá me llevó casi hasta atrás, donde otras tres niñas me recibieron con una ligera sonrisa. A ellas no las había visto antes, una parecía mucho más penosa que las demás. Al instante quise ser su amiga, veía que su mirada y la mía conectaban muy bien. Pensé que tal vez yo también conocería en este lugar a las personas más importantes de mi vida, como mi mamá conoció a mi papá, también lejos de la ciudad, en Tepoztzotlán. Le pregunté si podía sentarme con ella, las piernas me temblaban. Me dijo que sí, muy bajito, y quitó su mochila para dejarme sentar. Me dijo: “Yo también estoy nerviosa. Pero también me urge llegar, escoger mi cama y que me den mi playera. También estoy emocionada por el maratón nocturno, yo soy buenísima nadando y nunca me da frío”. La miraba sorprendida, no era para nada tímida como parecía, hablaba sin parar. “¿Quieres dormir en la litera conmigo?” Casi grito de la emoción, pero me aguanté. No puedo creer que eso fue hace tres años. Jenny y yo somos inseparables desde ese momento. No ganamos el maratón de natación ese año, los niños nos ganaron por poco, pero el año pasado tuvimos el mejor equipo y Jenny lloró cuando anunciaron que ella fue la mejor nadadora. Cada año, al regresar a casa le cuento todo a mi mamá, y, es impresionante que entienda perfecto, como si ella hubiera venido conmigo; y es que la tradición y misticismo de ese lugar no ha cambiado con el tiempo. Aunque los madrijim cambien, aunque los niños cambien, T-Poz no pierde su magia.
Ahora que soy de los grandes, mi último año, tengo todas las emocionas mezcladas. Muero de ganas de que empiece este verano, de conocer a mis madrijim y a los otros niños de mi kvutzá. Quiero planear la casa de los sustos que les toca a los más grandes y tener la mejor cabaña. Pero también estoy triste y asustada de que es mi último año, ¿qué voy a hacer después?, ¿dónde podré volver a sentirme así, en el país de Nunca jamás?
Lo bueno es que el verano apenas comienza, ¡en T-Poz conocí a mi mejor amiga y las experiencias que tuve en ese lugar se quedarán siempre
conmigo!